Los ojos de todos los países del mundo están mirando, unos de cerca, otros a la distancia, lo que pasará en la República Dominicana este domingo, después que las elecciones municipales del pasado 16 de febrero fueron suspendidas abruptamente cuando la gente se encontraba masivamente en los centros de votaciones.
Un hecho insólito, sin dudas, que aún no ha sido aclarado a pesar de las promesas –que nadie cree- hechas por las autoridades, principales sospechosas del hecho criminal.
El voto automatizado fracasó. El golpe de Estado electoral se consumó. El intento de involucrar a la oposición en el sabotaje nadie lo creyó, obligando al presidente Danilo Medina a detener la pantomima del Ministerio Público que intentaba someter a la justicia por delito electoral a un técnico de una compañía telefónica y a un coronel de la escolta de Luis Abinader.
Las protestas no se hicieron esperar. La juventud tomó el control de los reclamos. La oposición marchó masivamente por la Máximo Gómez hasta el parque Independencia exigiendo castigo para los culpables del intento de fraude y la celebración de nuevas elecciones dentro de un marco de transparencia y equidad democrática.
Acorralado, el presidente de la República y su Partido de la Liberación Dominicana, se vieron obligados a escuchar las voces disidentes y participar en un diálogo de sordos que solo sirvió para ganar tiempo. Pero en ningún momento el gobierno ha cedido en sus planes fraudulentos violando la Constitución, las leyes de partidos y de régimen electoral, entre otras, utilizando los recuerdos del Estado a través de todos los ministerios, sin que la Junta Central Electoral, el órgano rector, el árbitro, lo haya impedido, generando muchos temores.
A pesar de los observadores internacionales y nacionales, de los veedores, de los embajadores europeos, de los cacerolazos y las movilizaciones, el PLD insiste en ganar unas elecciones que perdió antes de las elecciones del 16 de febrero que hicieron fracasar para evitar la derrota.
Los funcionarios del gobierno y los dirigentes del PLD parecen luciérnagas en las noches comprando cédulas, extorsionando empleados públicos, a los pobres que reciben bonos y tarjetas, así como a los familiares de guardias y policías para que voten morado. El dinero corre por los barrios y campos como una hemorragia.
El asfalto no se detiene. La entrega de materiales de construcción, de electrodomésticos, de fundas de alimentos, tampoco. Nadie ha querido ver lo que está a la vista de todos. Ni siquiera los medios de comunicación. La oposición política solo espera que la gente vote con la conciencia, no con el estómago. ¡Vergüenza contra dinero!
En medio de tanta incertidumbre, sin árbitros confiables, sin garantías reales, con un voto manual que se presta a toda clase de fraudes, acudimos a las elecciones municipales.
Ojalá que todo salga bien, que la fuerza del dinero sucio, de los policías, guardias y fiscales, no determinen victorias y derrotas. Ojalá que las elecciones transcurran en un ambiente democrático de paz y concordia, que la gente pueda votar libremente. ¡Ojalá! Porque de lo contrario la chispa de la Plaza de la Bandera incendiará todo el territorio nacional, sin bomberos que apaguen el fuego.
Crucemos los dedos…