Estamos en tiempo de tribulación, de angustia. Las personas pobladoras del mundo convivimos con una pandemia que nos castiga despiadadamente, que cambió nuestro rumbo y hará del 2020 el año en que nos unimos en la prevención, para evitar caer ante ella, una enfermedad que no discrimina.
Esta pandemia nos ha puesto muchas tareas y nos deja grandes aprendizajes, que hablan de solidaridad, humanismo, d más amor hacia nuestros semejantes y unión familiar.
Hoy más que antes debemos abrazar y amar la vida tranquila, la convivencia familiar, despojarnos de vanidad, de altivez. Dios nos hizo criaturas únicas, a su imagen y semejanza. Por tanto, nuestro corazón debe ser compasivo, grande para amar.
Es muy doloroso lo que está ocurriendo en el mundo. La enfermedad nos obliga a estar en casa con casi un cese total de nuestras actividades profesionales o productivas, sin embargo, nos obliga estar tranquilos en casa, orando, clamando misericordia al Todopoderoso. Estar en comunión, unidos en cuarentena, replanteando nuestra forma de conducirnos en la vida.
Un tiempo que la vida nos regala para compartí en familia, en nuestras casas; el único lugar donde uno es esperado, como decía J.J Rousseau.
Un tiempo para reconocernos. La tecnología con sus beneficios, nos ha apartado tanto que, pero, alejo a cada integrante de la familia, quienes, viviendo bajo el mismo techo a veces parecen desconocidos.
Usémosle para organizar nuestra casa como nos gusta. Ella nos acoge y en ella forjamos la obra más importante la familia. Conversemos, debemos consolarnos mutuamente. leamos un libro interesante.
Hoy el mundo sufre, pero nos conforta la Biblia, ella dice que la oración levantará al enfermo; el Señor lo levantará, y si ha pecado, se le perdonará. ¡Oremos!
Seamos prudentes, resguardémonos. Cumplamos el protocolo de prevención instituido por la Organización Mundial de la Salud.
Busquemos en nuestro adentro la alegría que caracteriza a nuestra población, usémosla, sin salir más que por cuestión de emergencia. Dice Proverbios, en el capítulo 17, versículo 22, que el gran remedio es del corazón alegre, pues el ánimo decaído seca los huesos. Confío en que nuestro Dios nos daráؘ la oportunidad de levantarnos, y seremos fiel a su palabra y obedientes a su ejemplo de vida.
Vivimos horas tristes, pero Dios no nos abandonará. No desperdiciemos este periodo y compartamos en familia, seamos creativos, volvamos a nuestras raíces familiares. Hagamos de cada día un escenario para construir historias juntos, como antes, como hicieron nuestros padres y madres, antes que el internet y las redes sociales le robaran protagonismo al rol de formadores, durante esos cálidos encuentros familiares.
Compartamos cuentos, chistes, anécdotas, canto, adivinanzas, bailes, en fin, saquemos un rato para el entretenimiento dentro de nuestros hogares. Hay que crear las historias de vida que serán contadas en el futuro, esas que son construidas con amor.
Clamemos con fe a Dios, él nos escuchará, nos responderá y mostrará cosas grandes, que no conocíamos. Su inmenso amor nos cubrirá.
Quizá tendremos como aprendizaje volvernos a Dios, ser mejores seres humanos, más agradecidos, responsables, compasivos, dotados de grandes dosis de cariño hacia los demás.
Que la comunicación reine en nuestras familias, mientras somos prudentes y responsables ante esta pandemia, Con Dios saldremos victoriosos. ¡Dios tiene el control, solos no podemos librar esta batalla!
La autora reside en Santo Domingo. Es educadora, periodista, abogada y locutora.