A lo largo de su historia universal, desde “chaturanga” –el juego más antiguo con características esenciales de semejanza– hasta nuestro tiempo, el ajedrez, ha servido de inspiración para importantes líderes mundiales que sustentaron sus dogmas en prácticas asociadas a las estrategias políticas y militares, aplicadas como teoría sistemática en la elaboración de complejas maniobras tácticas de planificación, ejecución y desarrollo de sus ideas.
Esa premisa razonable de la consciencia humana para percibir la fortaleza del ajedrez y reconocerse en ella, sugiere que quienes actúan apegados a sus reglas y consiguen dominar sus fundamentos, con disciplina y sobrada dedicación, profundidad en sus movimientos, capacidad de interpretación y reposado instinto para evaluar, acorralar, agotar, atacar y vencer a sus adversarios con una excitante expresión: “Jaque Mate”, tendrán la preparación apropiada para ser exitosos en la actividad política.
En el ajedrez y en la política, existen dos polos opuestos con intereses muy disimiles entre sí, aunque con propósitos bastantes semejantes en sus conceptos de origen que en términos figurados son descritos de la siguiente manera: el oficialismo, interpretado por quienes dirigen el Estado, y utilizan las piezas blancas a modo de prerrogativa para iniciar la “apertura”; y, la oposición, interpretada por sectores adversos al gobierno que utilizan las piezas negras a modo de “defensa” para adivinar las estrategias y conquistar el poder derrotando a su adversario.
Otro de los paralelismos subyacentes que se destaca entre el fino deporte del ajedrez y la complicada práctica de la política, es aquella cuestión existencialista relacionada con la supervivencia particular del individuo que compite y persigue por separado un objetivo común, sin importar que para alcanzar la meta se tenga que dejar a un lado cualquier escrúpulo ético en aras de vencer a su oponente, utilizando diversas maniobras que ponen en cuestionamiento a la cualidad moral y dejan claramente establecido que “el fin justifica los medios”.
Al igual que en las tácticas del ajedrez, la búsqueda del poder político pone en funcionamiento un sinnúmero de reglas asociadas con aspectos indispensables del razonamiento que marcan la diferencia a la hora de conquistar un triunfo y aunque no existan fórmulas extrapolables, entre un resultado y otro, nuestra capacidad intuitiva permite deducir cuando un jugador o un político está haciendo un manejo correcto de los fundamentos, desde la apertura, el desarrollo de las piezas, los diferentes ataques a su adversario y la defensa hermética de su rey.
En ocasiones, un jugador de ajedrez, necesita intercambiar piezas para conseguir un determinado posicionamiento. Asimismo, un líder político, tiene que poseer la suficiente frialdad, paciencia, preparación y astucia, para saber de forma oportuna cuándo sacrificarse y cuando debe avanzar, sobre todo, si está en marcha un proceso en contra del reloj para ganar una partida de ajedrez u obtener un triunfo electoral.
Wilhelm Steinitz, primer campeón mundial de ajedrez, manifestó lo siguiente: “La acumulación de pequeñas ventajas –en el ajedrez–, conducen a una supremacía considerable”. En política, no existen buenos resultados si no se abona cada movimiento con la sagacidad necesaria para acumular puntos aprovechando sutilmente las debilidades del contrario.
Savielly Tartakower, destacado Gran Maestro Internacional de ajedrez, expresó lo siguiente: “El vencedor de la partida, es quien hace la siguiente jugada al último error de su oponente”. El arte de la competencia política, es ganar con perspicacia aprovechando los desaciertos del adversario y sin importar que para vencer sea necesario sumergirse en manuales perversos que transgredan a la misma competencia, tal y como afirma, Nicolás Maquiavelo, en su libro: “El príncipe”.
Garry Kasparov, otro afamado Gran Maestro Internacional de ajedrez, varias veces campeón del mundo, enseñaba a sus alumnos que debían evitar ser reiterativos en determinadas aperturas durante las competencias, ya que esto conllevaría a una disminución de riesgos en sus enfrentamientos. Ese mismo razonamiento, aplicado a la actividad política, explica que cada partido debe armar su estrategia con la debida certeza de que su oponente no la pueda descifrar fácilmente, porque si esto ocurre –en ajedrez o en política–, la batalla estará prácticamente abortada.
Cuando hacemos una analogía de todo lo descrito y la comparamos con una campaña política, podemos perfectamente identificar las funciones de cada pieza en el tablero y su semejanza con los actores que compiten en una contienda electoral, y cumplen determinada misión dentro de la misma.
Por esa razón, cuando el juego comienza y las fichas están posicionadas, no se deben cometer errores, como aquel que sería ver a un alfil haciendo las funciones de un caballo, porque esto sería fatal para el proceso, de manera que cada cual deberá hacer los aportes de acuerdo a sus capacidades.
Cada pieza del ajedrez, debe actuar de manera coordinada y cada dirigente político tiene la obligación de cumplir con su rol. La percepción, el conocimiento y la capacidad de anticiparse a las jugadas, acompañado de la agilidad para posicionarse y desplazarse dentro de un escenario hostil, será la clave que marcará la diferencia al final del juego.
Los caballos, ágiles en sus movimientos zigzagueantes, tienen la facultad de saltar e introducirse en el campo de batalla contrario.
Los alfiles, edecanes del rey y la reina, tienen la capacidad de avizorar el horizonte y actuar cuando le corresponda, preservando su integridad hasta donde sea posible y dispuestos siempre a sacrificarse para proteger a su rey o para lograr un mejor posicionamiento en la batalla.
Las torres, imponentes como afirma su nombre, son calculadoras y de pocos movimientos, pero con una capacidad letal demoledora cuando se mueven o cuando combinan sus acciones con los alfiles.
La reina, pieza estratégica del tablero que suele moverse de forma avasallante debido a su gran fuerza de intimidación, pero su principal y más importante misión, es preservar la integridad de su rey, de manera que su posición original es estar cerca del mismo. Entretanto, el resto del equipo deberá proteger a la reina, como su segundo bien más preciado, ya que si esta desaparece del escenario, el juego estará prácticamente perdido.
Por último, el rey, pieza esencial del ajedrez, sin el cual, es imposible continuar la partida, no asume demasiados riesgos de manera que cada uno de sus movimientos apenas perceptibles, se realiza con mucha cautela, mientras que las demás piezas del tablero deberán preservar su integridad y estar dispuestas a sacrificarse para que este no perezca.
El ajedrez político del año 2020, ha comenzado, y de entrada podemos observar algunas de las maniobras que empiezan a aflorar en el tablero electoral, donde todavía faltan piezas por colocar, sin embargo, los peones, en sus roles de avanzada, comienzan a desplegar sus primeros pasos, cumpliendo su misión de proyectar la partida de una batalla que promete ser cautivadora.
“La amenaza de la derrota es más terrible que la derrota misma”.
(Anatoly Karpov)