El grave problema de la Iglesia es que por décadas ha sido indiferente ante la situación de los pobres, y se solaza de sus relaciones con los ricos. Se piensa en templos con una construcción millonaria, mientras lo que despectivamente se considera la chusma, vive en condiciones infrahumanas.
La Iglesia es política y partidista. Tiene un papel de ser pedestal del sistema en que trabaja. Su disidencia es en el papel, presenta los cuadros de miseria en la homilía, pero cena con los pudientes. Por años la Iglesia, así en mayúscula, como institución ha sido la católica. Núcleo de apoyo a la dictadura de Trujillo, al Golpe de Estado a Juan Bosch, pero también la cuna de curas progresistas.
Los evangélicos están ahora saliendo del templo para plantear soluciones sociales. Es hora de que comprendan que todolo físico o espiritual es de Dios y la solución material a los estertores de este mundo lo cubre el pensamiento de Jesús. El Sermón de la Montaña no está dando la espalda a los pobres, sino que es su columna para apoyarse y hacer frente a los problemas diarios aquí en la tierra.
Salvemos el espíritu y el corazón del hombre y la mujer de hoy, pero también luchemos para que coma, para que tenga asistencia médica, sus hijos puedan ir a la escuela, se ponga freno a la delincuencia, a los excesos del poder, a la corrupción, a los vicios, se esté en disposición de concertar sobre los abortos y que entre lo material y lo espiritual puede haber mezcla, sintetizada en el decoro humano.
La casi totalidad de las iglesias evangélicas quedan en el corazón del barrio. Conocen más que nadie la desdicha. Se casan, son padres de familia, van al colmado todos los días, viven de lo que producen, van a hospitales públicos, sino tienen seguros. Su prédica social debe ser con los humildes, con los excluidos, con los olvidados de este mundo.
La lucha en busca de reivindicaciones del día de hoy no soporta divisiones por ideas, principios religiosos, marxistas o reformadores. Hoy de lo que se trata es que todos tengan oportunidad de servirse en la mesa del progreso y la felicidad. ¡Ay!, se me acabó la tinta.