La devastadora diseminación de la coronavirus testifica, palmariamente, la omnipresencia multimediática en el cuerpo societal, por su obligatoriedad en la transmisión de mensajes salvavidas, y que una información (aviso unilateral) verídica, oportuna y a tiempo protege la salud, y garantiza la supervivencia humana. Y que, en una más amplia dimensión, una comunicación (recado biunívoco o bilateral) eficaz despeja dudas, persuade y hace aportes para formular teorías y cambiar modelos de comportamientos.
Conscientes de ese rol, a partir de 1995 la Organización Panamericana de la Salud (OPS/OMS), la UNESCO y la Federación Latinoamericana de Facultades de Comunicación Social (FELAFACS)/Asociación Dominicana de Escuelas de Comunicación (ADECOM), con el profesor Onofre de la Rosa en nuestra representación, incorporamos el tema a la academia y a los medios comunicativos. Y en 1996 un grupo de periodistas, encabezados por Luis Cárdenas, formamos el Círculo de Periodistas de la Salud (CIPESA).
En 1997, unos 120 profesores de 15 países latinoamericanos participamos en Lima, Perú, en el Primer Seminario Internacional sobre Comunicación para la Salud, a través del proyecto Comsalud. En lo adelante, prevalecieron los post-grados y maestrías en universidades sobre Comunicación en Salud, entre ellas la UASD, y numerosos cursos y talleres en CIPESA.
La Covid-19 ha demostrado que la difusión noticiosa reduce o detiene la propagación de enfermedades, apura para que se corrijan fallas, se solucionen crisis y se ofrezcan coberturas de servicios más amplios, en tanto que los contenidos educativos ayudan a comprender fenómenos e influencian en la toma de conciencia y en el fomento de conductas deseadas.
Los textos bien estructurados y descifrables, divulgados por conductos apropiados y dirigidos a audiencias seleccionadas adecuadamente, son susceptibles de modificar hábitos, creencias y valores e inducen a segmentos poblacionales a las acciones terapéuticas. Esas interacciones perfilan la asignatura universitaria Comunicación en Salud.
Con la aparición de la coronavirus, los mensajes publicitarios (grafías, dibujos, símbolos y signos verbales), los contenidos informativos y las orientaciones profesionales han sido vitales para las colectividades conocer sobre esta pandemia, aprender a lavarse las manos, cómo y dónde estornudar, cómo usar las mascarillas y las guantillas, etc. También, han sido receptáculos para ciudadanos reclamar protección y emergencias médicas no atendidas; para derrotar temores y rumores, tomar cautelas ante las campanadas de alertas y las circunstancias de riesgo.
La especialización de la comunicación en salud se enhebra en posadas informativas, narrativas, analítica-interpretativas de textos y opinativas. Se concibe así por su tematización léxico-semántica, y su simplicidad y claridad en la construcción de los contenidos, a partir de textos poco entendibles en el lenguaje científico de médicos que no logran sintonizar con la audiencia.
La comunicación social la encuadramos en la tríada trilliza de la S: sistema, ser y saber. O sea: 1) SISTEMA: la salud (física, psíquica y social), el modelo sanitario (códigos, políticas y hospitales) y la medicina (examen, diagnóstico y tratamiento); 2) SER: experto, comunicador y usuario, y 3) SABER: información, comunicación y educación.
En sus rasgos, cánones y oráculos, la tríada trilliza orbita, en jergas transversales, para precaver, moldear, mitigar o reducir las patologías extrañas, las infecciones transmisibles, los brotes epidémicos, los planes de emergencias, la escasez de medicamentos, los hábitos higiénicos, la automedicación y los riesgos, los trastornos conductuales, las costumbres tóxicas y los descontroles emocionales.
Esos y otros tópicos relativos a los diagnósticos, medicación y servicios de salud no son recovecos fríos, solapados y disolutos, sin ningún valor socio-comunitario ni noticioso. No, porque idealmente rastreados, descargados, explayados y focalizados son capaces de despertar interés y fascinación en las audiencias mediáticas, aumentar las receptorías y atraer altos volúmenes publicitarios. Ese ramaje adjudica su relevancia.
Tanto en la pre-crisis, en la explosión y como en la expansión del Sars-CoV2, la información/comunicación han estado signadas por diez componentes:
1.- Prioridad informativa gubernamental (a instancia de la OPS/Organización Mundial de la Salud, como en otros países) para dar a conocer, advertir, orientar y desarticular rumores, protagonizada con intervenciones diarias/frecuentes de los ministros de Salud Pública, Rafael Sánchez Cárdenas, y de la Presidencia, Gustavo Montalvo, coordinador de la Comisión de Alto Nivel contra el virus.
2.- Relevancia de la reputación en la selección de portavoces oficiales, como Sánchez Cárdenas y Montalvo, el principal factor de credibilidad en la construcción y transmisión de los discursos, particularmente en los cogollos de la improvisación, la ausencia de planes comunicativos de contingencia, un sistema de salud con limitación presupuestaria y una elevada vulnerabilidad socio-comunitaria.
3.- Implementación de una espontánea estrategia de comunicación con una pírrica bidireccionalidad retroalimentaria de los mensajes, escasa incidencia en el segmento de los gerodependientes de los cauces análogos; un marketing social gubernamental profanado, por su despeinado politiqueo, y una pronunciada incomprensión de la diferenciación temática entre información, publicidad y propaganda en la gestión de la incertidumbre.
4.- Urgencia inaplazable de la mejoría sustancial del sistema sanitario, la seguridad social, el agua potable y alcantarillado, el medio ambiente/recursos naturales y la vigilancia epidemiológica.
5.- Incremento inusitado de los consumos relativos a la epidemiología comunicativa en la cuarentena y el cambio de patrones de los usos mediáticos: redes sociales, diarios digitales, televisión, radio, video-llamadas y videoconferencias, mediante la conexión celular y computacional.
6.- Preferencia de los receptores por los medios más acreditados y profesionalizados, y puesta al desnudo del pseudoperiodismo, que difunde noticias falsas o imprecisas, y amarillista morbosidad.
7.- Alta valoración de los periodistas especializados en salud y médicos especialistas que por décadas han cautivado los más penetrantes códigos colectivos, acercándose al lenguaje de los antiguos gacetilleros y actuales cronistas.
8.- Viraje de los profesionales de la comunicación social hacia el teletrabajo, a través de plataformas virtuales y los ordenadores.
9.- Periodistas especializados en salud (en secciones y revistas) han hecho gala de sus conocimientos científicos y su capacidad narrativa, en concordancia con médicos que, en vez de querer sustituirlos en su ejercicio profesional, sirven de fuentes para la redacción de noticias, comentarios, artículos y reportajes, que son mejor asimilados por los públicos.
10.- Periodistas especializados en salud y publicistas también han demostrado más competencia que los galenos para desarrollar teorías y modelos para transformar estilos de vida, actitudes y comportamientos; diseñar planes estratégicos persuasivos, para la investigación y planificación de plataformas de campañas educativas.
Esos botijos aseguran la existencia humana y labran la construcción colectiva y la prosperidad del prójimo. Oportuna y objetivamente interpretados, apuntalarán como preferidos, en virtud de que los públicos no sólo buscan la notabilidad del suceso, sino también la explicación detallada y el análisis.