El horizonte del Partido de la Liberación Dominicana (PLD), la entidad que ha señoreado la vida política nacional durante el último cuarto de siglo (y que -si nos atenemos a los hechos y no a las ensoñaciones- aún parece disponer de voluntad y fuerza para continuar haciéndolo), desde la actualidad se pergeña plagado de intentos de avasallamientos internos, aspiraciones de liderazgo nacional que no acaban de cuajar y, sobre todo, talantes de confrontación cuyos eventuales y peligrosos desenlaces no resulta posible predecir con exactitud por el momento.
Ciertamente, y aunque todo indica que el presidente Danilo Medina cumplirá su palabra de que no hablará sobre el tema de la reelección hasta marzo, en estos momentos existen indicios “claros, precisos y concordantes” de que tanto en el Palacio Nacional como en ciertas instancias partidistas, congresuales y mediáticas prevalece la decisión de armar un proyecto continuista -total o parcial- contra viento y marea: es decir, intentando aplastar, obligando a negociar o empujando hacia afuera a las fuerzas interiores disidentes.
(El gran problema que afronta el grupo peledeísta gobernante -y en particular Medina- ya fue reseñado en un trabajo anterior: mantenerse o no en el poder en una atmósfera general que promete riesgos políticos y personales de consideración. O sea, no es una cuestión de “sentido de la historia”, odio al leonelismo o voraz apego a la autoridad estatal, sino de simple supervivencia: en el caso menos deseado, cómo entregar las riendas de la cosa pública -y a quién- sin quedar como “carne de presidio” ante los clamores sociales y las persecusiones -tan en boga ahora en el continente bajo el empuje ideológicamente interesado de los Estados Unidos- por imputaciones de corrupción o denuncias de impunidad).
Desde luego, la tromba reeleccionista en ciernes puede encontrar en el camino interior fenómenos de su misma naturaleza pero en dirección contraria: es evidente que el leonelismo está en zafarrancho de combate e intenta proyectar una imagen de que se trata de una postura irreversible (un “carro sin freno”, para usar la frase majlutista de los años ochenta), y lo es también que importantes figuras de su cúpula están apostando por una guerra política a muerte cuyos resultados pudiesen ser la aceptación de la candidatura presidencial de su lider o, tras una ruptura con el danilismo, su presentación al electorado como opción separada (posibilidad con la que se masturba hoy más de un partido que aspira a cobijarlo)… En cuanto al camino exterior que debería recorrer para ello el leonelismo, el espacio obliga a que sea examinado en otra entrega.
Por de pronto, conviene recordar que las opciones del sector peledeísta palaciego son cuando menos cinco, si bien comportan variantes subalternas que lamentablemente no pueden ser consideradas en este trabajo: 1) La repostulación de Medina; 2) La presentación de la candidatura de uno de sus correligionarios o aliados; 3) La negociación de la candidatura con el expresidente Leonel Fernández; 4) Un acuerdo para escoger un candidato cercano a éste último; o 5) En la más extrema de las situaciones, llegar a un arreglo con una de las figuras presidenciables populares de la oposición. Por supuesto, el meollo del problema nodal del danilismo no varía en ningún caso: siempre sería el de procurar salvaguarda política y personal para el porvenir inmediato.
La eventual repostulación de Medina encara actualmente valladares de diferentes raíces: constitucionales, partidistas, éticos y sociales, y pese a que es un tópico social e intelectualmente provocador para cualquier estudioso de los fenómenos políticos, debido a su amplitud únicamente se señalará en esta oportunidad lo siguiente: aunque el mandatario decida tomar esa senda, y asumiendo que logre modificar la Carta Magna a su favor y el nivel de aceptación popular le resulte auspicioso, todavía tendría que superar la resaca en su propio partido, el desencanto de la clase media y parte de los pobres, la execración de los grupos sociales de presión y la posibilidad de una fuerte concertación opositora, todo dentro de un sistema electoral de doble vuelta que impone la obtención de una mayoría absoluta de los votos para ganar… En otras palabras: el trecho que le quedaría por recorrer al proyecto reeleccionista sería todavía largo y sinuoso.
