Como ya es costumbre en los gobiernos del Partido de la Liberación Dominicana, el presidente Danilo Medina –igual que su antecesor- nos dibujó un país extrapolado desde un planeta lejano donde todo marcha extraordinariamente bien, como un paraíso, imaginado solo en la mitología griega o el génesis cristiano, donde, sin embargo, estaba el árbol del fruto prohibido.
Escuchando al presidente Medina me sentí –de verdad- en otro país; en Singapur, Japón, Suecia, Irlanda, Noruega, Emiratos Árabes Unidos, Finlandia o Australia, no en la República Dominicana, país pequeño y abatido, con un subdesarrollo similar al de las naciones más pobres del mundo.
Según Danilo Medina, todo marcha bien, las cosas mejoran cada día, los niveles de seguridad ciudadana aumentan, la delincuencia disminuye, el desempleo en menor que en España, que es de 14%, y otros países europeos, latinoamericanos, casi similar al de los Estados Unidos.
Dijo sin sonrojarse que nuestras carreteras son de las más seguras y confiables a pesar de que los accidentes de tránsitos están entre las primeras causas de muerte. (Olvida que la “carretera de la muerte” que conduce a Samaná es una de las más cara y peligrosa del mundo y por la que pagamos un “peaje sombra” de miles de millones de pesos todos los años. Un atraco que prometió evitar a través de su candidato presidencial Gonzalo Castillo).
Las palabras del mandatario no se corresponden con los hechos; hay un gran trecho entre lo dicho y lo hecho. Definitivamente el papel lo aguanta todo, y las palabras en su boca son tan frágiles que se desvanecen con el viento.
La verdad no importa, lo que tiene valor es el mensaje que se difundió por más de 600 medios de comunicación y que fue aplaudido por la cúpula empresarial, la más beneficiada del crecimiento económico y del endeudamiento que ya sobrepasa el 50% del presupuesto nacional. Es decir, de cada cien pesos que producimos, pagamos 50, y con el resto debemos satisfacer las necesidades alimentarias, educativas, sanitarias, vivienda, transporte, etc.
Los peledeistas son buenos hablando, más no cumpliendo. El sofismo es su arte.
El déficit habitacional supera el millón 500 mil; más del 20% de los jóvenes dominicanos ni estudia ni trabaja, los famosos “ni-ni”; el 60% de los jóvenes dicen que se quieren ir del país, según la encuesta “en hogar”, del propio gobierno. Alrededor del 60% del empleo es informar, es decir, de baja calidad, el gasto público es un desastre gracias al despilfarro, una locura que nada tiene que ver con el desarrollo y la sostenibilidad económica.
La “revolución educativa” es una consigna, demagógica y politiquera, pues la realidad es otra, de acuerdo con estudios de organismos internacionales. Seguimos en los últimos lugares en la región en esa materia. Los recursos del 4% del PIB –que es una conquista ciudadana, no un regalo del PLD- se han empleado incorrectamente. La falta de planificación es más que evidente, al igual que la corrupción con la compra de solares y la construcción de aulas.
El sistema judicial está tan corrompido como el gobierno mismo; la falta de institucionalidad la podemos ver en las llamadas “visitas sorpresas”, donde el presidente Medina sustituye todos los ministerio para encarnarlo personalmente, como un autócrata desfasado en el tiempo.
La corrupción se lleva cerca del 4% del PIB, lo mismo que se invierte en educación. Pero de eso no habla el presidente. No hay condenados, no hay presos. El caso Odebrecht, la empresa que confesó haber otorgado más de 92 millones de dólares en sobornos, está en un limbo. En el expediente no están todos los que son ni son todos los que están. De eso tampoco habló el presidente Medina.
Con relación al sabotaje de las elecciones del mes pasado, vuelve a utilizar las promesas trilladas en su boca de que no “habrá vacas sagradas” y que caiga quien caiga se sabrá la verdad y se hará justicia. Ni él se lo cree. No se sabrá, porque ahora nadie lo hizo.
El discurso de rendición de cuentas en realidad estuvo lleno de cuentos. Fue una piensa oratoria hecha para tarados mentales, por aquello de que “el mal comío no piensa”.
En verdad me sentí ofendido viendo el largo discurso del presidente Medina. (No sé ustedes como se sintieron)