El mundo de la sabiduría, ya sean los cultivadores del mundo científico o del arte, han de mostrar su liderazgo responsable y creativo, sobre todo para hacernos más llevadera la vida. Subsiguientemente, más allá de avivar el conocimiento, también se requieren activistas del bien común, personas con una visión equitativa, ejemplarizante con el bienestar colectivo.
Hoy más que nunca se demanda de esos quijotes, siempre en guardia y con apertura universal, dispuestos siempre a cooperar y a compartir recursos con todos, y a fomentar contextos armónicos en una casa que ha de ser común a toda vida humana. Por ello, es menester que renazcan otros guías, con otras voces más éticas en su obrar, para que podamos reorientarnos hacia rumbos más honestos y naturales con la estética viviente. De nada sirve formarse si luego uno es incapaz de armonizar entre lo que siente y hace, entre lo que dice y piensa, pues lo importante no es saber más, sino vivir mejor; de ahí la importancia, de activar la mente, pero también de proyectar el corazón en un sentido de hacer familia, de promocionar en suma un espíritu fraternal, orientado a mejorar nuestro transito por el planeta, y por ende, la también supervivencia de los territorios.
La creatividad de un liderazgo tiene que partir de su capacidad de servicio, de entrega incondicional y de escucha permanente. Desde luego, para reconducir un pueblo, un país, un continente, la primera tarea consiste en desapegarse de cualquier vínculo mercantilista. El camino del dinero no es la solución para nada. El auténtico dirigente ha de ser puente de unión y unidad. Se me ocurre pensar en los progresos conseguidos en los últimos años, tanto en el mundo de la ciencia como en el del arte, sin embargo, no todo el mundo puede disfrutar de ese avance. Ahora se habla de “la ciencia abierta”, de que puede ser un paso fundamental para abordar estas disparidades y cerrar las brechas existentes, entre los diversos países, cuando hablamos de acceso a esa tecnología e innovación y del disfrute de sus beneficios.
Lo mismo sucede con el rico tesoro del arte, con esa caligrafía intimista que nos invita al diálogo con nosotros mismos, a esa exploración con la estética que es lo que realmente nos trasciende y alienta. Además, tanto la ciencia como el arte, tienen un papel fundamental en la construcción de la paz al fomentar la cooperación entre espacios y moradores diversos. Ahora bien, como apuntó en su tiempo el filósofo y científico alemán Hermann Keyserling (1880-1946), “la multitud por si sola nunca llega a nada si no tiene un líder que la guíe”, máxime en una época en el que el escándalo de los hipócritas nos ha dejado sin alma; aunque bien es verdad que, tras los infortunios, suele salir un nuevo amanecer.
El mundo de la hipocresía, cima de todas las maldades, nos impide encontrarnos con el amor, pues cada día más gentes caminan con un corazón cerrado, ensimismados en su mundo, en sus propios sentimientos, en sus exclusivas ideas. Por eso, es fundamental tomar otros liderazgos más auténticos, que rehúyan de la intolerancia y del sectarismo, promoviendo actitudes de respeto y de diálogo constructivo. No podemos dejar de criticar la intolerancia de algunos líderes políticos, e inclusive religiosos, que desgraciadamente hoy se están manifestando en diversas naciones. La religión, como la verdadera política, ha de ser fuente de asistencia, de comprensión, de paz en suma. Lo que suele comenzar como una mera crisis suele llegar a ser una emergencia humanitaria. Pienso en tantos enfrentamientos inútiles, separatistas, cuyos responsables hay que llevarlos ante la justicia. Desde luego, hay que combatir la impunidad si en verdad queremos un mundo más seguro para todos.
Urge, por tanto, revisar los liderazgos. Fomentar otros propósitos. Tengamos presente que más de una vez acabamos engañándonos a nosotros mismos. Sin duda, hay que poner más coraje en el cambio, sobre todo con aquellas personas que trazan horizontes y tejen caminos de esperanza, pues millones de personas en todo el mundo aún viven sin techo o en casas inadecuadas, aparte de que todavía existe la posición de que cuando una persona deja de ser productiva, se le puede apartar, y por ende, excluirla y someterla a todo tipo de abusos y desprecios. Confiemos en que los nuevos mentores, piensen más en esa población mundial envejecida, que requiere de los Estados el apoyo necesario para el bienestar de su ocaso, y no se les ofrece. No podemos ocultar esta triste realidad. Realmente, confieso que el ingenio no me conmueve, a mí lo que verdaderamente me asombra es la bondad de esa gente entregada a los demás, a cambio de nada. Esto sí que lo admiro y lo aplaudo a corazón abierto. Extiéndase entre todos el manjar de esta virtud. Ojalá nos enamore este semblante de donación, porque en realidad también aprenderemos a ser felices, haciendo humanidad.
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Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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6 de noviembre de 2019.-