Si porta una pistola automática, un cuchillo, un machete, un tubo o un palo, y por un accidente de tránsito, una discusión política o una palabra mal dicha en otras circunstancias, un sujeto le propina a usted una soberana bofetada, en presencia de innumerables personas, más le conviene irse tranquilamente a su casa, ponerse un paño de agua fría en la cara y acostarse, respirando pausada y profundamente.
Responder ojo por ojo y diente por diente –el confinamiento pandémico aburre y los nervios se encolerizan-, dejando un cadáver tendido en el pavimento, implica deambular por cuatro tristes/angustiosos trechos:
a) ser encerrado en una ergástula,
b) exponerse a una condena carcelaria de 30 años,
c) vivir en una vigilia e incertidumbre por una posible contraofensiva, y
d) cargar con el baldón social de que “mató uno”, aunque haya purgado la pena judicial.
Soportar estoicamente, sin repeler como un macho o un héroe, un pescozón en plena vía pública significa, más que una cobardía, una valentía despojado del vanidoso orgullo varonil; una reverencia pacifista y una obediencia a las leyes.
Luego de descansar y de que por la puesta de agua fría haya disminuido la magulladura, procede presentar en un tribunal una imputación por agresión física. Con las evidencias probatorias (testigos presenciales, imágenes grabadas, los moratones, etc.) procurar una condena penal y civil.
Generalmente, el embestido recurre a la violencia, y cuando despierta encajonado tras las rejas inmundas, bajo las miradas más repelentes y a la espera de una sentencia sancionadora, se da golpecitos en el pecho y se lamenta de que no lo pensara antes de actuar. Entonces pide perdón, reza hincado de rodillas y realiza trabajos sociales para que un juez le coja pena y le reduzca los años del castigo penitenciario.
Postulamos, como pitanza de lo que ahora bautizamos como Teoría del Agua Fría, un axioma: A mayor brusquedad, más sufrimiento. Y, a mayor pasividad, más paz. Esta verdad incontestable perora como un precepto, no como una conjetura, rumor, declaración, versión, denuncia ni opinión, y tampoco la proponemos como una premisa ni como hipótesis, aunque sí como una teoría axiomática derivada de una tesis.
Matar conduce a una prisión máxima de 30 años, y si el atacante apela a la justicia sería sancionado a unos tres meses de cautiverio correccional, y pagar una indemnización a favor del abofeteado.
Más que aplicar una ecuación matemática o algebraica, el léxico ilustra más claramente la escena del arrojado/inculpado, que se desglosa en tres:
1) Agresión: ruindad, ignorancia y despreciabilidad;
2) Agrietar: afonía, despedazar y desvanecer, y
3) Agravamiento: complicación, declinación y culpabilidad.
Para prevenir el asesinato ante una resonante pescozada, el quid está en la Teoría del Agua Fría (hielo en un trapo o toalla) que relaja los músculos y reduce el rojizo de la piel, la hinchazón y la ansiedad, si el arremetido no requiere el urgente auxilio médico por la pérdida del conocimiento, la visión o el habla.
Para contener la ira y el desquiciamiento por un cachetazo se precisa de una calma y una paz tranquilizante de un monje y estar impregnado de una espiritualidad casi sublime, o sea, de una ecología mental o inteligencia emocional suprema, que se logra con la evasiva terapia espiritual, como la meditación y gimnasia yoga, los retiros místicos, la filosofía de aprender a vivir, la psicología transpersonal, el tratamiento corporal integrativo y la neuroteología o hábito de una religión.
18 de mayo del 2020.