El viejo esquema derecha e izquierda que data de la Revolución Francesa de 1789 no se adapta a lo que acontece en el siglo XXI. Hoy observamos a gobiernos progresistas gobernar como neoliberales y a conservadores gobernar como nacionalistas, progresistas y neofascistas, en un escenario que es cada vez más inteligencia artificial, mainstream y gobierno de los jueces.
La era Trump ha puesto fin al proceso de globalización o de mundialización que vivía el mundo desde 1994 hasta la salida de Inglaterra de la zona del Euro, para adentrarse en una nueva era donde el pragmatismo no siempre es determinante, sino que los gobernantes se atrincheran en valores ideológicos fundamentales desde su prisma cognitivo sobre el mundo. La forma magistral con que Donald Trump viene librando al mundo de la guerra y de la catástrofe nuclear así lo muestra. Ha sido exitoso frente a las instigaciones para reabrir la guerra fría con Rusia, Turquía, Corea del Norte, Irán, Siria y la China.
Simultáneamente, realiza grandes esfuerzos por reorientar la economía doméstica de Estados Unidos. Es decir, es un líder que piensa y trabaja para su pueblo. Se ha concentrado en asuntos internos para procurar un capitalismo con responsabilidad social empresarial alejado del mundo de la guerra permanente. Rehúsa el rol de policía mundial para centrarse en mejorar la vida del yanqui de a pie lo que le genera conflictos con el establishment, las transnacionales y una parte de la sociedad civil nacional e internacional.
En pocas palabras, busca trabajar desde una perspectiva nacionalista, con valores que se traduzcan en la mejoría del bienestar de su pueblo sin que ello implique una ruptura sistémica. No puede ser, por tanto, tildado de neoliberal, tampoco de conservador, ni es un liberal. Más bien, se plantea un régimen neo autárquico abierto en un contexto global. Por tanto, afirmar que el neoliberalismo se ha revitalizado con sus ejecutorias no responde a la verdad.
Por otra parte, Brasil estrena un presidente al parecer neofascista, pero cuyas ejecutorias parecen ir en el sentido de buscar la revitalización del neoliberalismo, esto en apariencia pues se trata de un neoconservadurismo que pretende echar hacia atrás las reformas progresistas que colocaron al Brasil como una potencia emergente, se trata de una visión cavernaria de los sectores oligárquicos más atrasados del Brasil, pero que, sin embargo, cuenta, cuando menos de entrada, con un amplio apoyo popular originado en el hartazgo que en la población han ocasionado errores cometidos por el Partido Socialista (PT), el cual, jugó al neoliberalismo social desde una perspectiva progresista pretendiendo afianzar una burguesía emergente que pronto se hizo internacional sin consolidar su poder interno. Error que hizo colapsar el modelo.
Sin embargo, el apoyo popular de que goza actualmente Bolsonaro no le durará mucho, pues los avances sociales de Lula y de Dilma, serán esquilmado y, aunque de momento, las masas no noten lo que ocurre, el engaño, no pasará mucho tiempo sin ser descubierto, será entonces cuando reaccionarán y otra será la historia. Por ello, es difícil que Bolsonaro pueda concluir su mandato constitucional, pues el Brasil de Lula avanzaba hacia la conciliación de clases, hacia la concertación democrática; en cambio, el Brasil de Bolsonaro avanza hacia la confrontación de clases. No puede haber estabilidad con confrontación, por tanto, el neoliberalismo quedará sepultado también en Brasil. Lo único que existe en favor de este trasnochado militar de la reserva conservadora es la carencia de un liderazgo popular diferente al del viejo Lula.
Aunque los casos de Brasil y Colombia lucen semejantes, la verdad es que ambos pueblos tienen suficiente inteligencia como para salir airosos de sus traumas respectivos generados por una ultra derecha rancia que no acaba de comprender la realidad actual del mundo matizado por cambios culturales y tecnológicos que obligan a la creación de nuevos prismas políticos basados en el futuro y no en el pasado. La Argentina de Macri está en crisis neoliberal y no saldrá hasta desterrar el neoliberalismo. Perú trata de recomponerse con base al gobierno de los jueces.
Se habla mucho de un supuesto vuelco hacia la derecha de Latinoamérica, implicando, supuestamente, un vuelco hacia la ultra derecha. Esto tampoco es cierto, lo que pasa es que la región busca su propia identidad en un mundo multipolar, por tanto, habrá de aprender que las recetas extranjeras no funcionan. Cuando llegue a esa conclusión habrá de buscar soluciones propias. Sus soluciones pasan por un populismo popular. Se deberá resumir la diversidad del populismo y concretar una versión criolla y popular de este. En este sentido, quizás, lo que ocurre en México con Antonio Manuel López Obrador señale algún camino.
Así lo plantea la confianza que este nuevo gobernante de México genera en Donald Trump, pero, sobre todo, el rescate cultural que está haciendo sobre la identidad de México en un contexto democrático y sin una retórica anti norteamericana, pro México y pro Latinoamérica. Estos nuevos contrastes entre el Río Bravo y la Patagonia labran un camino latinoamericanista como quizás nunca haya existido en la región.
De modo que debemos acostumbrarnos a abandonar el viejo esquema de derecha e izquierda y abocarnos al empoderamiento de un populismo popular del cual emergerá la nueva doctrina política Latinoamericana. No hay pues nada que temer con Trump, AMLO, ni con Bolsonaro, sino adentrarnos a nuevas formas de análisis político que permitan entender lo que ocurre en el continente de la esperanza.
Estamos en una era donde la robótica se ha transformado en inteligencia artificial, la cultura ha pasado a ser un medio definitorio de lo político y en el gobierno de los jueces. La inteligencia artificial promete incidir más que la revolución informática en la vida humana, el espectáculo, o como diría Pierre Bourdieu, el estudio de los gustos de parte de aquellos que manejan información sobre los que consumen determinarán las políticas públicas, estos dos temas generarán un amasijo de información cuyas primeras víctimas serán los gobernantes, pues no hay forma de ocultar información, porque que, junto a Sartori, nos hemos convertido en homovidems. Esta transformación genera una nueva forma de sociabilidad por medio de las redes sociales que determinará los resultados electorales como el juzgamiento de los gobernantes. En conclusión, ya el neoliberalismo ha pasado a formar parte de las antigüedades y la sociabilidad es a la vez individualidad, una sociabilidad y una individualidad simultaneas que se ven, se sienten y se hacen crítica contra los que gobiernan.
La República Dominicana al igual que lo que ocurre en Latinoamérica habrá de adecuar su modelo político al populismo popular sino quiere caer en el retroceso político, si desea liberarse de su tradicional arritmia histórica, habrá de revisar su trastocado neoliberalismo, pues un gobierno de los jueces integrado por jueces conservadores podría presagiar grandes convulsiones. Así inicia el año de 2019. DLH-4-01-2019