Por Jesús Rojas. A la fecha, el expresidente de Bolivia, Evo Morales, debe estar disfrutando su asilo humanitario en México, soñando con resurgir de las cenizas tras de 14 años de gobierno autoritario, luego de renunciar al poder presionado por tres semanas de revuelta popular masiva democrática, el rechazo de la policía y las fuerzas armadas a su política de neopopulismo y de continuismo, la falsificación de procesos electorales y el desdén a la Constitución.
La utopía del socialismo del siglo XXI se le revirtió luego de violar y pisotear la Constitución, tomar el control de la justicia, intentar un fraude electoral y reprimir a la oposición política. El ensayo político-social, del que tanto se ufanaba el exjefe de Estado de origen indígena en el hemisferio, se fue a pique con la misma rapidez como colapsó la ideología que la sustentaba el siglo pasado en la antigua URSS, Cuba, Venezuela y Nicaragua.
Como hijo putativo de la posverdad, Evo Morales surgió de la marginalidad y con poca probabilidad de victoria. Su renuncia súbita confirma una vez más que cuando una élite criminal se apropia del poder, su destino inexorable, tarde o temprano, es el fracaso. La posverdad nace cuando lo emocional sustituye lo racional y objetivo, o se cultiva la creencia ciudadana con medias verdades, información o datos falsos.
El problema esencial de la utopía falaz o la mentira política de los denominados gobiernos “progresistas” consiste en que engendra algo más grave que el engaño o la ausencia de la verdad en sí: la traición de la confianza pública. Evo Morales traicionó a los indígenas que le dieron su apoyo absoluto a favor de una mejor sociedad boliviana, donde se garantizara la dignidad y el estado de derecho. No un cheque en blanco para uso de una oligarquía de hierro con guantes de seda, atizando el caos.
Los ciudadanos no se preocupan de la verdad porque sea verdad, sino por el contexto de la mentira que la adorna. Allí es donde encaja el mensaje del instrumento disociador y deformador llamado socialismo del siglo XXI.
La mentira, la manipulación y la desinformación ideológica, de mano de la nueva tecnología de la información y la comunicación subsisten en la era de la posverdad, al no describir la realidad con certeza o funcionar solo en la cabeza de quienes creen en ello a contrapelo de la realidad objetiva.
Las masas, ahora en parte individualizada por las nuevas tecnologías, cuando se sienten engañadas por la sociedad, la cultura, los partidos, los medios de comunicación y las instituciones impersonales, retoman su visión única del mundo haciendo estallar todo tipo de reacciones sociales contra las políticas oficiales que un gobierno ilegítimo pretenda imponerles. Bolivia no ha sido la excepción, pese al mensaje de igualdad, pluralidad y diversidad al costo de la libertad y la dignidad individual.
Evo Morales, al igual que sus socios Lula da Silva, Nicolás Maduro, Raúl Castro, Daniel Ortega, AMLO y Cristina Fernández han pretendido conducir a sus naciones de la confianza a la desconfianza, del fanatismo a la caverna, del engaño a la traición, de la legalidad a la corrupción, de la política a la antipolítica, y de la democracia a la dictadura en nombre del combate a la desigualdad, la pobreza y a la inequidad.
Es el dogma de una política ideológica e institucional de un grupo de elementos criminales de la sociedad que busca someter, controlar, manipular, desinformar, engañar, reprimir, censurar y confundir. Tarde o temprano, el pueblo empuña la última palabra y retoma su espíritu de acción y justicia contra los usurpadores. La democracia al final se reivindica y la falsa utopía los derrota.