Los humanos debiéramos aprender a sobrevivir como lo hacen las hormigas, diminutas figuras irracionales con una extraordinaria organización social y política que hemos ignorado por millones de años.
Desde mis estudios de la secundaria he dado seguimiento a la vida de los animales irracionales, sobre todo por las maniobras que hacen para sobrevivir. Son un ejemplo de perseverancia. De ellos he aprendido a luchar y enfrentar las vicisitudes.
Muchas de las relaciones sociales entre los seres vivos tienen que ver con la supervivencia: comer o ser comidos. Algunos animales, se agrupan o trabajan con el fin de sumar sus esfuerzos y defenderse. Un ejemplo lo constituyen las hormigas, las aves y otros seres vivientes que conviven en colonias y se encuentran muy modificadas por su adaptación a una vida social.
En ese reino no existe el individualismo ni la discriminación de clases. Los alimentos se reparten en condiciones igualitarias.
Los investigadores Juan José Ibáñez, doctor en Ciencias Biológicas, autor del libro “La Comunicación de las Hormigas, Inteligencia Distributiva y La división del Trabajo”, y Maurice Maeterlinck, premio Nobel de Literatura, en su obra “La vida de las hormigas”, nos ofrecen detalles importantes de esos seres vivos, que no debiéramos ignorar.
Las hormigas viven en nidos formando grandes sociedades, en la que existe una gran división de trabajo entre varias castas especializadas. Existen más de seis mil especies distintas y todas ellas son sociables, si bien sus comunidades oscilan desde una docena de individuos hasta varios millones.
Su organización social es un matriarcado, dirigido por la reina, generalmente única hembra desarrollada y fértil. Las hormigas obreras cuidan a las larvas, las alimentan y las lavan.
El hormiguero consiste en un pasadizo perpendicular, que tiene varias gallerías laterales, sin salida, destinadas al almacenaje de la comida en sus profundidades, y dispone de una especie de cuartos de estar y basurero cerca de la superficie.
La base de la organización es la especialización, pues cada una tiene sus propias obligaciones. Dentro del comportamiento social existe la jerarquía, es decir, que hay quien manda o mantiene el orden y las demás obedecen.
Las más numerosas son las obreras o soldados, las más pequeñas de la comunidad. Su tarea es agrandar, mantener y defender el hormiguero, recoger comida, alimentar, cuidar a la reina y a las crías. Son las que realizan el trabajo esencial de la colonia.
Gran parte de la conducta de una hormiga obrera resulta de la imitación de sus mayores. Las más jóvenes o novatas deben aprender la disposición del terreno que rodea su nido, de manera que pueda volver a él después de una expedición en busca de víveres. Estas obreras inician las diversas actividades del hormiguero y son un ejemplo para las demás hormigas.
Conducen sus rebaños a diferentes plantas del jardín para asegurarse de que tengan suficiente comida. Es un ejemplo de maternidad responsable.
Entre las hormigas obreras no hay capataz alguno. Estos insectos construyen sus senderos sin recibir ninguna consigna y sin intercambio de información que valga, según un estudio publicado en la revista Proceedings of the Royal Society B.
Las hormigas soldado tienen la cabeza grande y la mandíbula fuerte porque su labor es luchar y triturar alimentos duros. Las reinas son más grandes y aladas hasta que son fertilizadas. Su labor es poner huevos casi constantemente, excepto durante el tiempo invernal.
Se comunican entre sí con las delgadas antenas a una distancia de mil metros, también utilizando las feromonas, sonidos y el tacto. El uso de feromonas como señales químicas está más desarrollado en las hormigas que en otros grupos de insectos. Su sistema de comunicación, además, despierta el asombro, y nos recuerda a la telepatía.
Como el hombre, también ellas cuentan con ejércitos organizados; algunas se han especializado en una suerte de ganadería y otras parecen haber aprendido a cultivar sus alimentos.
Cuando mueren o son asesinadas, sus compañeras recogen los cadáveres y se las llevan al hormiguero. Esto se debe a que cuando fallecen, por la causa que sea, en un tiempo aproximado de 48 horas, su cuerpo comienza a desprender una sustancia, la cual es detectada por la comunidad, que emprende de inmediato las labores de recuperación del cadáver. Esto fue descubierto por el entomólogo estadounidense Edward O. Wilson.
La investigadora Dana N. Jesse Kendall nos ofrece un dato curioso sobre el destino final de esas criaturas: "Las abejas y las hormigas pertenecen a la misma familia (himenópteros), por lo que sus cuerpos muertos van a liberar feromonas similares una vez que mueran. Las hormigas protegen su nido y entierran los cuerpos de sus hermanas muertas lo más lejos posible del nido".
Leí una vez (buscaré de nuevo la fuente de datos) que al morir ellas organizan el funeral designando comisiones para el entierro, una guardia de honor para rendir tributos a la compañera caída y proteger su cadáver de los depredadores, y hasta leen un panegírico póstumo.
En el buen sentido de la palabra, nunca abandonan a sus muertos.