Si hay un líder político dominicano que podría estar arriesgando su futuro en los procesos electorales pautados para el año que discurre, muy a despecho de lo que argumentan en contrario sus prosélitos mas locuaces apuntando el verbo en dirección al Palacio Nacional, lo es el doctor Leonel Fernández.
En torno al expresidente dominicano, desde luego, lo primero que aplica es recordar que si bien continúa siendo una figura cimera del partidarismo nacional (y acaso el dominicano vivo de mayor proyección en la escena internacional), su imagen política exhibe altos niveles de deterioro, no cuenta ya con la poderosa falange social que presidía, no concita el respaldo del empresariado conservador que lo devocionaba y, por añadidura, acaba de cumplir 66 años, una edad que no es cuantiosa para los estándares de vida de hoy, pero que inevitablemente da pie a ciertas reticencias físicas y anímicas para el laborantismo en entornos sociales con predominio votante de las generaciones digitales.
Una segunda e importante realidad que no debe olvidarse es la de que el exmandatario no es propiamente un dirigente político sino un líder nacional: en su caso, desde por lo menos 1996 quedó atrás la primera condición y, desde entonces, se posicionó de manera cómoda en la segunda porque asumió la presidencia de la república -y paralelamente el liderato máximo del PLD-, en un curso ascendente que sólo comenzaría a caer dramáticamente en 2015 con los efectos devastadores del denominado “Quirinazo”.
Y todo el que está al tanto de la fenomenología de la política militante sabe perfectamente qué significa ese cambio de condición en términos prácticos: un encumbramiento que termina en la casi total desconexión con la dirigencia media y las bases, pues a éstas sólo le es dable comunicarse con el ungido a través de los cuadros de alto nivel, los enlaces informales, la burocracia interna y -si se está ejerciendo la rectoría de la cosa pública- los escasos funcionarios con responsabilidades partidarias directas.
El líder, ciertamente, es una figura con aura casi sagrada -cotidianamente incorpóreo e intocable- cuya relación con los estratos partidarios medios y bajos deviene básicamente emocional, mientras que el dirigente es la encarnación concreta de la autoridad partidista directa y, por ello, establece y mantiene una conexión física o tangible con aquellos, generándose así una incidencia harto conocida: la vidriosa dependencia del líder respecto del dirigente en las tareas de consagración política.
En principio, la condición de líder del doctor Fernández fue minada en el PLD por una circunstancia nodal: éste dejó de ser -precisamente bajo el aliento ideológico y el empuje directriz del exmandatario- un partido de principios para convertirse en uno parasitario del Estado -basado en el clientelismo, el rentismo, el patrimonialismo y el corporativismo-, y como a partir de 2012 el licenciado Danilo Medina pasó a ejercer la conducción estatal y -por lo tanto- a ser el tributario y garante de las prebendas y los privilegios en la entidad, se registró un lógico proceso -motorizado por la cúpula y la dirección media, a veces con notorias y deplorables malas artes- de transferencia del liderazgo a favor de este último.
En ese sentido, la verdad es una y simple: los resultados oficiales de las primarias de octubre -sin importar si hubo o no trampas técnicas- no hicieron más que confirmar lo que muchos observadores daban ya por descontado: que en el PLD contemporáneo el capital, la “logística” estatal y las conveniencias particulares se imponen sobre las ideas, las simpatías o los sentimentalismos partidarios, un aserto que -claro está- el sector político del doctor Fernández debió calibrar adecuadamente antes de aquel evento y, con mayor razón, después del mismo (puesto que a simple vista sigue operando todavía en su contra, a juzgar por lo que reportan las encuestas de fiar).
Y, por cierto, los números que presentan las encuestas con mejor historial de aciertos (que sitúan al doctor Fernández muy por detrás del licenciado Gonzalo Castillo en tanto candidato presidencial, y mas bajo aún como partido político) colocan al expresidente en una situación crítica no sólo en el presente sino también para el porvenir inmediato: de convertirse en hechos, constituirían una caída tan drástica que su liderazgo pudiera quedar virtualmente amenazado de liquidación.
Y esa última no es una afirmación hiperbólica. Aunque nadie en su sano juicio puede asegurar en estos momentos que el doctor Fernández tiene posibilidades reales de ser el próximo incumbente del Poder Ejecutivo (porque sus números lo ubican en el tercer lugar para una primera vuelta y con pocas posibilidades si llegara a la segunda), ni tampoco parece creíble el alegre y goloso vaticinio palaciego de que alcanzará menos de un 5% en las elecciones presidenciales, el porcentaje que a la postre él obtenga podría influir decisivamente en el sesgo de su liderazgo en el mañana temprano.
La cuestión es que si el exgobernante no termina siendo favorecido por un porcentaje aceptable de votos (15% cuando menos) podría tener serias dificultades para reconstruir su liderazgo luego de los comicios de mayo, sobre todo habida cuenta de que el PLD no sólo está desarrollando desde el alba hasta el ocaso una vigorosa ofensiva para arrebatarle seguidores, sino que aparenta tener planificado continuarla después de los mismos, y con más empuje si resulta perdedor, acusando a aquel ante las bases oficialistas (que son las que anhela recuperar el líder de la Fuerza del Pueblo) de la derrota y, por consiguiente, de la pérdida de sus empleos, contratos, prebendas y privilegios.
Por supuesto, el doctor Fernández es un político de fino olfato, un estadista consumado y un conocido estudioso de los temas sociales, interpartidarios y estatales, y junto con el formidable equipo que lo acompaña seguramente habrá evaluado las posibilidades precedentemente planteadas y, en especial, su secuela más peliaguda: decidir, en el momento apropiado (y teniendo como espejos refractivos los resultados de las próximas elecciones municipales y los estudios de preferencias de cara a las presidenciales) si permite que se le cuenten los votos en la primera vuelta -con los riesgos que esto conlleva para el futuro cercano de su liderazgo-, o si, por el contrario, pacta con el licenciado Luis Abinader -secreta o abiertamente- con el único fin de derrotar al oficialismo.
Al margen de lo que finalmente decida, no obstante, una cosa luce clara: el doctor Fernández está hoy en su hora cero.
(*) El autor es abogado y politólogo
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