Vives en prisión, y sólo te permiten salir de la celda brevemente a tomar el sol o ir a comprar a la esquina. Tu boca tapada no te permite cantar, ni morder, ni besar, ni saborear sin tiempo una fruta jugosa, ni pronunciar discursos en voz alta. Tus manos, selladas de hule, tienen prohibido saludar a un viejo amigo viejo o acariciar la cabeza de un niño. Y lo peor es que estas obligado a soportar cada día una rueda de prensa en la que un torturador de rostro patibulario te mete tremendo miedo diciéndote el número actualizado de víctimas de esta tremenda tiranía, peor que todas las que antes hemos vivido.