Cientos de miles de venezolanos han abandonado su país en estos últimos tiempos presionados por la caótica situación económico-política que impacta negativamente el aspecto social e institucional de esa nación suramericana. Alberto es uno de esos miles.
Salió de Maracaibo, su pueblo natal, a mediados de octubre del año pasado y desde entonces no ha hecho más que reflexionar sobre su condición de exilado económico. ¿Cómo llegamos a esto?, no deja preguntarse.
Me encontré con él en un centro de servicios ubicado en una zona residencial de la capital dominicana donde ingresó como supervisor gracias a la intervención de un primo suyo que ya tiene dos años residiendo en República Dominicana, y como es usual en estos casos, se ofreció para ayudarle a buscar trabajo en Santo Domingo.
“Tenía que irme, mi situación personal y la de mi familia resultaba insostenible. Un pequeño supermercado que administraba quebró por el problema de abastecimiento de productos, la escasez de divisas para financiar importaciones y el abuso de inspectores del gobierno que te cierran acusándote de alterar los precios”, narra.
“Era un aguerrido y activo militante de Acción Democrática (ADECO), conocí a Carlos Andrés Pérez (fenecido expresidente venezolano ) y a otros líderes importantes de mi partido. En una ocasión permanecí alrededor de dos semanas interno a consecuencia de las heridas sufridas en un accidente de tránsito mientras me dirigía a una actividad de campaña”, me comentó con dolor reviviendo aquel trágico episodio.
En aquellos tiempos adecos y copeyanos (Socialdemócratas y democratacristianos) se turnaban prácticamente cada cuatro años al frente del gobierno, pero Venezuela, pese a no exhibir una sociedad igualitaria acumulando muchos problemas, incluso de seguridad pública, era para entonces un país de oportunidades. Cierto es que la corrupción y la delincuencia acaparaban la atención de todos, en especial de aquellos que anhelaban un cambio de rumbo y que aspiraban a un mejor país que repartiera equitativamente su riqueza.
Alberto era uno de esos venezolanos preocupados y después de ponderar algunas ofertas “viables” decidió salir de las filas de los Adecos, organización que al igual que el Copey comenzaba a erosionar sus bases de apoyo popular. Justo en esos días, el 4 de febrero de 1992, un grupo de militares protagonizó un intento de golpe de Estado contra el presidente Carlos Andrés Pérez que terminó en el fracaso y la rendición de los sublevados. Pero aquella fracasada asonada dejó algo latente entre los venezolanos. El nombre del coronel Hugo Chávez Frías.
El descrédito del sistema de partidos, la corrupción que hacía metátesis en todos los segmentos del poder en Venezuela, pronto fue el caldo de cultivo para el posicionamiento de la figura de Chávez que sobre los escombros de adecos y copeyanos ganó las elecciones presidenciales de 1998 y asumió formalmente las riendas del Estado el 2 de febrero de 1999.
Alberto estuvo en aquella regia y popular ceremonia como un militante de la causa chavista. El, al igual que otros miles de compatriotas, vio en Chávez a una especie de mesías, de redentor enviado por alguna fuerza divina para redimir a su pueblo y saldar aquella enorme deuda social acumulada.
“Yo creí en él y así estuve por años”, afirma. Ahora, en sus reflexiones, Alberto está consciente de que “todos somos responsables” por lo que está ocurriendo en Venezuela.
“Nos dejamos llevar de promesas de cambios, nos ideologizamos desde el punto de vista doctrinario y dimos el vuelco, pero en el fondo solo nos interesamos cambiar de cara, no en fortalecernos institucionalmente, en generar un régimen fuerte de consecuencias y nos pusimos en manos de soñadores que convirtieron este país en un laboratorio de políticas y métodos importados. Es lamentable, pero tengo que reconocerlo hoy. Yo también soy culpable del caos y de la impotencia que vive mi país”.
Tras este amargo reconocimiento, Alberto entiende que los pueblos deben medir sus pasos, ser serenos, ecuánimes y prudentes al valorar las opciones que deben refrendar “porque lo oscuro de hoy, mañana se puede convertir en tiniebla”.
Se preocupa por aclarar que no llama a la conformidad, a la paciencia, a aceptar pura y simplemente lo que hay. “Insto a ser precavido, a pensar más en mejorar y fortalecer lo que tenemos en el ámbito de la democracia, sin apresurarnos al salto al vacío”, puntualizó.