Lo conocí hace muchos años cuando acudía junto a mi familia a ver los partidos de baloncesto de una generación de muchachos que se convirtieron en ejemplo de estudio y trabajo dentro de un ambiente alejado de los vicios que ya comenzaban a ser un problema en el país.
A pesar de su estatura, (entre 6-4 y 6-5) le gustaba jugar fuera del perímetro perfeccionando un disparo de larga distancia mortal para los equipos contrarios. Una amplia y luminosa sonrisa lo acompañaba siempre porque hizo del juego una alegría. Se divertía corriendo de un extremo a otro de la cancha ganándose el cariño y el respeto de sus compañeros y de los aficionados.
Su padre, que llevaba su nombre, era un “interactivo” del “Gobierno de la Mañana” de la Z-101 en sus primeros años, haciendo comentarios y denuncias sobre los problemas del país. Conversábamos casi todos los días y hasta nos encontramos en varias ocasiones. Cuando murió, hace años, sentí que había perdido un amigo.
A Franchi lo traté cuando ya estaba retirado, lleno de lauros. Jugamos juntos en “El Timbiriche” y en la liga “440” de Juan Luis Guerra, en el Club Mauricio Báez. Allí conocí al hermano que le regaló la vida, Leo López.
En todos esos años, estando lejos o cerca, nunca le he visto enojado, frustrado o desanimado, incluso enfermo. Con una sonrisa dibujada en todo su ser, lo resuelve todo. No lo sé, pero supongo que así debe ser con su esposa, con la que lleva muchos años, y con sus hijos.
Siempre, donde quiera que nos encontramos, un abrazo fraterno es el saludo, acompañado de palabras de estímulo, fortaleza y cariño. Pregunta por mis hijos, principalmente por su “pana” Michell, la mayor de mi prole. Así se Franchi.
Ahora nos vemos todas las noches en CDN donde conduce con gran entusiasmo y profesionalismo un programa deportivo. Todas las mujeres son suyas, desde las más jóvenes hasta las adultas, sin importar el nivel profesional. Todos los varones son sus amigos. Me resulta grato verlo repartiendo besos y abrazos como un duende.
Conocer a Franchi es un privilegio; ser su amigo, un lujo.
Sobrevivió a un infarto. Después le llegó el cáncer que ha intentado matarlo en varias ocasiones, pero su espíritu guerrero, su fortaleza espiritual, su amor por la vida, lo mantiene firme como una mole de acero.
“Ayer salí del hospital dándome la quimio”, me dijo una de estas noches. Lo dice con una naturalidad asombrosa. No se derrumba. No cae de bruces ante la impotencia que debe provocarle. No se deprime como es normal en esos casos. (Yo estaría devastado. Muerto, tal vez)
Ha recibido alrededor de 40 quimio terapia. Y sigue como un guerrero espartano en la arena, luchando sin abandonar su sentido de humor, su sonrisa de niño travieso, ni su grandeza humana, que es su escudo. (¡Waooo! ¡Cuánta entereza tiene ese hombre!)
Conocer a Franchi ha sido, para mí, y para todo el que lo ha tratado, un honor y un privilegio. Su existencia, que espero se prolongue por muchos años, justifica la existencia humana.
Lo digo con el alma estrujada y un mar de lágrimas en la garganta: ¡Ese tipo es mi héroe! ¡Salto al centro por la vida de Franchi! ¡Juguemos!