Se tiene la falsa creencia de que la labor del reportero, dentro del ejercicio del periodismo, es la que menos cultura demanda, porque supuestamente se limita a transcribir declaraciones emitidas por fuentes, mediante un conjunto de verbos manidos o muy usuales.
Pero para elaborar noticias hay que construir oraciones y párrafos correctos desde el punto de vista idiomático, dominar la técnica de la pirámide invertida y –lo que es más importante aún– ser un buen entrevistador, formulando preguntas inteligibles, que en ocasiones pueden ser calificadas de capciosas por entrevistados, que inclusive pueden dirigir sus quejas a ejecutivos de medios.
No son pocos los reporteros que han sido objeto de autocensura por los propios medios donde laboran, mutilándoles textos, excluyéndole la publicación o siendo cancelados del trabajo. En algunos casos atribuyen indisciplina o falta de ética, pero no siempre es así. A veces hay autocensura por razones ideológicas o sencillamente para resultar graciosos a funcionarios gubernamentales.
Sin embargo, tanto la censura (persecución gubernamental, del narcotráfico u otros sectores de poder) como la autocensura (persecución de los medios donde se trabaja) recaen mayoritariamente hacia los creadores de opinión pública, como los que tienen columnas de comentarios, analistas y articulistas, en los que sus ideas o enfoques son la característica principal de sus escritos.
Hay artículos que han provocado la muerte de sus autores, casos Orlando Martínez y Narciso González, entre otros, lo que revela grados de intolerancia extrema en la censura periodística.
El género opinión, empero, no es exclusivo de la prensa. En la práctica, con el enorme crecimiento cuantitativo y cualitativo de los medios audiovisuales y digitales es en la radio, en la televisión y mediante el internet donde más se comentan y se analizan temas de actualidad o de interés nacional.
Hay opiniones sosegadas, serenas, ecuánimes, pero hay otras que tocan sensibilidades de personas con poder político, económico o militar. Personas, en ocasiones, intolerantes a la libertad de expresión y ahí está el origen de los excesos.
En los gobiernos del PLD sobran ejemplos de comunicadores víctimas de censura en sus más amplias manifestaciones. No se conocen casos de asesinatos, pero ¿cuántos habrán muerto por accidentes inducidos, pues aflojar todas las tuercas de los neumáticos delanteros de vehículos de comunicadores opositores es un atentado criminal que practican los organismos de seguridad peledeístas desde el 1996?
La libertad de prensa en la República Dominicana es una pantalla. La propia publicidad gubernamental, dinero del presupuesto nacional, el cual se elabora con el pago del contribuyente, se usa como elemento de censura, pues no se le otorga a medios que no están en consonancia a las líneas bajadas diariamente por los que controlan los denominados anuncios del sector público.
Y la prueba está en la quiebra de centenares de medios escritos, digitales, radiofónicos y televisivos en toda la geografía nacional, sin que los gremios periodísticos se expresen sobre esa situación.
No critico que el Colegio Dominicano de Periodistas busque pensiones y otras conquistas sociales para comunicadores, pues se trata de acciones positivas.
Lo condenable es que el CDP guarde silencio ante los centenares de comunicadores que en todo el país son víctimas de censura de prensa gubernamental y de otros sectores, así como de autocensura, pues regularmente se excluyen programas de entrevistas y comentarios en la radio y en la televisión por razones que los propietarios de medios nunca exponen, pero que la gente sabe muy bien.