Quizás todos íbamos demasiado rápidos, a veces sin rumbo, con poca consideración hacia nuestro análogo, del que también dependemos para subsistir y continuar camino, cuando de pronto nos sorprenden diversos llamamientos a la población mundial para que sigamos unas mínimas instrucciones básicas para combatir la propagación de esta epidemia, la del coronavirus (COVID-19), como es el lavado de manos, la forma adecuada de estornudar, la de evitar tocarse la cara, mantener la distancia física adecuada y la firme advertencia para aquellos que no se sientan bien, tengan fiebre, tos y les cueste respirar, que se recluyan en casa.
Todo este cúmulo de avisos, que nos van a servir para protegernos y para frenar el avance de la epidemia, lo que nos revela es que no podemos seguir cada cual por donde le venga en gana, sino únicamente juntos es como se puede no tener miedo de la adversidad y poder detener cualquier penuria. Una vez más, se demuestra, que es desde la unidad responsable de acción y reacción cómo se avanza, sobre todo para aminorar el pánico de las gentes, pues, por sí mismo el innato vínculo de pertenencia común nos insta a ocuparnos y a preocuparnos por los demás, tanto como por nuestros egos, siempre pretenciosos de querer sobresalir y aparentar lo que no somos. En consecuencia, ponernos barreras entre humanos simplemente no tiene sentido. Por consiguiente, si la Unión Europea se mantiene por esa solidaridad económica y monetaria como referente, también el espíritu solidario de la salud debiera ser referencia para el mundo, teniendo en cuenta que estos valores de inclusión y no discriminación, forman parte integrante de nuestro modo de vida europeo.
Indudablemente, la Unión Europea es única en su género como asociación económica y política, y esta interdependencia entre países debiera tener alcance meditativo, puesto que de entrada contribuye a que disminuyan las posibilidades de conflicto. Considerar esto ya es vital. Téngase presente, que la reflexión y la donación son nuestros aires saludables, los que nos movilizan interiormente a demostrar paciencia e infundir esperanza. Sabemos que no hay mejor inversión en capital humano que la salud, pero tampoco debemos olvidar que unidos de todo se sale. Parece que lo teníamos olvidado. Por otra parte, son esos pequeños gestos cotidianos, los que nos ayudan a enfrentarnos a esta situación mundial de pandemia, readaptando lenguajes y prácticas, como puede ser la caricia de una mirada o el impulso de una sonrisa. No apaguemos jamás la llama de la solidaridad, que nunca se aniquile, y dejemos que reavive la ilusión por sentirse parte del linaje. Así, cuando los trabajadores de salud están en riesgo, también estamos en peligro nosotros. Por tanto, dejarse abrazar por este sentimiento de coalición, es animarse a proseguir caminos nuevos. A pesar de todas las contrariedades del momento actual, incluido el espantoso azote del coronavirus, lo prioritario es abandonar nuestro afán posesivo, tan borreguil, para darle espacio a la entrega generosa que solo el espíritu es capaz de promover, con el ejercicio de una responsabilidad compartida, sin tantas fronteras que nos amortajen el entusiasmo. Mostrar pasividad es desaprovechar los avances en desarrollo, y aunque los efectos de la epidemia son universales, sus consecuencias serán más graves en los países más vulnerables. Debemos considerar esto, al menos para que no se acrecienten aún más las desigualdades socioeconómicas existentes.
Estoy convencido de que únicamente podremos subsistir como especie, en la medida en que optemos por tener un tiempo para la autocrítica, máxime en una época en el que los lenguajes visuales a veces nos dejan hipnotizados. Lo importante es estar bien preparados, con los ojos abiertos, pues las medidas que tomemos actualmente como especie pensante, van a tener repercusión en las décadas venideras, lo que ha de llevarnos a unirnos contra una amenaza que es global, y que dejará de serlo, en la medida que seamos capaces de acoplarnos, de luchar e innovar por un futuro para todos. Como la dicha de un mundo tan diverso como el nuestro, depende de aquellos que lo encauzan, los liderazgos han de ser coherentes con su ejemplaridad de actuaciones. Muchos gobiernos, por desgracia, han tenido tras de sí una historia tremenda con la corrupción. Por ello, nuestras comunicaciones han de ser claras, concisas y profundas. Conocer nuestras debilidades, enmendar los errores y aprender de ellos, actuar con sentido responsable en suma, es lo que nos hace grandes en humanidad, que es de lo que actualmente andamos bastante escasos. Sea como fuere, ahora que estamos experimentando una situación inesperada en todo el planetario, con la pandemia del COVID-19, tal vez sea el período de repensar en esas personas cuyas condiciones de vida son terribles, puesto que ya solían carecer de saneamiento e higiene, o de esos campamentos superpoblados, con acceso limitado a la atención médica; lo que debe motivarnos a priorizar esa obligación humanitaria que en cualquier momento puede necesitar algún país. Está muy bien lo concerniente, a que la Unión Europea sea el mayor bloque comercial del mundo, pero aún estaría mejor que esa ciudadanía europeísta fuese una familia unida e indivisible y, por ende, cooperante entre sí. Reactivemos, en todo caso, ese espíritu humanitario de corazón, que de boquilla venimos haciéndolo con cierta frecuencia.
Víctor CORCOBA HERRERO / Escritor
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29 de marzo de 2020