(Empieza pues por vivir de tus raíces)
El mejor verso es aquel que versa emociones y llega directo al corazón, que lo conmueve y lo hace vivo, porque al vivir uno se propaga, cuando en verdad se dona en cuerpo y alma; mas para darse antes hay que poseerse, ser yo.
También es preciso emanciparse, sentirse libre, pues aquel que no se ama, ya está muerto en sí, y aquel que no se quiere, nada espera tampoco.
Nos incumbe renacer cada día para no irse, lo fuimos todo con el amor, sin él nada somos.
De un amor sin límites hemos venido a la vida. Un amor que se hace y nos nace con las obras. Por el que no pasa el tiempo, los hechos quedan.
Las palabras se van, las acciones nos crecen, nos dan savia para que germinen los latidos.
Si no te aman como tú quieres que te amen, ponle tú mucha más entrega y generosidad,
que hasta las frías rocas con ser duros macizos, se suavizan al imprimir pasión en la mirada, al verse en el otro, tu propio gozo de fundirse.
Venga a nosotros el deseo de amar por siempre, los ojos que acarician, los labios que perfuman, oídos que saben escuchar, brazos que abrazan, todo esté dispuesto para amarse y quererse, no ocultemos aquello que el espíritu nos dice.
El Señor nos ayude a entrar en nuestra mística, en nuestra historia de querer y ser queridos, pues no hay mayor paso por esta mundana existencia, que haber vivido, siempre amando; tras de sí quedan las huellas, habitando silencios.
Víctor Corcoba Herrero
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12 de enero de 2019