Aprovecho este viernes escapista para reiterar algo que no debe esperar más tiempo, dada la obligación de dejar para la posteridad un testimonio que pueda ser inscrito en letras de oro en la crónica suprema del tiempo: rindamos homenaje grandilocuente a un humilde componente de la vida que siempre ha estado en las penumbras del olvido, lejos de la buena fama y hasta vituperado sardónicamente, aunque en ocasiones nos auxilia en los momentos orgánicos más apremiantes en toda lejanía montuna (de lo que puedo dar constancia): la Tuza del Maíz. (Dejo aquí el primer llamado a ese merecido reconocimiento a sus valiosos servicios).