Por más que las autoridades intenten minimizar los hechos de violencia, República Dominicana está convertida en un caos donde impera el irrespeto a la vida y a las normas jurídicas.
Tal parece que la delincuencia se ha adueñado del país. No han valido los operativos en las calles de militares y policiales para erradicarla.
Los delincuentes asaltan a plena luz del día en lugares solitarios o concurridos, como son estacionamientos de supermercados, tiendas, salones de belleza, autopistas, y nunca son apresados los responsables.
Y si los apresan, los jueces los liberan muchas veces por supuestas faltas de evidencias fuertes de parte de los fiscales que elaboran los expedientes.
Lo más grave de la situación es que se están cometiendo ejecuciones selectivas que se han llevado de paso a familias enteras, como ocurrió en diciembre pasado en la comunidad de Guerra. Cuatro personas emparentadas fueron acribilladas dentro de un vehículo por desconocidos que se presume son sicarios y que al momento de escribir este artículo todavía no son identificados.
En ese mes también asesinaron en Arenoso, San Francisco de Macorís, a una pareja de esposos al salir de un centro de diversión. Algunos de los sicarios están bajo arresto.
Son apenas dos casos de los tantos hechos de violencia que a diario publican los medios de comunicación como si se tratara de trofeos.
Tal parece que hay la intención de causar terror en el país o en su defecto dañar la imagen del actual jefe de la Policía o desacreditarlo. De hecho, ya lo lograron con los acontecimientos de los últimos meses.
Es que hay muchos uniformados detrás de ese cargo y la forma de escalar esa posición es ensangrentando las calles. Al menos, es lo que siempre se dice.
Preocupa la cantidad de armas de fuego en manos de civiles. También las andanzas de pistoleros por encargo que disparan contra sus objetivos sin mediar palabras y sin importar que estén rodeados de otras personas.
De igual modo, crea mucha incertidumbre los denominados ajustes de cuentas entre los capos de las drogas. Además, inquietan los crímenes por asuntos pasionales o violencia de género.
Lo cierto es que los delincuentes y sicarios están de su cuenta; es la realidad. No nos sentimos seguros en las calles ni en nuestros hogares, al extremo que colocamos rejas en las casas, al estilo de las cárceles, cámaras de seguridad y otras herramientas para evitar ser agredidos.
Existe la creencia de que los planes estatales de seguridad ciudadana no surten efecto. Las calles aún son inseguras. Y no es cuestión de percepción. Es la realidad y no podemos ignorarla.
Se requiere, sin embargo, la participación de la sociedad en pleno para enfrentar este fenómeno. No dejemos esta tarea solo en el terreno de las autoridades gubernamentales. Pienso que la mejor fórmula de rescatar a nuestro país y disfrutar de tranquilidad es unirse contra esta epidemia.
Me preocupa esa situación. Como decía Publio Terencio Africano “Homo sum, humani nihil a me alienum puto”, palabras en latín que significa: “Soy un hombre, nada humano me es ajeno”.