Cuando uno emprende con alegre libertad cualquier ruta finsemanaria, y ve la soberana verticalidad de nuestras cordilleras, y la elegre fiesta tintineante de nuestros arroyos, y la elegante parsimonia de nuestros ríos cardinales, y el verde cien por ciento que se pierde en cualquier distancia, y la transparencia del aire portador de alas, y las nubes que desde el Este nos traen el generoso regalo del agua, y el laborioso afán de los hombres y mujeres más simples que buscan cada parto labrantío…Cuando uno goza este enorme privilegio que nos ha tocado inevitablemente piensa: “¡Carajo, qué país tan rico y tan mal administrado!”