Más allá de los perifoneos proselitistas de los líderes, la alharaca mediática pautada por las agendas de propaganda y las ensoñaciones de dirigentes y militantes políticos (lógicos y comprensibles en una campaña porque expresan apuestas legítimas desde el punto de vista de la mecánica de la democracia), es dable encontrar la realidad simple y rotunda que revela la siempre vilipendiada pero terca aritmética de las encuestas.
Naturalmente, desde el litoral de la artimaña mediática se podrá ripostar con la manida conseja de que en política, a diferencia de lo que acontece con las ciencias exactas, “dos más dos no son necesariamente cuatro”, lo que en la dinámica del partidarismo práctico resulta incontestable (puesto que expresa la perogrullada de que las circunstancias sociales y las conductas humanas son volátiles y cambiantes), pero que deviene absurda cuando se trata de calibrar posibilidades en materia de preferencias electorales o resultados finales.
Por lo demás, a estas alturas de nuestro devenir democrático (y bastante entrado el siglo XXI, con sus nuevas bases educacionales, su particular “inteligencia” social y sus constantemente desafiantes tecnologías digitales), los dominicanos ya deberíamos estar acostumbrados a la certidumbre elemental de los estudios de opinión o de preferencias electorales: de todo hay en la viña del Señor, pero hay dos o tres empresas cuyas investigaciones han demostrado bastante tino y, por ello, en general son una aproximación a los hechos que ha tener en cuenta todo el que piense, sienta, hable o actúe en política.
Como ya es harto sabido, en la historia político-electoral reciente de nuestro país tres encuestadoras han sido consistentes en sus aciertos al momento de hacer pronósticos: la Mark-Penn (antes Penn and Schoen, ahora contratada por el grupo SIN), la Gallup (periódico Hoy) y, con una presencia menos extensa que las anteriores, la Greenberg (periódico Diario Libre). Hay que insistir, empero, para evitar interpretaciones aviesas, en que no se está afirmando aquí que esas compañías son mejores ni más serias que las restantes, sino que han presentado -por razones que habría que discutir en otro lugar- resultados finales más cercanos a los hechos comprobables.
Las más recientes investigaciones publicadas por dos de las empresas señaladas (la otra hasta el momento ha hecho mutis) contienen tres hallazgos fundamentales:
1. El licenciado Luis Abinader se ha afianzado como el líder más importante de la oposición y el candidato presidencial con mayor nivel de intención de voto de cara a las elecciones de mayo próximo, por lo cual en este momento es una vigorosa y viable amenaza para quienes controlan los poderes públicos;
2. El PRM ha desplazado al PLD como principal fuerza política del país, sobre todo a resultas de la división de este último, y ha irrumpido en el escenario una tercera opción de categoría cuyo caudal electoral aún no está claro, pero que trabaja afanosamente para debilitar al peledeísmo;
y 3. La actual aritmética electoral apunta hacia la consolidación de la candidatura de Abinader, en tanto que sus dos principales contendientes sólo pueden crecer en desmedro uno del otro, es decir, dado que gran parte del universo de los potenciales votantes tiene talante antigubernamental o antipeledeista (sólo el 3% parece no haber decidido aún), el licenciado Gonzalo Castillo sólo podría aumentar su nivel de preferencia a costa del doctor Fernández, y viceversa.
Y es que, mientras la gramática político-electoral es rica en subterfugios y razonamientos forzados, la aritmética es fría y contundente: según la Mark-Penn, Abinader es el preferido del electorado con un 43%, seguido por Castillo con un 28% (distante 15 puntos) y Fernández con un 19% (24 puntos de lejanía); y conforme a la Gallup, Abinader es puntero con un 42%, contra Castillo con 31% (11 puntos de diferencia) y Fernández con un 15.5% (a 26.5 puntos de lejanía). Con este cuadro (y siendo notorio que hay una lucha feroz entre danilistas y leonelistas por ver quién canibaliza a quién), parece lógico deducir que, si no se producen cambios dramáticos e inesperados, el mayor agraciado del “momentum” lo será el candidato del PRM.
En lo atinente a una segunda vuelta, posibilidad especialmente evaluada por la Mark-Penn, la aritmética es aún más reveladora: en un primer escenario, Abinader ganaría a Castillo con 58% contra 36% (22 puntos de diferencia); y en un segundo escenario, Abinader derrotaría a Fernández con 57% sobre 31% (26 puntos de distancia). Desde luego, la interrogante cardinal que deja en el aire esta proyección es la siguiente: ¿Pueden Castillo o Fernández (si es que hay balotaje) remontar esa diferencia tan acusada por la vía de la atracción de votos de sus antiguos compañeros, que es la única posible porque los restantes tienen el signo identificatorio del oposicionismo? En política, como se sabe, todo es posible, pero en estos instantes no parece racional la afirmativa en virtud de la repetida ferocidad de sus malquerencias.
Por otra parte, esas inferencias se robustecen con los datos reportados por la Gallup respecto a asuntos que habitualmente ejercen gran influencia sobre el posicionamiento de las preferencias y el sufragio efectivo: un 73% de los dominicanos cree que la economía va por mal camino, un 63% considera que el crecimiento económico sólo favorece a los ricos (contra un 13.7% que entiende que llega a todos), y un 58.5% prefiere que otro partido gobierne (contra un 34.8% que desea que siga gobernando el PLD).
Y a propósito de ese último aspecto, se impone una puntualización postrera: luce perfectamente entendible la decisión de los estrategas del PLD de privilegiar la búsqueda del voto partidario y no el del candidato, pues aparte de que podría redituar beneficios en las elecciones municipales de este mes (para las que abundan las candidaturas famélicas y poco seductoras), aprovecha la todavía indiscutible fortaleza de la entidad como maquinaria electoral y, de añadidura, ataca por el lado emocional a sus exconmilitones que ahora son seguidores del doctor Fernández tratando de atraerlos nuevamente al redil partidario.
No obstante, y sin ánimo alguno de aguafiestas, también hay que recordarles a esos semidioses de la industria política que si es cierto que las mediciones sobre el nivel de preferencias de los partidos son importantes (ya que determinan el cimiento desde el que parte la intención de voto de un candidato), no lo es menos que ellas no responden casi nunca a la realidad tal y como ésta queda registrada en los resultados finales de las votaciones, pues no recogen las adhesiones personales del candidato, los sufragios derivados de las alianzas, el grado de potabilidad de la candidatura ante el electorado independiente ni tampoco la parte de los simpatizantes contrarios (mínima, pero patente) susceptible de ser seducida por la publicidad, el manejo de los errores de campaña u otros mecanismos de cooptación.
En suma: en el país ya no es posible hacerse el sueco e ignorar, por pasión o por desidia, que una cosa es la encantadora gramática de las encuestas y otra su aritmética implacable.
(*) El autor es abogado y politólogo
[email protected]