Nos toca embellecer el mundo, construirlo más fraterno, concebirlo más humano, innovarlo con el lenguaje de la mente y del alma, pues únicamente de este modo podremos reencontrarnos y comprendernos, siendo cuidadosos y condescendientes.
En consecuencia, tan importante como transmitir los saberes es poner en valor toda vida humana, lo que requiere la transmisión de referentes, asumiendo la diversidad y los cambios culturales, pero sin obviar ese espíritu de coherencia entre el obrar y el decir, que es lo que verdaderamente nos forja a poder avanzar hacia una sociedad más equitativa, y por ende, más gozosa, fruto de la generosidad y del esfuerzo serio hacia una visión confluente de libertad y sosiego.
Hemos de hacer, por tanto, de nuestro entorno espacios seguros, rompiendo barreras y reconstruyendo voluntades. Me suscribo, por consiguiente, a unas recientes palabras del Papa Francisco, pronunciadas con motivo de la conferencia sobre el tema “Educación: el compacto global”, donde dijo “que una educación no es efectiva si no puede crear poetas”.
En efecto, el camino de la belleza ha de ser nuestro gran desafío, pues es la gran manifestación de la verdad, un aire que nos gana de antemano los corazones cuando viven en estado puro.
Lo importante es proceder en comunidad, sentirse piña y considerarse familia. A propósito, se me ocurre pensar en São Paulo, convertida en un ejemplo de ciudad que gestiona con éxito la migración a través de su estructura de gobierno y sus instituciones. Ciertamente, el cosmos no puede aderezarse si sus propios moradores no se realzan hacia lo auténtico. Quizás tengamos que transformar las ciudades en zonas verdes, sostenibles, saludables y acogedoras; también nuestros campos tendremos que protegerlos, pues ese mundo rural es esencial revitalizarlo, al menos para que sus asistentes puedan optimizar sus medios de subsistencia y su bienestar mejore, con la capacidad de adaptarse positivamente a las situaciones adversas. En cualquier caso, todo lleva implícito su encanto, pero no todos pueden verlo, porque suelen fallar en su estado de ánimo, al no divisar el esplendor de la evidencia.
Naturalmente, nos hace falta otro espíritu más solidario y más poético, al menos para recomponer espacios destruidos por nosotros mismos. Cuando el sentir de la esencia que somos se abandona es imposible generar belleza alguna. Nos hace falta volver a otros hábitos más contemplativos, a tomar otras lecturas que nos activen hacia otros amaneceres más armónicos, pues lo transcendente radica en poder acoger y cultivar otras perspectivas más nítidas, que nos calmen y nos colmen ese deseo de la hermosura que todos llevamos mar adentro. Sin duda, hoy más que nunca, se requieren buscadores de paz, que apuesten por un gran ideal, el de urdir caminos interiores cada cual consigo mismo. Será una forma de mejorar el ambiente. Hay demasiada tensión entre nosotros y eso nos deshumaniza. Modifiquemos actitudes. Renunciemos a los ruidos. Hagamos silencio. Tomemos el propósito de ser valientes. Hablemos claro y profundo. Entendámonos y dejémonos entender. Mirémonos de cerca en el espejo. Puede que esto nos haga despertar de nuestro propio analfabetismo, ya que únicamente el conocimiento de la belleza es la verdadera senda y el primer paso para la comprensión de nuestros andares por el mundo.
Además siempre es bueno volver la vista a nuestro alrededor. A veces ni nos vemos a nosotros mismos. Precisamente, una de las cuestiones que ha sorprendido recientemente a un relator de derechos humanos es la ignorancia de los españoles acerca de la situación en su país, con una pobreza generalizada, un alto nivel de desempleo, una crisis de vivienda de proporciones inquietantes, un sistema de protección social completamente inadecuado que arrastra deliberadamente a un gran número de personas a la miseria, un sistema educativo segregado y cada vez más anacrónico, un sistema fiscal que brinda muchos más beneficios a los ricos que a los pobres, una mentalidad burocrática profundamente arraigada en muchas partes de la administración que valora los procedimientos formalistas por encima del bienestar de las personas… Indudablemente, esto pasa en gran parte por la falta de conciencia, por no saber mirar y ver, por no tomarse en serio la política social de servicio, y porque lo único que prolifera en medio de una España desigual, bárbara y hostil, son los ambientes corruptos; efectivamente, la peor plaga social, pues es el engaño permanente y la explotación de los más débiles.
Hay que volver al don de lo natural, al talento creativo del buen talante, una belleza que jamás envejece y que está siempre ahí, como es la consideración entre análogos. Cuando se pierde el respeto de todo hacia todos es imposible embellecer nada. Ojalá despertemos y en lugar de adorar al dios dinero, reverenciemos a la gente de palabra, a los líricos soñadores que con su lucidez de verbo nos abrazan hacia otro orbe más justo. Una de las condiciones necesarias para ese cambio pasa por la ausencia de esa atmosfera de podredumbre que nos acorrala en la actualidad. Ya está bien de chantajes y extorsiones. Liberémonos de estos bríos injustos que aparte de volvernos inhumanos, hacen de nosotros efectivos seguidores de la irracionalidad. Desde luego, el cambio no puede llegar sin revalorizar el amor hacia todo ciudadano, provenga de donde provenga, tiene que ser norma constante y suprema de nuestras acciones. Son, justamente, estos gestos cotidianos de protección y mejora, de embellecer algo que es de todos, los que nos hacen preservar el ambiente natural y urbano, y salvaguardar a sus poblaciones con acciones de mano tendida siempre.
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9 de febrero de 2020