En el 2020 está vivo, encarnado en otros personajes, “Saleí”, aquel haitiano bajito con el vientre corto, los pantalones rullíos y sin bigotes que, a principios de la década de 1960, desde un batey del Ingenio Barahona arribaba en una guagua pública a la ciudad a curar con remedios y dar los premios de la Lotería.
Ponía los ojos risueños en el conjuro de soplos y brebajes, abombando el buche y jalando órganos del cuerpo en una habitación, mientras que los psíquicos y profetizadores de estos últimos años perifonean a largo alcance con micrófonos y en pantallas.
A “Saleí”, a quien le atribuían poderes mágicos, un día un parroquiano le pidió que le revelara los números de la Lotería para pagarle después que cambiara la quiniela premiada, pero el moreno no aceptó y se retiró señalando que si le fiaba no salía agraciado. En la distancia de más de medio siglo, le imita la bruja Ruperta, iletrada y ronca en su pronunciación defectuosa, que por sus consultas no coge cheques ni tarjetas de créditos, porque son aves de malas señales y los santos de su Altar prefieren que los adornen con el dinerito en efectivo.
Los nuevos actores han sido “psíquicos” y “clarividentes”, como Cristian Casablanca y Walter Mercado, y “profetizadores” como una niña desconocida, entrevistada en un espacio televisivo internacional por un anónimo, que por internet advirtió con mucha fluidez – alegando haber recibido un aviso de Jesucristo- que el martes 21 de marzo vendría una gran nube que mataría a quien ese día salga a la calle, porque moriría de otro padecimiento peor que el coronavirus.
El otro fue un peregrino que, el domingo 26, anunció en Puerto Plata que Dios le participó que limpiará el país de esa enfermedad, luego de que clavara una cruz en las arenas de la playa del malecón de esa ciudad, y que concentró a miles de personas, esperanzadas en que el virus desaparecerá como por arte de sortilegio.
Así como miles de ciudadanos asumieron estas “inspiraciones divinas”, son muchos los que -por fanatismo religioso, ignorancia o debilidad mental- ven agravar sus dolencias de salud, y mueren, porque desprecian a los facultativos y acuden donde enviados del Señor, maestros chamanes, autoproclamados ser hijos de brujas y nietos de hechiceros, que les sacarán el mal ante sus propios ojos.
Algunos salen aparentemente sanos, por el alivio emocional, luego de que les apretaran las cinturas y cabezas, les tiraran incienso, jalaran los pulsos, interpretaran los sueños, leyeran las cartas de tarot y les hicieran amarres para el amor eterno.
Otros hacen despojos para evitar la infidelidad y restaurar la vitalidad sexual, dejar los vicios, curarse el espanto, tener buena suerte, recuperar la felicidad, ganar en las jugadas, quitarse de sus lados a indeseables y conseguir un buen trabajo, un novio o una novia.
Poseedores únicos de pócimas secretas y realizadores de poderosos conjuros y rituales, en consultores residenciales, por la radio y la televisión sostienen que sanan la impotencia sexual, el alcoholismo y la drogadicción, y por momentos consiguen más famas y clientes que los especialistas científicos.
En esas santerías y dispensarios ilegales sobran las yerbas, cuarzos con cintas, cabellos y fotos de parejas, prendas de vestir y, lógicamente, dinero, en un sincretismo simbólico y místico-religioso arraigado en distintas capas sociales.
Farsantes de las pintas más peculiares, que se declaran brujos, psíquicos o clarividentes, dicen que adivinan premios de loterías, muertes de famosos y otros acontecimientos, pero ellos no se han sacado ni siquiera una ponchera o un canguro, ni son capaces de predecir sus propias tragedias.
Ejemplifiquemos con el astrólogo más renombrado: el puertorriqueño Walter Mercado, cuyos consejos publicaban matutinos y vespertinos. En el 2008 no vaticinó que el camión Mercedes Benz que manejaba en la Isla del Encanto iba a causar la muerte a Andrea Villagra, quien conducía una motocicleta, ni que -muy nervioso- presenciaría su cadáver.
Tampoco adivinó que –posteriormente- un tribunal federal iba a rechazar una demanda que interpuso contra su promotora Bart Enterprises, para proteger el uso de su sello como Walter Mercado, ni que sería internado por un desgaste físico que les agravó sus problemas cardíacos y respiratorios. Expiró en el 2019, por insuficiencia renal.
Los llamados mentalistas se aprovechan de la inmadurez, el vacío espiritual, los apuros económicos y la fe y esperanza que hermosean a los seres humanos, para inculcarles, usando sus carismas y la patraña de la magia negra, buenas noticias sobre salud, dinero y amor, que es lo que muchos necesitan que les digan.
Los fariseos de nuevo cuño atinan en ciertas ocasiones, porque emplean la psicología natural, la lógica y la Ley de la Probabilidad, ya que mientras más opiniones emiten, más posibilidades tienen de pegar en algunas de ellas. Si son tan adivinos, ¿por qué no se sacan la lotería o adivinan sus hechos infaustos?
Quiera Dios que afectados por el coronavirus no acojan los llamados de los autoproclamados enviados del Creador y de los psíquicos, ni caigan en las garras de otro brujo “Saleí”. Hasta ahora no se conoce el accionar de los brujos, porque parece que la inmensa mayoría se ha dado de cuenta que esto no es un juego para estar inventando.
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30 de abril del 2020.
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