Considero que la autopista de San Isidro debe ser declarada en estado de emergencia por las autoridades que tienen gerencia en los asuntos del tránsito terrestre, sea el Ayuntamiento del municipio Santo Domingo Este, el Ministerio de Obras Públicas o el Instituto Nacional de Tránsito y Transporte Terrestre (Intrant).
Esa vía se ha convertido en un infierno, e intransitable, debido a la cantidad de conductores salvajes e imprudentes que a diario se desplazan por la zona.
Es utilizada como ruta opcional para tomar la autopista Las Américas, atravesando la Avenida Hípica que lleva al Hipódromo y a la Ciudad Juan Bosch. Es una estrategia para evadir los congestionamientos causados por la lentitud de los cinco semáforos ubicados en ese prolongado trayecto.
El problema principal radica en que las dos rayas amarillas que dividen los carriles han desaparecido por desgastes, situación que es aprovechada por los automovilistas de mentalidad inadaptables para rebasar a alta velocidad incluso por el carril contrario. Esa actitud, que al parecer se ha convertido en una cultura, provoca frecuentes accidentes con balances de muertes y heridos.
Lo razonable sería que las autoridades procedan con urgencia a señalizar el pavimento o colocar los denominados “Muros New Jersey” para evitar esos rebases temerarios y criminales, dejando así un espacio solo para doblar en las calles que conducen hacia los residenciales y las zonas francas.
Otro asunto que amerita una solución inmediata es corregir la precaria iluminación de la carretera. De noche es de alto riesgo transitar por ahí en virtud de que las bombillas del tendido eléctrico no alumbran con la intensidad necesaria, lo que obliga a muchos automovilistas a usar potentes luces led o neón para ver la pista oscura y también a los ignorantes transeúntes que suelen arriesgar la vida pasando de un lado a otro de la avenida delante de los vehículos.
De igual manera, hay que enfrentar la arrabalizaciòn imperante en los entornos de la autovía motivada a la proliferación de negocios informales de comida rápida o fondas; eso conlleva a algunos transportistas a estacionarse a la orilla de la estrecha vía para comer, en especial los camioneros.
La situación tiende a complicarse cuando los choferes del transporte público se paran en la pista a disputarse los pasajeros. Igual actitud asumen los de unas guaguas amarillas que utilizan las Zonas Francas para transportar a los empleados. Esas unidades permanecen todo el día estacionadas a lo largo de la concurrida carretera.
Decidí dedicar mi artículo de esta semana a este tema a solicitud de mis vecinos que a diario transitan, bajo pánico, por ese lugar tenebroso. Junto a uno de mis hijos he podido comprobar esa realidad. Son pocos los que ceden el paso y siempre se desplazan a alta velocidad. Es un desorden total.
En virtud de la gravedad del problema, en dos ocasiones he comunicado esta inquietud al Ministerio de Obras Públicas, a través de la Gerencia de Prensa y Relaciones Públicas, recibiendo como respuestas que mi preocupación ya fue expuesta al departamento correspondiente. Al menos, tuvieron la gentileza de darme acuse de recibo.
No entiendo por qué dar largas a un caso de este tipo. Somos muy dados a no tomar medidas preventivas y solo actúan cuando ocurren grandes tragedias. ¡Qué jodienda!
Ojalá el eficiente ministro de Obras Públicas, Gonzalo Castillo, mi compueblano, se entere de esto y ordene de inmediato actuar en consecuencia. Salvaría muchas vidas.