Por Jesús Rojas.-La violencia, delitos y crímenes vinculados al consumo de drogas, videojuegos, alcohol y música urbana continúan produciendo sus efectos trágicos y brutales sobre segmentos indefensos de la sociedad, como niños, jóvenes, adolescentes y ancianos, y al parecer no se vislumbra solución a la vista mientras aumentan los hechos horrorosos que desafían la lógica más tímida y alimentan el temor social.
La ausencia en el país de una política de Estado definida y contundente contra los vicios y la dependencia psicofarmacológica complican más el panorama, espoleado por el atractivo de la vida fácil que seduce a miles de jóvenes que anhelan vivir al máximo un momento de placer material, aunque pierdan la vida de un día para otro, en particular menores de 35 años, según la Fundación Fénix, que ayuda a reinsertar a los adictos a la sociedad.
Los crímenes atroces de tiempos recientes, contra niños y niñas indefensos, se derivan de la violencia como recurso traducido en un acto de locura momentánea, donde las drogas, el alcohol, el sexo y la malsana música urbana se conjugan para la tragedia. Y lo peor de todo es que nadie se hace responsable de poner fin a ese estado de cosas.
Por lo tanto, dado su carácter repetitivo –que es donde consiste el mal– debería ser tratado como una condición de salud mental más que de énfasis punitivo, en una sociedad con un código penal arcaico, instituciones obsoletas; una mentalidad política y social que se resiste a cambios y nuevas soluciones, el desinterés y la vagancia usual de legisladores en el Congreso Nacional para actualizar las leyes ante los nuevos y graves desafíos.
Los efectos del alcohol y las drogas psicoactivas estimulan en el cerebro de los adictos y consumidores la predisposición a desafiar las normas de la sana convivencia por medio de hechos delictivos violentos y sus efectos colaterales, al perder el control y anular brevemente la capacidad cognitiva del individuo para discernir entre lo correcto e incorrecto de sus hechos y sus graves secuelas en un momento dado.
Adriana de la Mota, directora ejecutiva de la Fundación Fénix, cita el Informe Mundial sobre Drogas en la versión digital de Diario Libre del 21 de enero, el cual revela que 300-mil adolescentes –entre 13 y 17 años—consumen drogas y alcohol. Y agrega ella: “Las universidades están al grito porque hay drogas en las aulas y los muchachos desde que terminan el bachillerato entienden que ya pueden consumir alcohol.”
La situación es tal que se puede escapar de las manos en los barrios pobres y comunidades vulnerables, ya que la máxima aspiración de muchos de esos jóvenes es tener puntos de drogas, vender el veneno que mata y obtener ingresos sustanciales, muchas veces con la complicidad de parientes y criminales con uniforme de la Policía Nacional.
Las señales del daño entre menores que dependen de los videojuegos se hacen notables cuando los padres ven en ellos su descuido en la higiene personal, pasan una semana sin bañarse, bajan las notas escolares, se tornan desobedientes y aumenta su agresividad y amenaza con la familia. Se vuelve una bomba de relojería. Lo demás es cuestión de tiempo para que explote, con o sin marihuana medicinal o recreativa “cool”, música urbana “heavy” y “drinks” a la carta.
A ello se le suma habitar en un país donde solo el 54 por ciento de la población tiene agua potable en sus hogares; el 19.5 la busca en los patios; el 44.9 la recibe cada tres o cuatro días a la semana; el 57.4 por ciento de las familias tiene un lavamanos; 8.7 por ciento sigue utilizando letrinas y el 11.5 por ciento carece de sanitario, según la Encuesta Nacional de Hogares.
Para muchos, el país navega a la deriva. Pese al progreso relativo y desigual, la escala de valores se reduce casi a la nada ante tantos asesinatos, suicidios y homicidios. Ellos alimentan cada vez más la impotencia, la zozobra y la desesperación entre ciertos segmentos sociales, así como la enorme preocupación de seguridad personal en la población con cada crimen audaz cometido con o sin la presencia de militares en las calles.
En conclusión, la indiferencia oficial no es la solución. Hace falta una política definida integral que involucre a todas las instituciones públicas y privadas concernidas. Forjar una alianza nacional contra alcohol, drogas, videojuegos, etc., y otros vicios –que frene a elementos antisociales nacionales y extranjeros, inescrupulosos y mercuriales–, quienes pretenden dañar lo más sano y vulnerable de la sociedad con la angustia y el dolor en el seno de la familia. Para luego, tal vez sería tarde…