La percepción que el hombre antiguo tenía sobre el concepto de democracia era absolutamente negativa desde Sócrates hasta Aristóteles pasando por Platón. Es con la obra de Alexis de Tocqueville que la democracia pasa a tener una connotación positiva entre los tratadistas. Es decir, la democracia con contenido positivo es el producto de la Revolución que fundó a Estados Unidos de América. Hecho que ocurrió en el siglo XVIII y que se mantiene todavía luego de pasar por serias amenazas en el siglo XX. Es por tanto, a partir de la era moderna que se puede analizar la calidad de la democracia.
Ahora en el siglo XXI, no se habla solo de democracia sino que se emplean diversos métodos mediante los cuales se busca determinar el grado de veracidad, de certeza y de calidad de la democracia. Se puede pues medir la calidad de la democracia dominicana expresada en las primarias que acaban de concluir en nuestro país. En las que, de entrada, puede afirmarse, que más que proceso legitimador del sistema democrático, ha resultado traumático cuando menos en lo que concierne al PLD y a la JCE. A raíz de dicho evento, el partido de gobierno ha quedado fragmentado y el órgano que la Constitución contempla para administrar el proceso electoral ha quedado en una situación embarazosa. Así las cosas, habría de concluirse en que en lugar de potenciar la democracia, las primarias han bajado su calidad.
Las elecciones, para decirlo en términos de Juan Jacobo Rousseau, son el proceso mediante el cual la fracción de soberanía que pertenece a cada ciudadano (individualmente), se expresa mediante sufragio universal y secreto, pero que al emitirse de manera conjunta, da lugar a lo que dicho autor llama voluntad general, entendida esta última como la lucha por conseguir el bienestar colectivo, el bien común. Objeto que, como se comprenderá, no está exento de conflictos.
Obvio, dicho bien común se debe poner en contexto pues dicha voluntad general se expresará en función de la forma de gobierno, en nuestro caso, el gobierno democrático, pero sucede que el gobierno democrático puede existir bajo una monarquía, una aristocracia y de una democracia clientelar como es el caso de la dominicana.
Si seguimos el discurso marxista habría que añadir el contexto de las sociedades clasistas, pues bajo el régimen feudal, democracia es lo que propende al bien común del señor feudal con exclusión de las clases subalternas de ese régimen; en igual sentido, bajo el régimen capitalista es democracia todo lo que implique la reproducción de los valores institucionales del conjunto de la burguesía; en cambio, la democracia clientelar es aquella en que el bien común existe en función de los intereses de una nomenclatura parasitaria que administra el Estado en beneficio de la oligarquía tradicional, las transnacionales y ciertos grupos ligados a la partidocracia que viven de medrar en el Estado. Por ello, para Norberto Bobbio, los términos “estado y dictadura” son sinónimos en el sentido de que es todo aparato que administra los intereses comunes del grupo o facción de la clase dominante que, además, detenta el poder político. El comité político del PLD se ha convertido en una nomenclatura que administra el Estado en su propio provecho.
Así, en el caso dominicano, la idea de gobierno democrático desde el punto de vista institucional está concebido en función del artículo siete (7) de nuestra Constitución, es decir: en función de que somos un Estado Social y Democrático de Derecho. Eufemismo con el cual se pretende expresar que no somos una sociedad clasista sino que buscamos lo que Platón llamaba el justo medio, esto es: hacer que la media de la población goce de derechos democráticos idénticos, de iguales oportunidades y de un mínimo existencial a partir del cual, cada quien, pueda realizar su proyecto personal de vida. Pero en términos de Ferdinand Lasalle, en concreto lo que tenemos es una nomenclatura parasitaria cuyo único objeto es succionar los recursos del Estado provenientes de los impuestos que recaudan, los empréstitos y la corrupción. Por tanto, no les importa la calidad de la democracia, en pocas palabras, las leyes y la Constitución reciben el mismo trato que recibían bajo el Estado Liberal: son un instrumento para golpear a los contrarios y a las clases subalternas. Es pues un mito.
La lucha desde el Estado, desde el gobierno o desde los gobiernos, por lograr la meta institucional se ve obstaculizada por los intereses de la nomenclatura parasitaria, es lo que en términos constitucionales dominicanos se podría llamar búsqueda del bien común. Al presente, ningún partido político persigue el bien común institucional, todos luchan por administrar el tesoro público en provecho de grupos parasitarios.
