La historia de Bolivia estará dividida en antes y después de Evo Morales, cuyo principal delito, según dice, es “ser indígena y cocalero”, sin acceso a una educación privilegiada en su país o en el extranjero.
Los gobiernos democráticos de izquierda han ido desapareciendo uno tras otro luego de intensas luchas internas donde la mano de la derecha y de los Estados Unidos ha estado marcadamente presente desestabilizando sus economías y propiciando protestas populares que nada tienen de espontáneas.
Chile fue un gran ejemplo durante la gestión de Salvador Allende a comienzos de los años 70. Su intento por establecer un gobierno con equidad política, económica y social fue derrocado mediante un golpe de Estado sangriento. Más recientemente Brasil. Ecuador, Venezuela, Nicaragua, Cuba, han sufrido consecuencias parecidas.
El presidente Maduro se sostiene a duras penas; las sanciones económicas y el aislamiento de Cuba, no cesan a pesar de las constantes resoluciones de las Naciones Unidas en contra. China, con sus inversiones en el hemisferio y su ágil política diplomática se ha convertido en un problema para Estados Unidos que tiene que afianzar sus vínculos con América Latina. China avanza en todo el mundo sin tirar un solo tiro, sin invadir ningún país; Estados Unidos retrocede haciéndole la guerra al mundo.
Volvamos a Bolivia. Evo encontró un país devastado por la desigualdad, con más del 63% de su población de once millones en extrema pobreza, un altísimo nivel de analfabetismo que fue resuelto en apenas 17 meses, reconocido por las Naciones Unidas. La inversión en salud pública fue cuantiosa; aumentó enormemente el ingreso per cápita; ese país tenía una deuda externa enorme, 52% de su Producto Interno Bruto, reduciéndola a tan solo 24%. Los indígenas, tan ignorados, maltratados, enjaulados y asesinados, pasaron a ocupar un lugar preponderante en la sociedad boliviana. El gas natural que tanto abunda en Bolivia dejó de ser un instrumento de riqueza mal habida de generales y grandes magnates para ponerlo al servicio del pueblo. Evo fue sin duda un gran presidente.
Creyó que su liderazgo, su impronta, le permitiría enfrentar a sus poderosos enemigos internos y externos. Llegó un momento en que la correlación de fuerzas no le favorecía. Los militares, como siempre al servicio de los peores intereses de sus propios países y pueblos, conspiraron en su contra financiados por los contrarios. Los resultados son de todos conocidos. Evo se vio obligado a renunciar tras unas elecciones evidentemente controversiales.
Pese a sus logros como presidente, “indígena y cocalero”, Evo no escuchó el corazón del pueblo cuando perdió el referéndum. 13 años después de estar al frente del Estado la gente quería un cambio, no del sistema, sino del propio Evo. ¿No había nadie que dentro de su partido lo sustituyera y continuara su obra de gobierno? ¡Claro que sí! Pero se obstinó; se le nubló la inteligencia política, el olfato. No puso el oído en el corazón de la gente.
Todo parece indicar que en América Latina el poder obnubila y permea el sentido común de la política. De todos modos, la lucha popular continúa en toda la región. No puede ser de otro modo mientras persista la miseria, es cuestión de vida o de muerte.
Pese a determinados avances relativos, éste sigue siendo el hemisferio más desigual del mundo, con alrededor de 630 millones de habitantes, 46 millones de indígenas y 130 millones de afrodescendientes, la mayoría sin acceso a la salud, educación, alimentación, viviendas, agua potable, energía eléctrica, transporte, seguridad social, etc.
Como escribiera Juan Bosch en su importante obra “De Cristóbal Colón a Fidel Castro, El Caribe, Frontera Imperial, “la historia del Caribe es la historia de las luchas de los imperios contra los pueblos de la región para arrebatarles sus ricas tierras; es también la historia de las luchas de los imperios, uno contra otros, para arrebatarse porciones de lo que cada uno de ellos había conquistado; y es por último la historia de los pueblos del Caribe para libertarse de sus amos imperiales”.