Con la economía decreciendo todavía a ritmo moderado, pero amenazando empeorar a consecuencia de un alto nivel de endeudamiento (54% del PBI), elevado costo de los servicios de la deuda (más del 40 % del presupuesto), voluminoso déficit fiscal (más de 110 mil millones de pesos), tendencias depresivas en la economía global y amarres degradantes del modelo neoliberal en fase decadente.
Pero eso hasta ahora no es lo peor, aunque amenaza con agregarse, aportando explosividad a una crisis social y político-institucional en desarrollo.
Con un sensible deterioro institucional y del sistema de partidos, creciente crisis de legitimidad y descomposición de un poder gansterizado protegido por una impunidad altamente cuestionada.
Con escandalosas desigualdades sociales (profundizadas a pesar del crecimiento económico) y enormes déficit en todos los sectores sociales y políticas públicas: salud, educación, seguridad social, ambiental, ciudadana, transporte, alimentación, viviendas…
Con el agravante de que el primer semestre electoral del 2020 no augura, si de opciones partidistas se trata, cambio sustancial en todas esas tendencias, salvo algunos rostros distintos dentro de las mismas instituciones, aplicando políticas que no pueden confrontar la corrupción estructural, ni la estrategia neoliberal impuesta por EEUU y las grandes potencias occidentales.
Ni el oficialismo ni la abigarrada oposición tienen algo nuevo que instrumentar que no sea la reproducción de lo establecido, ya con traumas previos, ya con tensiones políticas mayores o con distensiones efímeras; administrando un Estado esencialmente igual y bastante fraccionado a partir de la consumada perdida de de hegemonía del PLD, a causa de su división.
Esto anuncia un temprano desgaste de esos resultados y la aceleración del deterioro institucional y el modelo neoliberal de cara al 2021. Las expectativas de algo diferente, si es que logran algún campo, no tardarán en desvanecerse en un contexto de mayores dificultades para el nuevo gobierno central y demás instancias de poder. Las tendencias hacia la conformación de una crisis mayor no se detendrán.
Sumados temas tan agudos como el gran rechazo popular a la imposición del borrón y cuenta nueva en materia de corrupción y otros delitos de Estado, a la estrategia de depredación ambiental, a la incontrolable violencia de género, a la degradación de la condiciones de vida, al uso del poder y la naturaleza como patrimonio de la partidocracia y poderosos grupos económicos, y a la conversión de toda la isla en nueva colonia del capitalismo del desastre encabezado por EE.UU… no es difícil vaticinar que esto solo estará “bueno para arreglar” y que eso tiene un solo nombre: cambio radical pro-constituyente.