Pero esta pretensión tiene un gran obstáculo consistente en que la clase política dominicana -usualmente llamada partidocracia-, no sabe ni le interesa saber, lo que es el bien común; por tanto, el clientelismo político imperante mata toda posibilidad de obtener el buscado y no encontrado bien común. Circunstancia que podemos observar en la crisis que presenta hoy el partido de gobierno, porque en el proceso político dominicano los grupos y las clases sociales no consiguen mediante el voto influir sobre el poder sino al revés la facción en el poder tiene la capacidad de manipular las elecciones de modo tal que, de ordinario, consigue manipular la voluntad popular debido a que no siente ningún respeto por la Constitución ni por las leyes. En este plano seguimos bajo los dictados del Leviatán Absolutista a lo Thomas Hobbes.
Pero como bien expresa el politólogo norteamericano Robert Dahl, este hecho, no debe conducir a adjurar de la democracia sino a determinar el grado de avance y de madurez de esta, pues como dijo Rousseau, quizás no exista democracia en ningún gobierno, en ninguna sociedad, pero este es el ideal que toda sociedad debe perseguir. De donde se infiere que es medible la calidad de la democracia, es decir: el alejamiento o el acercamiento que puede presentar una sociedad en la consecución de tal meta. Lo cual puede obtenerse no apelando al concepto de democracia de Winston Churchill sino analizando la participación ciudadana en los procesos electorales y la diafanidad de estos. No en función de si han sido o no justas sino en función de la percepción que de dicha participación y diafanidad, se haga la opinión pública. En el caso que nos ocupa, la percepción es la que la gestión de las primarias estuvo controlada por el poder político de la nomenclatura parasitaria enquistada en el poder cuando menos en lo que se refiere a la elección presidencial del precandidato del Partido de la Liberación Dominicana.
Este grado de desarrollo democrático puede medirse por el grado de participación política en las elecciones, por tanto, cuando Juan Bosch dice que el objeto de su gobierno constitucional de 1963 era dar participación en la vida política –entiéndase en el gobierno- a los que NUNCA habían accedido al gobierno por ser gente considerada de tercera o no perteneciente a los grupos con abolengo, riqueza o poder político. Este ciclo, que es a lo que se ha dado en llamar boschismo, quedó cerrado con la ley de partidos y agrupaciones políticas No. 33-18, pues la misma convierte las elecciones dominicanas en un evento para la plutocracia, para los adinerados. Por tanto, la participación política en elecciones, sean estas primarias, congresuales municipales y nacionales, es de baja calidad democrática dado el alto grado de incertidumbre que las mismas conllevan debido a la falta de confianza en los administradores del proceso siempre prestos a colocarse al servicio de la nomenclatura parasitaria en el poder.
Los resultados han sido tan negativos, que Leonel amenaza con salir del PLD y la nomenclatura parasitaria está empujándolo a ello. De manera, que antes que estabilizar y ensanchar el proceso democrático la baja calidad de las primarias están sirviendo para atomizar el sistema de partidos, el cual viene en crisis desde la desaparición física de los líderes históricos. La pregunta ahora es qué partido formará Leonel y cuál será el objeto del mismo toda vez que a Leonel se le ve no solo como el principal líder político del país sino como el arquitecto de la nomenclatura parasitaria que hoy gobierna el Estado. Por tanto, cabe preguntarse ¿Qué rol jugará el nuevo partido en el sistema de democracia clientelar imperante? ¿Más de lo mismo? ¿Diferencia en qué?
Esto es válido, de manera general, también para Centroamérica por otras razones, por ejemplo, debido a la exclusión de que son víctimas las denominadas naciones originarias, lo cual es un hecho común a todas esas naciones sin exclusiones y con matices respecto a los pobres, por ejemplo Nicaragua, El Salvador y Costa Rica tienen una participación mayor de las masas populares en sus procesos electivos; en cambio, Guatemala, Honduras, Belice y Panamá tienen una baja participación eleccionarias no solo de indígenas sino de pobres.
En conclusión, la medición de la calidad de la democracia en esta subregión, llamada Mesoamérica, desde la perspectiva de las elecciones y la participación popular en ellas, obliga a emplear el método de la elección racional del politólogo Arthur Bentley, y no el de cifras para medir el grado de la calidad de la democracia, pues las elecciones y la participación, de estos pueblos que buscan identidad como naciones originarias, derecho a participar en elecciones y a ser integrados al seno de la sociedad con su cultura tienen connotación diferente a la dominicana.
En República Dominicana, el tema se circunscribe a que la racionalidad del voto no sea valorada en función del clientelismo político sino en función de la institucionalidad, la constitucionalidad y la democracia. Sin embargo, la ideología del poderoso caballero Don dinero, de que nos habla Lope de Vega, junto a que la voluntad que se expresa en él, no es la del pueblo sino la de los grupos de interés y la de la partidocracia, es un reto no solo de Leonel sino de toda la partidocracia. DLH-12-10-2019