No hay dudas que desde Maquiavelo los estudios políticos se concentraron predominantemente alrededor de la noción de poder. Para que esto sucediera hubo de darse una mecánica de pensamiento que disolviera dentro de lo posible, incluso definitivamente en algunos casos, las diferencias de uso de las palabras “poder” y “política”. Ciertamente, si poder y política se indiferenciaban entonces era posible pasar por sustitución de lo idéntico de uno a otro y en consecuencia justificar la idea de que la ciencia política es la ciencia del poder.
Uno de los autores que participan de esta manera de entender la ciencia política es Maurice Duverger. En su libro Sociología del Poder, tras una serie de reparos frente a la equivalencia sociología política = ciencia del Estado, concluye que la sociología política debe ser asumida como sociología del poder. “Un rasgo esencial de las sociedades humanas – dice – tal vez es que la influencia, la dominación, el poder, la autoridad están presentes en todas partes, a pesar de su camuflaje”. Para rematar a continuación: “Tomar conciencia de este carácter es, entonces el primer paso del politólogo”.
Dentro de esta misma línea de razonamiento se inscriben Robert E. Dowse y John Hughes, cuando argumentan mucho más claramente que “la política hace referencia al ejercicio del poder en situaciones sociales”. “El poder – precisan mas tarde – existe en todas las sociedades, y si hacemos equivalentes política y poder entonces la política es también endémica a la vida social”.
En un intento por superar las serias dificultades que presenta esta perspectiva, algunos autores han optado por introducir una pequeña distancia semántica entre política y poder. Para estos “política” aludiría a la actividad por la que se logra el poder, mientras que “poder” aludiría a una capacidad o algo susceptible de ser adquirido por la actividad que designa la palabra política. Dentro de esta línea se mueve William A. Robson. Sostiene que “el foco de interés del politólogo es claro y nada ambiguo se centra en la lucha por ganar o retener el poder o influencia sobre otros, o por resistir tal ejercicio”.
Incluso ciertos filósofos contemporáneos, como el contradictorio Michel Foucault, por ejemplo, han asumido el poder como centro de análisis, haciendo de la política la practica por la que se busca y se canaliza. En él se puede encontrar la idea, o por lo menos inferirse, de que si todo es político, lo es precisamente porque el poder está en toda parte. En “Microfísica del Poder”, Foucault ha llegado más lejos aun. Ha hecho depender la existencia de la sociedad misma del hecho del poder y esto a pesar de que declara, en una entrevista con Gilles Deleuze, ignorar lo que es el poder, situándolo como un fenómeno misterioso.
Sin embargo, Max Weber, mucho mas sensible a las cuestiones relativas al lenguaje – porque esto supone también una disputa de lenguaje, y más que de hecho como pretende Duverger – había dejado claro en su “Economía y Sociedad”, que política no designa una actividad que tenga por única finalidad la consecución del o mantenimiento del poder. “No es posible – sostiene – definir una asociación política – incluso el Estado – señalando los fines de la acción de la asociación… no ha existido ningún fin que ocasionalmente no haya sido perseguido por las asociaciones políticas”. Para luego concluir que “sólo se puede definir, por eso, el carácter político de una asociación por el medio…que sin serle exclusivo es ciertamente especifico y para su esencia indispensable: la coacción física”.
Lo que traiciona a Weber es su creencia de que lo decisivo en la política siempre tiene que ser la coerción física. Creencia que surge de una época y una tradición en la que se pensaba que la única solución a cualquier conflicto era el recurso a la fuerza física. Nunca pensó en cambio que esta definición dejaba fuera numerosas acciones que a pesar de no basarse en la fuerza física ni estar dirigida ha hacerse de ella, se cuentan sin embargo como política. De modo que Weber si bien niega que la política tenga por finalidad únicamente la consecución del poder y en consecuencia evita la equiparación de estas nociones por esta vía, cae en la trampa de equiparar poder y política al definir a esta por el medio al que recurre: la coerción física.
Creo que para abordar adecuadamente los fenómenos políticos debemos aceptar el hecho crucial de que los términos política y poder, si bien están relacionados entre sí, no son equivalentes. Y la diferencia consiste en que mientras uno, remite al campo de las acciones, el otro nos lleva al campo de las capacidades y los medios presentes en esas acciones. Desde esta perspectiva la política, contrario a los politólogos del poder, quedaría descentrada del poder a lo que tiende en tanto acción o actividad, mientras que el poder se asentaría como uno de los medios de esta actividad. Lo que produciría un cambio en el foco de atención del politólogo. Éste, mas que estudiar el poder, estudiaría la política; y ésta habría que entenderla a la manera Kart Deutsch o David Easton, como la actividad por la que los individuos y los grupos se baten por la asignación de valores con carácter obligatorio dentro de un sistema social.
De este modo se producirían algunos beneficios. En primer lugar, la política se retrotraería a su trama real: el de las acciones, fenómenos mucho mas dimensionados que el puro poder, pues en tanto acciones se encuentran implicadas en la red óntica conceptual de los motivos, las intenciones, los propósitos, los medios, las estrategias que marcan el comportamiento de los individuos y grupos. En segundo lugar, nos ayudaría a salir de la falacia de que el poder lo explica todo. Pues si el poder fuese la razón de todo ¿cuál seria entonces la razón del poder?
De hecho, esto último refiere lo impensado por los politólogos y filósofos del poder. La definición por la que se ha optado aquí para llevar a cabo esta investigación trata de sacar a flote lo que sus teorías dejan en el fondo; pues se podrá pensar que la razón de las luchas por el poder, y en consecuencia lo que lo explica, se encuentran siempre fuera del poder. Se lucha o por un bien económico o por el mantenimiento o eliminación de una creencia o por la seguridad individual o grupal o la deferencia y el respeto, o la vivencia de placer que genera el ejercicio del poder o por todo esto y algo más a la vez. Pero nunca se lucha para buscar el poder por el poder.