El 4 de noviembre del 2016 escribí un en el cual me refería al acucioso investigador estadounidense Alvin Toffler quien publicó en el 1979 un libro titulado “La Tercera Ola”. Tuve el privilegio de leerlo hace varios años y aún lo tengo como una consulta bibliográfica obligada.
Se trata de un experimento para demostrar que las sociedades libres y abiertas no son inmunes al atractivo de ideologías autoritarias y dictatoriales. Tampoco, a los justos reclamos de las personas empobrecidas, explotadas, a tener derecho a una sobrevivencia digna sin discriminación y en el marco del debido respeto.
La primera ola se refiere a una sociedad agrícola en la que su economía se sustenta en la siembra, mantenimiento y cosecha de productos.
La segunda habla del surgimiento de la revolución industrial que da origen a las innovaciones tecnológicas que, al sustituir la habilidad humana por la maquinaria y la fuerza humana y animal por energía mecánica, provoca el paso desde la producción artesanal a la fabril, dando así lugar al nacimiento de la economía moderna.
La tercera comenta la información, una etapa que ha transformado todos los espacios de nuestra vida.
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La tesis de Toffler consigna que las sociedades industriales de la segunda ola entraron en crisis, lo cual afecta a todo su sistema, ocasionando la muerte del industrialismo y el nacimiento de una nueva sociedad posindustrial que producirá nuevas relaciones en la economía, familia, trabajo, estilos de vida y comunicación.
La sociedad de la información está determinada por un modo muy sui generis donde la comunicación empalma todas las actividades (educación, entretenimiento, industria, comercio, etc.) y en la que se desarrolla un crecimiento acelerado de las Tecnologías de la Información y Comunicación (TICS) que trascienden en todos los sectores sociales.
Esas teorías marcan las pautas para dar paso a reacciones de naturaleza sociopolíticas las cuales vemos reflejadas en las inmensas caravanas de inmigrantes latinoamericanos y de otras nacionalidades que pretenden llegar a otros territorios, principalmente estadounidenses, huyéndole al hambre que impera en sus respectivos países.
Este fenómeno social es fruto, entre otros factores, de la explotación sistemática de los recursos naturales en las naciones en vía de desarrollo por parte de los países ricos, situación que ha elevado los niveles de pobreza, la desigualdad social y económica a millones de personas en el mundo, que hoy tratan de sobrevivir junto a sus hijos emigrando a las tierras de los tradicionales explotadores.
La sociedad de la información también ha permitido a la humanidad expresarse cuando los derechos son vulnerados, de manera descarada y abusiva, por los gobernantes y otros sectores de poder que se creen los “non plus ultra” (que pueden extralimitarse más allá de sus obligaciones), con patente de corso para hacer lo que les viene en ganas.
Esa herramienta dio nacimiento a las redes sociales, una excelente vía para que los ciudadanos puedan expresarse, protestar y demandar de la clase gobernante mejores condiciones de vida, así como exigir soluciones a los problemas políticos, sociales y económicos.
Precisamente, es lo que estado ocurriendo en países como Brasil, Colombia, Venezuela, Chile, España, Ecuador, Perú, Haití y otros destinos universales.
América Latina ha sido escenario de importantes protestas, destacándose entre estas las de Ecuador y Chile, estallidos sociales que nacieron tras las torpes decisiones del gobierno liderado por Lenín Moreno en Ecuador y Sebastián Piñera en Chile, que provocaron una inmediata reacción de la sociedad civil con la secuela de violencias que ya han provocado varias muertes, como en Haití etiquetado hoy como un Estado fallido.
Destrucción de locales y servicios públicos, saqueos de supermercados, pérdidas millonarias y enfrentamientos entre las policías y manifestantes han sido parte de estas manifestaciones en esos países que dejaron sumidas en el caos a ciudades enteras.
Es una pena que sucedan esos acontecimientos, que se tenga que recurrir a la violencia, para hacer valer sus derechos.
Las protestas violentas no se detendrán (y así debe ser) hasta tanto los gobernantes entiendan que los ciudadanos merecen vivir con dignidad. El fin justifica los medios.
Los gobiernos solo ceden a las exigencias del pueblo cuando surgen estallidos sociales. Desde el poder sirven a los suyos, enriqueciéndolos, y de peones a las minorías encarnadas en el sector empresarial, quienes son compensados con exoneraciones de impuestos y otros beneficios burocráticos como retribución a los aportes financieros a las campañas electorales.
No nos engañemos. Los empresarios son los que gobiernan en nuestros frágiles países. Los presidentes son simples títeres de ese sector, una pieza del ajedrez político, con la agravante de que algunos se convierten en dictadores.