Un joven ha sido condenado por gran parte de los opinantes en las redes sociales. Lo acusan de haber cometido el -pecado capital- de llevar a otro joven, su pareja sentimental que había cumplido sus 18 años en enero último pasado, un regalo el Día de San Valentín, cuando hacemos un tributo al amor y la amistad.
Una acción noble, hermosa, ha desatado los demonios con mordaces críticas al espléndido muchacho, de parte de moralistas de nuevo cuño, erigidos en pontífices de la nueva ética de estos tiempos, en íconos referenciales del más férreo código que pauta la moral y el comportamiento recto.
El debate abre la posibilidad de aclarar varios puntos. El primero, no cometió el joven, es ocioso citar su nombre, pecado alguno, ni un atentado al pudor y a la moral pública.
Resulta risible ver los despiadados y degradante comentarios descalificantes, con elevada dosis de morbo, consideran como una afrenta el hecho realizado en el liceo Benito Juárez.
En pleno siglo XXI, en fragor de la Cuarta Revolución Industrial, la era digital y la inteligencia artificial nos rasgamos las vestiduras ante un acontecimiento baladí, común, propio de la especie humana.
Eso pone en evidencia que, pese al ostensible desarrollo de las redes sociales, de las tecnologías de la información y de la comunicación, de la inversión del cuatro por ciento en educación, con la jornada escolar extendida a la que está inserto el 70 por ciento de la población estudiantil del sector público, sigue siendo esta una sociedad mentalmente analfabeta.
Nadie tiene autoridad moral ni humana para condenar una expresión de plausible de amor, al parecer pura. Fue arriesgado el espléndido muchacho, sí, sin embargo no cometió acto impúdico, ofendió a nadie. Lo único censurable es que utilizara un espacio público como el liceo Bito Juárez, donde estudia su pareja, para entregar el regalo de San Valentín, un asunto de la exclusiva intimidad personal.
El debate debe estar centrado en la fragilidad, del protocolo de seguridad del centro docente, si es que lo hay. En un video colgado en las redes, el autor de la acción reveló que ingresó al Liceo con autorización del vigilante de la puerta, de una profesora de Química, con conocimiento de la Directora, cuyos nombres omitió.
Aparece el joven protagonista de la acción, con el presente, lo acompaña un amigo y varios estudiantes de ambos sexos del liceo mientras prepara la gran sorpresa, caminan juntos al encuentro del jovencito estudiante, donde selló su hazaña con un tímido beso.
Sórdida algarabía, gritos estridentes, fuertes aplausos llegaron hasta el cielo, estremecieron la comunidad docente y hogares cercanos. No así a la Dirección y a algún profesor que pudo haber impedido esa acción si la consideraban execrable, deleznable, un atentado a la moral y a las buenas costumbres.
Claro que hubo negligencia de la Dirección y del Cuerpo Docente, evidenciaron incapacidad gerencial, so los descalifica para realizar esas tareas. Son ellos los únicos censurables. Son ellos quienes deben ser sancionados por el Ministerio de Educación.
Quien asegura que, de igual manera que ingresaron los jóvenes ajenos al Liceo, no lo pueden hacer otros con intenciones hasta homicidas. No hay que olvidar que han realizado violaciones sexuales, varios pleitos y hasta agresiones con armas blancas a estudiantes en el interior de centros educativos en horas de recreo.
A los moralistas, de pose unos, simuladores los otros, vale recordarles que la orientación sexual, la simpatía por alguien del mismo sexo, la identificación, manifestación y expresión sexuales son conceptos distintos, aunque algunos los aborden de manera indistinta.
Hay suficientes investigaciones, científicamente bien sustentadas en la que así lo plantean y definen la homosexualidad algo innato, es decir, no es una enfermedad infecciosa, ni una moda . Quien viva a espaldas de esa realidad ignora la complejidad de la naturaleza humana.
No porque esas manifestaciones hayan sido arrastradas por la modernidad tecnológica ni el progreso ostensible de las redes sociales en la era digital. Obvio esas plataformas han servido de tribuna para la difusión y manifestaciones de esas manifestaciones propias de la sexualidad, a la que no escapan hasta algunos animales, desprovistos de capacidad analítica, intuición y conciencia para discernir.
Sería saludable repensar la sociedad en que vivimos. Una dosis de respeto a los derechos de los demás, tolerancia ante la diversidad sería la magia para convivir de manera pacífica y armoniosa en un mundo cambiante o, de lo contrario, seremos condenados al ostracismo y al olvido.