Tanto le afanó la ex primera dama y dos veces candidata presidencial guatemalteca, Sandra Torres, por alcanzar la presidencia de la República, mandando a derribar cualquier pared y apartando a como diera lugar los obstáculos interpuestos en su camino: políticos, constitucionales o legales, pero lo único que le ha quedado asegurado como colofón de su sed de poder, es un pequeño especio acomodado en una prisión donde podría residir por varios años.
Fue la gran sorpresa del país y de sus propios compañeros del Partido Unión Nacional de la Esperanza, cuando anunció su determinación de lanzarse a competir por la candidatura presidencial para suceder a su esposo, Álvaro Colón Caballeros, y aunque tal aspiración rayaba en el nepotismo,desproporcionaba la competencia interna y era inconstitucional, la llevó adelante contra viento y marea.
La Constitución de la República de Guatemala prohibía expresamente que los familiares del presidente de turno hasta el cuarto grado de consanguinidad y segundo de afinidad pudieran aspirar a sustituirle, pero ella después de poner a todo el gobierno de su lado en el propósito de la candidatura, brincó el obstáculo constitucional de forma olímpica.
Lloró públicamente para expresar lo que significaba para ella su matrimonio y todo lo que amaba a su esposo, “pero con todo el dolor de mi alma comunico que me divorcio del presidente para casarme con el pueblo”.
Las iglesias se quedaron boquiabiertas y el liderazgo de opinión enfocó el divorcio como una farsa, aunque relatos posteriores dieran cuenta que lo ficticio en realidad era el matrimonio que simulaba llevar la pareja presidencial.
Doña Sandra nadó mucho pero murió en la orilla porque un cómico y predicador evangélico llamado Jimmy Morales, se hizo más creíble que ella y en segunda ronda la derrotó.
Sin embargo, el proyecto presidencial de una mujer dispuesta a todo por alcanzar su meta se mantuvo vivo y en la próxima contienda se proyectada en primer lugar en toda las encuestas, hasta que emergió otro aguafiestas que también la derrotó, Alejandro Giammattei, actual presidente de Guatemala.
Lo lamentable es que a Sandra Torres no sólo le ha quedado la amarga experiencia de una segunda derrota, sino que esta vez también ha quedado un expediente por aportes económicos no declarados y asociación con otros ilícitos, razón por la que ha sido apresada.
Su abogado, Vinicio Salvatierra, de manera muy dramática advirtió sobre el peligro que representa para la ex primera dama el mantenimiento en prisión, alegando que su defendida padece de arritmias cardíacas, hipertensión arterial y de neuralgia. Y, más discretamente presentó alegatos de afecciones mentales.
El Instituto Nacional de Ciencias Forenses de Guatemala, luego de las experticias correspondientes ha certificado que la señora no tiene ningún padecimiento físico que amerite hospitalización, ni trastornos mentales que la puedan incapacitar para enfrentar el proceso penal que tiene por delante.
Su participación en la política venía siendo ruidosa desde sus menejos en el Consejo de Cohesión Social, que usó como plataforma clientelista, pero aún así cuando poder y recursos se obstinan no hay para nadie.
El problema es que después las facturas llegan, y a veces, en la propia curva de la existencia, con escasa oportunidad de recuperarse y dejando a generaciones marcadas por el descrédito.
Para doña Sandra, diez años de prisión serían toda una vida y su partido está expuesto a la anulación.
Nadie aprende en cabeza ajena pero la política es un laboratorio social de lecciones constantes.