Por Jesús Rojas-Un huracán puede ser seco, mojado o catastrófico cuando adquiere y desata su poder destructivo combinado con vientos, mareas, lluvias, oleaje, y presión barométrica, entre otros factores climáticos. Ese coctel en la atmósfera, proyectado sobre un punto fijo de latitud y longitud, arrasa todo lo que halla a su paso y en su diámetro en el planeta.
Dorian ha quedado en la historia como el ciclón que se negó a morir luego de dos semanas de castigo continuo al archipiélago de las Bahamas, de más de 700 islas, cayos e islotes, donde la magnitud de los daños materiales ha superado todo lo visto por varias generaciones desde hace 85 años en ese paraíso tropical, ahora sin agua potable, alimentos ni energía eléctrica, convertido en un infierno.
Según el Po-Pol Vuh, o libro del pueblo de los mayas, la palabra hurakán significa “corazón del cielo” y está relacionada con el más grande de los dioses, la tormenta. Los historiadores aseguran que lo más probable es que el vocablo haya pasado de los mayas en tierra firme a los taínos en las islas caribeñas, quienes lo definían como “centro del viento”, mientras tiene otros nombres diferentes en distintas regiones del mundo.
Más allá de los orígenes, mitos y leyendas, la ciencia de la meteorología ha logrado descifrar algunos secretos técnicos de esa máquina de destrucción que utiliza la naturaleza para desequilibrar y renovar por unas horas el delicado equilibrio de los elementos y seres vivos en el entorno ecológico que nos rodea, llámese San Zenón, Irene, Betzy, Irma o María.
Dorian fue calificado categoría 5, la máxima en la escala de medición Saffir-Simpson, según la intensidad del viento, la cual fue desarrollada en 1969 por el ingeniero Herber Saffir, y el director del Centro Nacional de Huracanes de los Estados Unidos, Robert “Bob” Simpson.
El meteoro desarrolló un diámetro de 202 millas, y un extenso cilindro vertical de 42-mil pies de altitud, creando en su núcleo potentes descargas eléctricas e intensas lluvias que asolaron a su paso el limitado terreno bahamense, lo que se completó con una marejada ciclónica superior a 20 pies sobre el nivel normal en un terreno a ras del agua del Atlántico, cuya mayor altitud son diez metros.
No satisfecho con ello, Dorian generó vientos en su centro con velocidades superiores a 300 kilómetros, los cuales se desplazaban en rachas mayores a 200 kilómetros por hora, en su cuadrante intenso del nordeste, llegando a distancias de 260 kilómetros de su origen. Su condición de “ciclón estacionario” por más de 72 horas y oscilando su nivel de pulverizó lo poco que quedaba en pie, dejando un margen destructivo sin precedentes en la historia moderna.
El sudeste de la Florida no sufrió los embates peores de Dorian por ubicarse en su flanco débil, es decir, el oeste-suroeste, con los vientos más débiles fluyendo desde el occidente hacia el mar, en el este, o de norte a sur. Además, las Bahamas son topes de volcanes submarinos gigantes rodeados de profundidades extremas hacia zonas abismales en el Atlántico, lo que sumado a la llamada marea reina desbordó el vaso.
Los nuevos meteorólogos han quedado deslumbrados por la magnitud de este ciclón en virtud de su alcance, posición, transformación con el paso de los días, incertidumbre de traslación y capacidad de destrucción manifiesta reflejada en un retrato que será recordado dentro de los próximos 50 años en el salón de la fama de los huracanes más dolorosos y destructivos de la belleza escalofriante del Caribe en temporada de ciclones.
Como en la novela de Óscar Wilde, El retrato de Dorian Gray, resta esperar el final trágico de Dorian –el ciclón, que se empeñó en mostrar su peor cara– con la narración final del personaje inglés al descubrir el horror de perder el candor de su mortal belleza y letal juventud, dando paso a las canas y arrugas reflejada en el lienzo pintado por su amigo asesinado Basilio:
“Súbitamente, Dorian sintió asco de su belleza, que le arruinó la vida; su belleza y la juventud implorada. Sólo podía aspirar a una nueva vida, y si se volvía pura, quizá las malas pasiones se borrarían de su retrato. Subió a verlo. Entró en la habitación y corrió la colcha. El rostro seguía repugnante. Sus fechorías se agolparon en su mente. El cuchillo con que asesinó al pintor le ayudaría a destruir la pintura.
Se oyeron un grito y un crujido. Los criados acudieron al cuarto y encontraron un soberbio retrato del amo, tal como lo vieron la última vez, en el esplendor de su juventud y belleza. En el suelo había un hombre muerto, con un cuchillo en el corazón. Era un hombre marchito, arrugado y de rostro repulsivo: era Dorian Gray.”