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Efectos drásticos de las despedidas

Tal vez la despedida más conmovedora es la de los moribundos, aquellos que, postrados en una cama.

Las despedidas siempre producen efectos drásticos, amargos, en las personas con quienes con mucho amor y aprecio hemos compartido momentos buenos y malos.

Hay despedidas que nos dan la esperanza de volver a ver a los que por diversos motivos se alejan de nosotros, por ejemplo, cuando se trata de una ausencia muy prolongada. Pero existen otras que no nos dan esa opción.

Tal vez la despedida más conmovedora es la de los moribundos, aquellos que, postrados en una cama, sin fuerza y con los minutos pautados en la cuenta regresiva para el despegue hacia el sepulcro, nos toman de las manos, nos miran con los ojos húmedos por las lágrimas, pero que apenas escuchamos su voz cuando nos susurran al oído. Saben que no volverán a estar juntos a nosotros.

Es un momento terrible en que quisieran pedir a la muerte una prórroga más para continuar viviendo.

Una escena parecida, tal vez, vivió el reconocido escritor colombiano Gabriel García Márquez, fallecido el 17 de abril de 2014, en México, a causa de una neumonía.

Antes de morir, este genio de la literatura, que en el 1999 le fue diagnosticado un cáncer linfático, escribió una histórica carta de despedida a sus amigos, la cual comparto con mis lectores.

Se trata de un diagnóstico de lo que representan los últimos hálitos de vida de un ser humano al instante de abandonar a los seres queridos.

La carta completa:

“Si por un instante Dios se olvidara de que soy una marioneta de trapo y me regalara un trozo de vida, aprovecharía ese tiempo lo más que pudiera. Posiblemente no diría todo lo que pienso, pero en definitiva pensaría todo lo que digo.

“Daría valor a las cosas, no por lo que valen, sino por lo que significan.

Dormiría poco, soñaría más, entiendo que por cada minuto que cerramos los ojos, perdemos sesenta segundos de luz.

“Andaría cuando los demás se detienen, despertaría cuando los demás duermen.

Si Dios me obsequiara un trozo de vida, vestiría sencillo, me tiraría de bruces al sol, dejando descubierto, no solamente mi cuerpo, sino mi alma.

“A los hombres les probaría cuan equivocados están al pensar que dejan de enamorarse cuando envejecen, sin saber que envejecen cuando dejan de enamorarse.

“A un niño le daría alas, pero le dejaría que el solo aprendiese a volar.

“A los viejos les enseñaría que la muerte no llega con la vejez, sino con el olvido.

Tantas cosas he aprendido de ustedes, los hombres… He aprendido que todo el mundo quiere vivir en la cima de la montaña, sin saber que la verdadera felicidad está en la forma de subir la escarpada.

“He aprendido que cuando un recién nacido aprieta con su pequeño puño, por primera vez, el dedo de su padre, lo tiene atrapado por siempre.

“He aprendido que un hombre sólo tiene derecho a mirar a otro hacia abajo, cuando ha de ayudarle a levantarse.
“Son tantas cosas las que he podido aprender de ustedes, pero realmente de mucho no habrá de servir, porque cuando me guarden dentro de esa maleta, infelizmente me estaré muriendo.

“Trata de decir siempre lo que sientes y haz siempre lo que piensas en lo más profundo de tu corazón.
“Si supiera que hoy fuera la última vez que te voy a ver dormir, te abrazaría fuertemente y rezaría al Señor para poder ser el guardián de tu alma.

Si supiera que estos son los últimos minutos que te veo, te diría “Te Quiero” y no asumiría, tontamente, que ya lo sabes.

“Siempre hay un mañana y la vida nos da siempre otra oportunidad para hacer las cosas bien, pero por si me equivoco y hoy es todo lo que nos queda, me gustaría decirte cuanto te quiero, que nunca te olvidaré.

“El mañana no lo está asegurado a nadie, joven o viejo. Hoy puede ser la última vez que veas a los que amas. Por eso no esperes más, hazlo hoy, ya que, si mañana nunca llega, seguramente lamentaras el día que no tomaste tiempo para una sonrisa, un abrazo un beso y que estuviste muy ocupado para concederles un último deseo.

“Mantén a los que amas cerca de ti, diles al oído lo mucho que los necesitas quiérelos y trátalos bien, toma tiempo para decirles, “lo siento” “perdóname”, “por favor”, “gracias” y todas las palabras de amor que conoces.

“Nadie te recordará por tus nobles pensamientos secretos. Pide al Señor la fuerza y sabiduría para expresarlos.
Finalmente, demuestra a tus amigos y seres queridos cuanto te importan”.
¡Hasta siempre, Gabo!

Manuel Vólquez

Dominicano, periodista, profesor universitario. Nació en Barahona, República Dominicana.

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