Era capaz (me consta) de dejar a quien fuera con la palabra en la boca porque “señor, lo llaman de la Fundación Progressio”. Le importaba más (me consta) salvar un árbol que discutir intereses bancarios más o porcentajes menos. Gozaba más (me consta) las plantas del inmenso vivero que una gran cena empresarial. Sufría más la pérdida de un bosque que lo que acordara, bueno o malo, la Junta Monetaria. Era (me consta), más allá de su exitoso oficio empresarial, un defensor del mejor futuro de nuestros recursos naturales. Por todo eso que me consta, jamás olvidemos el buen ejemplo de Enrique Armenteros.