Quizás necesitemos regenerar continuamente nuestros propios contextos ambientales, tomarnos en serio de manera habitual la relación ambiente y salud, ante un mundo aparentemente destructor, pues ya no es tan importante ese afán contemplativo y sí la explotación desenfrenada de los recursos naturales. Indudablemente, hemos de enmendar actitudes.
Nuestras generaciones futuras se merecen otros equilibrios y otras posiciones más responsables. No podemos avanzar sin estética, y aún peor, tampoco podemos garantizar subsistencia sin ética. La tecnología que contagia y contamina por principio, también puede desinfectarnos y enhebrarnos de otro vigor que nos descontamine. La acumulada producción, de igual forma, puede compartirse y distribuirse equitativamente, de modo que prevalezca el sentido común generado a través de un solidario afán por mejorar nuestra situación. Sea como fuere, mirando los caminos recorridos por nuestros predecesores, seguramente nos iluminamos de nuevos lenguajes. No caigamos en espíritus vacios, con comportamientos mezquinos, incapaces de imprimir valor a nuestros propios andares, que nos echan por tierra el respeto a la vida desde un entorno vigoroso y fuerte.
Muchas de las epidemias surgen, precisamente, por esos desastres, ya sean naturales o provocados por el ser humano. Desde luego, los gobiernos de los países deben procurar, en todo momento, reducir la infección en las personas, pero también evitar que se propague por el mundo. Tal vez convenga recordar a los líderes de esas naciones afectadas que están jurídicamente obligadas a compartir información con la Organización Mundial de la Salud en virtud del Reglamente Sanitario Internacional. Lo esencial es activar medidas conjuntas, que nos agiten el físico y la mente repose, pues de lo que se trata es de mejorar el servicio a la vida y a la salud, de ahí lo transcendente que resulta valorar todo tipo de ejercicio que promueva el bien integral de la persona y de todo el mundo. En este sentido, quiero hacerme vocero de tantas gentes enfermas, hundidas por el sufrimiento, a fin de que también para ellas renazca un porvenir de justicia y solidaridad. No olvidemos que, en ese mundo renovado, hay que asistir y curar a tantas almas, sobre todo a las más vulnerables, pobres y débiles, que la única manera de conservar la salud es alentarse de poéticas y alimentarse de lo que no quieres, y tal vez hacer lo que preferirías no hacer.
Reivindico, por tanto, pasajes robustos para todos. Podrás no requerir ocupación para comer, pero necesitarás trabajar para poder sentirte vivo, tener fortaleza y poseer salud. La capacidad por el afán y el desvelo es la mejor contraseña de salud espiritual. Algo que no puede darse si sembramos hostilidades entre moradores. Hay que hallar nuevos respiros e invertir mucho más en salud, máxime cuando la crisis climática es una crisis de espacios saludables. Por otra parte, hay que hacer que la atención médica sea más justa. En este sentido, nos alegra que la OMS trabaje para mejorar la atención infantil y materna, la nutrición, la igualdad de género, la salud mental y el acceso a agua y saneamiento adecuados. Además, este año, la citada Organización proporcionará orientación sobre cómo los países pueden reducir mejor la desigualdad en la atención de la salud, mejorando la gobernanza y la gestión de los servicios de salud públicos y privados. Desde luego, ampliar el acceso a los medicamentos es vital, cuando menos para detener las enfermedades infecciosas o pandemias que hemos de estar preparados para afrontarlas y prevenirlas.
La falta de alimentos, así como la proliferación de algunas dietas poco saludables, deben hacernos impulsar la acción y alentar la inversión en educación, habilidades y empleos. Sin duda, es vital proteger a los adolescentes. Más de un millón de adolescentes de entre 10 y 19 años mueren cada año. Las principales causas de muerte en este grupo de edad son las lesiones en la carretera, el VIH, el suicidio, las infecciones de las vías respiratorias inferiores y la violencia interpersonal. El uso nocivo del alcohol, el tabaco y las drogas, la falta de actividad física, las relaciones sexuales sin protección y la exposición previa al maltrato infantil aumentan el riesgo. También es tiempo de que aprendamos a mirar el futuro al lado de nuestras personas mayores. Su presencia es presente, con el añadido de haber vivido, y en realidad también su dependencia es nuestra dependencia. La riqueza de los años, indudablemente, nos va a fomentar otras visiones más saludables. En cualquier caso, urge pasar de los compromisos a un escenario concreto, que no es otro, que la cobertura sanitaria universal. Al fin y al cabo, el techo es común y los naufragios también.
Víctor CORCOBA HERRERO / Escritor
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2 de febrero de 2020.-