Llama la atención la cantidad de personas declaradas desaparecidas que luego aparecen muertas, algunas de estas descuartizadas y sepultadas en lugares distantes de las zonas inter urbanas.
Entre las víctimas hay niñas, adolescentes y adultos. Son numerosos los reportes de gentes desaparecidas que después reaparecen muertas en solares próximos a sus hogares, sobre todo menores violadas y asesinadas.
Las investigaciones en estos hechos realizadas por la Policía Nacional y el Ministerio Público siempre conducen a involucrar en esos crímenes a un familiar cercano, un vecino o conocido de la víctima.
Las últimas semanas del mes de diciembre aparecieron dos cadáveres descuartizados de un hombre y una mujer que habían desaparecido. Una de las víctimas es la abogada y escritora británica Lindsay Peta De Feliz, de 60 años. Su cuerpo fue encontrado en una finca del municipio Monción, provincia Santiago Rodríguez, donde residía durante 20 años. Las autoridades acusan del asesinato a su esposo, el dominicano Danilo Feliz y otras dos personas, incluyendo a un hijo de este.
Existe una serie de factores que conllevan a la desaparición de personas en todo el mundo. Estos fenómenos pueden ser originados de manera voluntaria, accidental o forzosa, de acuerdo con las teorías de los especialistas en asuntos de comportamientos conductuales.
Cuando se habla de la ausencia voluntaria, se deben mencionar aquellas situaciones en las que un individuo por decisión propia abandona su casa y deja de visitar los espacios habituales, inclusive se aleja de los parientes y amigos como resultante de una decisión personal.
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Estas motivaciones pueden originarse por distintos factores, como, por ejemplo: el maltrato, el abuso sexual, problemas intrafamiliares, desavenencias con la pareja, situaciones de índole económica, social, cultural o hasta religiosa, entre otras.
Aquellos que no regresan se pierden en el tiempo y ejemplos son los casos de la joven Aurora Wiwonska Marmolejos Reyes, quien desapareció el 7 de diciembre de 2001 en las proximidades de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), y el fotógrafo del sector Herrera, Juan Alfredo Lora, quien salió de su vivienda el 28 de julio de 2012 para realizar una sesión fotográfica a un supuesto cliente, pero nunca regresó.
No hubo detenciones de posibles implicados en esos hechos. Y es que sin cuerpo no hay crimen y, por tanto, si no hay una razón de muerte certificada o no se demuestra acto criminal, no puede haber castigo para nadie.
Los casos de desapariciones tienen un impedimento probatorio muy fuerte y es la inexistencia del cadáver para probar el homicidio, según consignan nuestros códigos jurídicos.
Las familias que padecen esta dolorosa situación tendrían que iniciar un proceso de desaparición civil, pero penalmente no hay forma de establecer que hay homicidio o asesinato, si no aparece el cuerpo de la víctima, al menos que haya otros medios probatorios del delito, como serían los testigos irrefutables.
Un hecho de esta naturaleza prescribe a los 10 años y luego de ese tiempo, no hay manera de imputar penalmente a ningún sospechoso, lo que resta posibilidades de hacer justicia.
Muchos casos son tan enigmáticos que el sentido común parece no tener espacio. Tal es la situación de la señora Rosa María Mora, quien despertó de madrugada un 23 de noviembre de 2017 para asistir a una actividad de la iglesia, ubicada a una esquina de su casa. Ni sus pasos se escucharon en un residencial de poco tránsito, ni la captaron las cámaras de seguridad colocadas en los distintos establecimientos del sector Honduras.
Solo en el año 2017, de 346 personas que fueron reportadas como perdidas, 238 fueron encontradas, 25 halladas sin vida y 83 todavía no han sido localizadas, según datos de la Policía Nacional citados por el periodista Dalton Herrera en un reportaje reseñado el 19 de septiembre del 2018 en el impreso Listín Diario.
Solamente 268 personas fueron reportadas como desaparecidas en 2016, aunque en 2015, habían sido registradas 532 personas de las que nunca se supo su destino. Un total de 1, 146 personas se ausentaron en esos últimos tres años. De estas, 592 fueron hombres, 302 mujeres y 152 menores de edad. (Fuente: registros periodísticos).
También se han dado situaciones de ausencias misteriosas de menores que luego se convierten en horrorosos asesinatos. Sucedió con la niña Carla Massiel Cabrera, raptada el 25 de junio de 2015 en la comunidad Pedro Brand del municipio Santo Domingo Oeste por unos sujetos, hoy en prisión, que admitieron haber sido contratados para esa misión criminal.
También, el caso de la adolescente de 16 años Emely Peguero, embarazada de cinco meses, desaparecida en Cotuí, en agosto del 2017, y apareció descuartizada un mes después dentro de una maleta. El autor del crimen fue su novio.
Además, referimos la muerte del niño de 12 años José Rafael Llenas Aybar, ocurrida el 4 de mayo de 1996, quien fue raptado por un primo suyo y otros jóvenes para asesinarlo de varias puñaladas. Lo sintomático de esas realidades es que los homicidas participaron en la búsqueda de las víctimas junto a los familiares.
Acontecimientos como estos ya son, lamentablemente, comunes en nuestra sociedad la que se encuentra inmersa en un devastador estado de putrefacción política y social, donde la indiferencia y la insensibilidad, al parecer, se han convertido en nuevos patrones de conductas. ¡Qué horror!