En cuanto a la presentación de una opción distinta de la del actual mandatario dentro de las mismas filas de sus seguidores (o de sus socios, como lo es el PRD) hay dos elementos a tener en cuenta desde el punto de vista de su estrategia: en primer lugar, nadie está en condiciones de asegurar hoy con seriedad que el PLD y sus aliados ganan las elecciones (primera y segunda vueltas) con cualquier candidato (y ya se conocen los riesgos de una derrota); y en segundo lugar, tal salida tampoco constituye garantía y satisfacción para el leonelismo a la luz de sus intereses actuales y potenciales, salvo parcialmente con las candidaturas contingentes (y no necesariamente viables per sé) de Reinaldo Pared y Miguel Vargas (por lo que ineluctablemente quedan en pie los fantasmas de la ruptura y la aplicación de la “Tesis Betancour”).
La aceptación de la candidatura de Fernández (en el marco de una acuerdo de gobernabilidad y garantías para los que salen del poder) probablemente sería la solución menos dañosa para el PLD en términos de su necesidad de preservar la unidad interna, pero, como se sabe, no cubre totalmente las espaldas de nadie por varias razones: la siempre latente e inevitable tentación leonelista de retaliación (que aterroriza a sus adversarios danilistas); la citada presión nacional e internacional a favor del procesamiento de los corruptos (que los gobiernos ya no pueden resistir impunemente y que implica a veces caída no sólo de culpables sino también de chivos expiatorios); la aplicación por parte del grupo palaciego de la supradicha estratagema para dividir y provocar la derrota (de factura histórica venezolana: Betancourt, AD-MEP, 1968); y la nada desdeñable situación de que la candidatura de Fernández ya no parece concitar, como antes, oceánicas simpatías sociales.
Un pacto para nominar a una persona cercana a Fernández obviamente apunta de inmediato en una dirección que no es única pero sí la más tangible y lógica: la doctora Margarita Cedeño (quien como vicepresidenta de la república ha dado cátedras sobre cómo nadar en medio de dos corrientes procesolosas evitando el ahogamiento). Esta opción, empero, comporta la dificultdad mayor de que no constituye garantía indubitable para el danilismo en lo atinente a riesgos y temores, pues para mucha gente sería una especie como de “leonelismo sin Leonel”. La otra posibilidad dentro de esta vertiente alternativa, la encarnada por el exvicepresidente Rafael Alburquerque, podría resultar mas digerible porque mitiga en parte los miedos del sector palaciego, independiemntemente de que deja en el aire incertidumbres respecto a su viabilidad popular-electoral.
Finalmente, aunque hablar de un acuerdo del danilismo con uno de los líderes opositores parece de entrada descabellado, no debe ignorarse que en política, bajo circunstancias extremas (como la división partidaria o la necesidad de protección de la integridad personal de los que descienden de las alturas del poder), nada es imposible. En el caso que nos ocupa, dos elementos cardinales pudieran ser cimientos para la exploración de una salida semejante: el armisticio no declarado que se percibe entre Fernández y el licenciado Luis Abinader (quien sigue enfilando sus cañones exclusivamente en dirección al palacio), y los constantes besuqueos entre Medina y el expresidente Hipólito Mejía (quien continúa disparando casi sólamente contra el jefe de Funglode). Por lo demás, la ausencia de diferencias de fondo entre el partido de gobierno y el principal de la oposición (es decir: de base social, ideas, intereses, composición cupular, programas y objetivos estratégicos) podría ser caldo de cultivo para cualquier cosa en el país.
Por otra parte, hay que insistir en que el leonelismo no las tiene tan a su favor en el contexto de las opciones aludidas: si bien Fernández es la figura peledeísta más potenciable en términos político-electorales después de la de Medina, sigue siendo motivo de iracundas objeciones dentro de su propio partido y, además, su candidatura genera bastante abominación pasional y rechazo social (lo que no significa en una sociedad tan corrompida y alienada como la nuestra que por ello tenga totalmente cerradas las puertas de la victoria electoral), fenómenos que podrían atizarse aún más si toma el derrotero de la ruptura, uno que sólo le pudiera reportar el pírrico beneficio de la derrota del proyecto reeleccionista (siempre que se consume la premisa indispensable de una amplia y sólida concertación opositora) y la carga histórica de la debacle del peledeísmo como tendencia política … Pero este último tema, naturalmente, por razones de espacio se tendrá que abordar en una próxima ocasión.
(*) El autor es abogado y politólogo
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