La imaginación es propia a la forma de la ilusión, pero aún más a la valía que cada uno necesita. Y cuando esta es capaz de interactuar con la esperanza, de las ruinas de otros, lo posible florece.
Los monóculos con los que los hermanos de la media isla ven a los que vivimos fuera, está empañado de irrealidades. De supuestas abundancias y de ocios opulentos en lugares que muchos desean visitar. Percepción que durante décadas fue alimentada por relatos que cedían a la imaginación y hoy se ven fortalecidos por las iconografías editadas que se ratifican en las redes sociales.
Que mejor época, sino esta, para reflexionar sobre esas viles referencias.
Puedo hacer ese señalamiento, porque pude vivirlo. Soy un bi-cultural, producto de las orientaciones de dos ciudades, dos naciones y docenas de etnias. De una metrópolis burbuja y ficticia que, albergaba las esperanzas de millones. Y de otra rustica y autentica que, desalojaba los desalientos de muchos más.
Me crie en una época donde en uno de esos lugares, la mayoría éramos realistas conformistas. Le mentíamos a las autoridades y los distribuidores de servicios, para compensar las entradas. Y estos los sabían. El agua de tomar no se compraba, y por igual, no se le negaba a un vecino del barrio o un transeúnte que se detuviera frente a tu casa a solicitarla. En esos tiempos la sonrisa florecía y las ambiciones partían de referencias palpables de las cuales te sentías capaz y no de lo que el otro tenía. Sin embargo, y sin orgullo acepto que, también en ese lugar, conocí de la exclusión. Uno evidente y destinado hacia un solo ente. El vecino de la isla.
Pero así como contraje esa experiencia en la ciudad franca y veranea, otros dominicanos en el exterior como yo, criados también bajo las referencias de una similar época, pero en otra localidad, vivieron lo contrario. En un territorio que, decía ser parte de los Estados Unidos, a pesar de que, la mayoría hablaba español. En este nuevo sitio, el conjunto de similares a mí y los míos, eran irrealistas e inconformes. Temían mentirle a las autoridades y los distribuidores de servicios. Y estos lo sabían. El agua de tomar se pagaba. Al vecino del barrio, ni se le ocurría pedirla. Y menos a un caminante detenerse frente a tu casa a solicitarla. En esos tiempos, las muecas languidecían y las codicias partían de lo que el otro tenía. Sin embargo, y sin orgullo acepto que, también en ese lugar conocí de otro tipo de la discriminación. Uno evidente y destinado a los acentos del alma y los colores de la piel, de otros como yo.
Para muchos, esto resultaría un vago sacrificio a ignorar, a cambio de la utópica ilusión. Pero ello como todo lo otro, es parte de nuestras vidas. De las reales que se viven en dominicana. De las ficticias que se viven fuera. Todo lo que supuestamente escaseaba en la isla ahora lo tenía en demasía. Aparatos, comodidad y servicios básicos y demás. Pero aquí no encontraría Reyes como tampoco compasión de con quienes vivía. Ya soy adulto y comprendo lo valioso de lo que carecía.
Salté del incumplimiento de la escasez; a la promesa de la abundancia. De ser un niño que recibía regalos inesperados, de delgados Reyes Magos y mulatos, a quienes se le dejaba un cigarrillo, una menta y un trago de ron; a pedirle con seguridad a un Santa obeso y de tés blanca que, se conformaba con una taza de leche y un par de galletas dulces.
Pero con el tiempo acepté que los cristales a través de los que los hermanos de la media isla ven a los que vivimos fuera, lamentablemente siempre estarán mortecinos de fantasías, mientras sigan ilusionados por la imaginación. Pues con su gesto de antaño me confirman que, no es tan importante creer saber lo que sabes, sino saber lo que sientes. Y ese es el barómetro de la vida. Porque las supuestas abundancias y recreos profusos en lugares que muchos desean visitar, en realidad no valen lo que proyectan.
Una mejor vida, solo depende de ti y de lo que te dispones. Pues la vida no posee imaginación. Aunque debido a ella, es por lo cual la gastamos, planificando las cosas que creemos ser importante.
Por lo visto, nuestra distracción hacia lo meramente económico y social, nos ha hecho abandonar los valores de compasión y colaboración que, durante décadas definían y regían nuestras vidas como dominicanos.
Es hora de ver hacia adelante, viendo hacia atrás. Logrando de nuestras ruinas, florecer la esperanza. Alcanzando serias soluciones a todos los problemas, mediante la reciprocidad sincera. Donde las ideas, como el agua una vez, no se niegan. Sin envidia. Sin ventajas. Sin prejuicios. Sin tesoros, ni regalos, ni aspectos que requieran de la imaginación. Sin Reyes, ni Santa. Porque aquel que planteé seriamente ser el vehículo de la solución, solo y siempre, te pedirá compromiso, comprensión y cooperación. Pero nunca monetaria, sino la que viene con la real participación.
Soy un bi-cultural, producto de las orientaciones de dos ciudades, dos naciones y docenas de etnias. Un lugar que con el tiempo me ha confirmado que Santa nunca existió y que los reyes no existen.
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