No puede en consecuencia separarse el reconocimiento de partidos ni puede comprenderse el rol de la Junta Central Electoral (JCE), si no comprendemos el contexto en que se presenta la situación actual.
Y ¿Cuál es el contexto? Resulta que desde 1990, se viene instaurando el modelo neoliberal, el cual tiene como antecedente el gobierno de Salvador Jorge Blanco con la política de shock que acepto instaurar por sugerencia del Fondo Monetario Internacional (FMI), pero que el movimiento popular impidió, y luego vinieron los 10 años de Balaguer, quien resistió –no sin concepciones- las presiones que recibió para proseguir con el modelo fondo monetarista que exigía el Fondo Monetario Internacional (FMI), el cual es la punta de lanza o dominio de los países de capitalismo central.
El modelo desarrollista keynesiano de Balaguer (basado en el ahorro interno) fue sustituido, a partir de 1996, de manera progresiva, callada y planificada, por el modelo neoliberal, pues el principal ideólogo político del mismo es Leonel Fernández. Desde el plano económico el arquetipo es Andy Dahuajre. Ambos, puede afirmarse, han sido los directores del proceso de instauración del neoliberalismo, sería interesante determinar cuál de los dos ha contribuido más al fenómeno. Con la salvedad de que Leonel, se concentró más en los cambios estructurales que exigía la superestructura sobre la cual actuaría dicho modelo que sobre su materialización.
Es bajo la gestión de Danilo Medina que el neoliberalismo ha mostrado sus mayores taras, pues el endeudamiento ha sido brutal, mientras los servicios que se supone deben adornar el modelo, el cual se entiende como una reacción al Estado Social y Democrático de Derecho, dada su supuesta propensión a beneficiar lo social en detrimento del capital, siguen ausentes: no hay salud, ni educación de calidad, por tanto la seguridad social es un mito.
Sin embargo, poco a poco, toda la partidocracia nacional, se ha plegado a dicho modelo, por presiones internacionales, adhesión, convicción y por oportunismo político. De acuerdo con lo cual se desarrolló la ideología de que el Estado-nación había perdido vigencia y sentido histórico, por lo que las naciones deben pasar a un esquema de globalización de acuerdo con el cual los organismos internacionales y los Estados del capitalismo central, son los que dictan las políticas interna y externa de los Estados débiles, fallidos, subdesarrollados o, en el mejor de los casos, en vía de transformación, eufemismos con los que la ideología neoliberal ha logrado imponerse en lo formal pero hueca en cuanto al fondo.
Es bueno recalcar, que la ideología neoliberal, escogió como adversario ideológico a los populismos y digo “populismos” porque, ciertamente, existen variados tipos de populismos con la pena de que este ejercicio de deslinde no se ha realizado, y eso ha facilitado el trabajo a los neoliberales, pues existiendo como existe un determinado tipo de populismo malo o negativo, se ha pretendido generalizar este punto de vista con el objeto de descalificarlo sin llegar a definir lo popular. Sin oponerlo al fascismo, es decir: como estamos observando en Suramérica, las izquierdas normalmente desarrollan distintas formas de populismos e incluso la derecha cuando no pueden establecer el socialismo democrático, pero la derecha hace uso del fascismo por la misma razón como observamos hoy en día en Chile, Brasil y Colombia.
Otro elemento es que tampoco se ha definido un determinado modelo de democracia y está también amerita delimitaciones para evitar confusiones, pues es un concepto abierto al cual se le debe dotar de contenido, como tampoco se ha hecho este ejercicio, los neoliberales han conseguido imponer un modelo de democracia basado en un exacerbado individualismo y un brutal autoritarismo, con este han conseguido desarticular el movimiento social y con ello a las clases subalternas. Con esto se libraron por un tiempo de las movilizaciones sociales. Ahora vemos que estas renacen por doquier porque el modelo neoliberal tocó fondo
El resultado ha sido que todo el abanico de los partidos políticos desde la derecha hasta la izquierda, una vez aparentemente desideologizados, han pasado conscientes e inconscientemente, a asumir el modelo neoliberal.
Sin embargo, ahora resulta que lo que se encuentra colapsado es el modelo neoliberal.
De modo que gobiernos de derecha como los de izquierda presentan problemas en la aplicación de las recetas del modelo neoliberal. Como todos están comprometidos en grado que van de mayor a menor y viceversa, ha renacido un movimiento social que ya no cree ni en la derecha ni en la izquierda, que no cree en los partidos políticos sino que está compactado en movilizaciones de ciudadanos cuyo único objeto de participación política consiste en que se les provea de los mínimos que tanto la derecha como la izquierda han prometido y no han cumplido, o porque los cumplieron y ya resultan insuficientes.
Ahora la gente quiere más derechos, pues sus mínimos contrastan con la opulencia que exhibe cierta minoría rica formada por transnacionales en alianza con las oligarquías criollas. Añádase a esto el problema del cambio climático, el agotamiento de recursos naturales esenciales por la voracidad del neoliberalismo y tendremos un modelo de globalización en crisis que ahora pretende escoger como ideología no las libertades que se planteó originalmente sino la tradicional recurrencia a las religiones como paliativos insuficientes, puesto que la ideología religiosa, desde el medioevo, se las tiene como oscurantismo y, en la actualidad, entran en conflicto con ideologías de géneros: feministas, LGTB y con las libertades de reunión, de procreación y de asociación.
En este contexto es obvio que la democracia está lacerada. Es natural que la derecha responda con represión, con el fiasco, con el Golpe de Estado.
En este contexto, el rol de la Junta Central Electoral (JCE) se encuentra no solo lacerado sino dirigido por el interés restrictivo que solo sabe sacar provecho de la situación y servir, como siempre ha servido, a la oligarquía.
Obviamente, esto no augura nada bueno, pues en el propio interior de la JCE, existen otras ideologías, las que, de momento, no se han hecho oír, pero nada quita que lo hagan más adelante.
En este contexto, es claro que el reconocimiento de partidos pasa por estos filtros junto al desmonte del boschismo, ideología que desde la caída de Trujillo, se preocupó por incorporar a las juventudes pobres rurales y urbanas, al quehacer político. Las leyes electoral y de partidos políticos arrasaron con el mismo. El problema es que se puede regresar a la época de la desconfianza en la vía electoral, lo que sería un gran retroceso.
Es decir, tenemos una democracia elitista donde la Igualdad es una utopía de difícil materialización por lo ya indicado.
Obviamente estamos en un terreno fértil para la discriminación, por ejemplo, de las juventudes y de las mujeres tópicos en los cuales las leyes indicadas ofrecen contradicciones que quizás no sea ahora cuando emerjan porque el modelo empieza por mentir para luego negar derechos, pero más adelante mostrara su conservadurismo a ultranza. Los pueblos rechazan la ilegalidad y luchar por igualdad.
De modo que las perspectivas anuncian serios conflictos cuya única solución se encuentra no en los partidos políticos sino en el canon de derechos que la Constitución de la República ha positivado. Esto es: por la puesta en agenda de los derechos fundamentales constitucionalizados o por la inclusión de otros nuevos a lo que los conservadores responden con represión. DLH-1-12-2019