Gobierno y Junta Central Electoral-JCE tienen una intensa mancuerna. Jugaron roles complementarios en las operaciones secretas que condujeron a la anulación de las votaciones el pasado 16 de febrero. La JCE está bajo tutela del Palacio Nacional, aunque también intervenida por el poder imperialista estadounidense, y bajo la “bendición” del Opus Dei.
Esa JCE nombró operadores electrónicos, contrató empresas informáticas, aceptó agencias estadounidenses (USAID, INFES, OEA…) y dispuso de la inteligencia militar especializada. Nada se hizo al margen de Danilo y su entorno cívico-militar. Igual, el bloque opositor asumió una actitud complaciente, aplaudiendo la intervención gringa.
Así se hacía cuando el jefe del Palacio y del consorcio PLD era Leonel, conspicuo personero de la política como negocio y poder personal, que ahora abrazado a Abinader y junto a Quique Atún, Wessin, Peña Guaba, los Vinchos y demás alacranes y cacatas, emprenden la marcha de hoy y la cruzada conservadora con que esa partidocracia opositora y sus padrinos de ultramar pretenden cambiar -mediante elecciones tramposas- rostros y partidos, sin cambiar el sistema pervertido.
Una cruzada con la que a la vez procuran desplazar del centro de la confrontación contra la podredumbre danilista y su dictadura al formidable movimiento de la juventud indignada que exige destitución de la JCE y suplentes, y responsabiliza a Danilo y a Castaños de la autoría intelectual del golpe electoral electrónico.
Corrupción contra corrupción. Impunidad contra impunidad. Partidocracia contra partidocracia. Negocio sucio contra negocio sucio. Sin destituir la JCE y sus suplentes. Negociando ventajas en sus mecanismos internos, aceptando nuevos comicios para el 15 de marzo con ciertos remiendos, sin quitar a Castaños y comparsa, menos añun a Danilo y sus Yan Alanes.
Está pitado que no habrá ni identificación ni consecuencias judiciales contra los autores intelectuales de los delitos electorales del pasado 16 de febrero; como no lo ha habido en los grandes delitos de Estado cometidos en las cinco últimas décadas de esta supuesta democracia.
Habrá sí nuevas trampas y zarpazos de un poder en descomposición que se resiste a morir y que solo la indignación juvenil y popular en las calles podrá enterrar sin mediatizaciones que lo reciclen.
No se debe ceder en la autonomía de las hermosas protestas juveniles frente a toda la partidocracia, ni en la exigencia de destituir esa JCE; protestas y exigencia que han sido cada vez más nutridas de pueblo humilde. Vale asumir las sentencias juveniles: “nuestros sueños no caben en esas urnas”… “cuando la tiranía es ley, la revolución es una orden”, camino a un Proceso Constituyente soberano.