Tan correcta como lo fue la postura de Melymel y los muchachos de la Plaza de la Bandera al oponerse a que el movimiento cívico que encabezan no fuese adulterado con fines ajenos a la libre expresión popular y el reclamo por la vigencia de la Democracia, así de oportuna y ecuánime lo fue la decisión del liderazgo de la oposición política en cuanto a modificar la ruta de la denominada Marcha por la Democracia, celebrada el pasado domingo 23 de febrero en la ciudad de Santo Domingo.
En efecto, ese inusual movimiento que comenzó con las ondulaciones inocentes de una banderita tricolor, de cara al viento y enfrentando las groseras manipulaciones del derecho del pueblo dominicano a un futuro más venturoso fue concitando el apoyo de más y más gente de todos los estratos sociales y generacionales y terminó convirtiéndose en una aleccionadora avalancha popular que ha puesto a temblar a las esferas del poder.
Desde encumbrados funcionarios hasta los cimientos de una base política turulata y sin líderes de temple que puedan enmendar los errores en que ha caído la entidad política fundada por quien una vez preconizó que había que anteponer ‘vergüenza contra dinero’, el partido de gobierno ha devenido en convertirse en una compraventa de conciencias, a cambio de un bono-gas o una tarjeta de solidaridad. Y, en tiempos de zafra electoral, los famosos quinientos pesitos, el pica pollo y el pote de ron.
Como todos los grandes movimientos sociales a lo largo de la historia universal, la marea humana de la Plaza de la Bandera comenzó en forma aislada, sin orquestación ni una meta definida. Apenas la exigencia vibrante, respaldada por jóvenes insuflados de coraje que decidieron dar un paso al frente en defensa de la democracia conculcada por amañados funcionarios puestos a tono con la finalidad de perpetuarse en el poder. Un poder que, de tan obsoleto y desfasado, ya huele a gerontocracia.
De dos en dos, de tres en tres, y de cien en mil, fue creciendo hasta alcanzar niveles en los que ya resulta difícil enfrentarles con ridículas acusaciones de ser un ‘movimiento Popi’, en componenda con representantes ‘wawa’ con aspiraciones de trascender y ‘sonar’, en medio de esta asonada cívica.
Aquellos que torpemente enfilaron sus cañones contra esta contundente avalancha popular, terminaron rindiéndose a sus pies y, hoy por hoy, no les ha quedado más remedio que sumarse al clamor popular, dejándose ver por los alrededores de La Plaza y expresando su simpatía por el movimiento, a través de las redes sociales.
Pero resulta ser -y aquí viene lo de las aleccionadoras enseñanzas del movimiento!- que los muchachos de La Plaza no son ‘chivitos jartos de jobo’ y no está dentro de sus planes dejarse utilizar por personas con fines particulares, politiqueros o divisionistas. Porque, de que los hay, los hay!
Como prueba de lo anterior vimos el caso de un tal Don Miguelo, quien se apersonó por los predios de la avenida 27 de Febrero con Gregorio Luperón, pretendiendo hacerse el gracioso y supuestamente para expresar sus simpatías con el movimiento y terminó huyendo con el rabo entre las patas, cuando la enardecida juventud allí presente le expresó el rechazo ante su altanera presencia.
Haciendo mutis de las bombas lacrimógenas -que nadie disparó ni autorizó!-, de los vituperios vertidos por funcionarios sin credibilidad entre la ciudadanía, más allá de los intentos por convertir la jornada en un evento de barricadas y de subversión de las normas y las leyes, los muchachos (y los de más edad también!) continúan allí, imbatibles, ostentando su verdad y reclamando el derecho del pueblo dominicano a la vigencia plena de una democracia que tanto luto y dolor le ha costado.
Con el apoyo de la intelectualidad militante, de las plumas independientes, personalidades internacionales y un sector de la clase artística nacional que no ha caído en la vergüenza cloacal de las ‘bocinas’ del régimen.
A ello se suma el efecto dominó que, sin aparente orquestación, se ha venido gestando de manera paralela en todas las provincias del país y en cualquier lugar del mundo en donde los sentimientos patrios hagan latir el corazón de los dominicanos que por allí transitan.
A ello se debe que, hoy por hoy, el movimiento de Los Muchachos de La Plaza ha devenido en convertirse en una avalancha popular que, más temprano que tarde ha de dar sus frutos positivos en beneficio de la nación dominicana.
Sin manipulación de la clase política partidaria, pero sin menospreciar el papel que esta juega y debe jugar en medio del proceso político que se avecina.
Un gran hombre, adalid de las luchas a favor de los desposeídos, dijo una vez que ‘hay que perseverar en lo que nos une y prescindir de lo que nos separa’ y en verdad que esa sentencia cae como anillo al dedo en la etapa crucial por la que atraviesa la Nación Dominicana.
Ha llegado el momento de poner en primer lugar los intereses fundamentales de la nación dominicana. El respeto a los derechos populares, la vigencia plena de la democracia y lo estipulado en la Constitución y las leyes debe ser el camino a seguir ante el delicado sendero por el que transita el país.
Cada cual debe hacerse sentir en su espacio, sin olvidar que, en este caso, existe un enemigo común que es hacia donde deben enfilarse los cañones de todo dominicano sensato que desee salir de la podredumbre moral y social en la que se nos ha arrinconado.