Por Tomás Gómez Bueno. Los diversos trastornos que nos han llegado con la pandemia del covid 19 han generado un debate sobre la posibilidad de que un porcentaje de los fondos ahorrados por los trabajadores, a través de las AFP, sea utilizado para amortiguar el impacto de la crisis que sufren los titulares de estos ahorros.
Como resultado, tenemos dos posiciones encontradas. Quienes piensan que parte de estos fondos pueden utilizarse para aliviar de forma momentánea la crisis de los trabajadores, y la otra parte, que entiende que tocar esos fondos tiene serias implicaciones para la estabilidad económica y monetaria del país, por lo que consideran que esos recursos no deberían ser utilizados ahora.
Quienes sostienen una u otra posición tienen diversos argumentos y tecnicismos para hacerlo. Pero pocas veces se ha tocado el auténtico lado humano del problema, como forma de desenmascarar un poco las estructuras que pretenden la legitimidad de todo el sistema en el que se manejan los fondos de pensiones.
El paliativo inmediatista de conceder un porcentaje de estos fondos a los trabajadores para hacerle menos dolorosos sus padecimientos en medio de esta crisis, es un alivio del momento. Incluso, si se decidiera entregarles a los trabajadores todos los fondos ahorrados, como quiera sería un paliativo que no contribuiría a mejorar sus condiciones actuales de vida de manera significativa.
Los fondos de pensiones, vistos en el marco de la justicia social, son un asunto de sostenibilidad humana que implica producción, calidad de vida, estabilidad social, progreso y otros factores. Esta propuesta social que está cronometrada sobre los años productivos de quienes sostienen la economía está dada en relación al tiempo de vida, a la existencia real de los trabajadores.
Toda la vida del trabajador está proyectada aquí en sus diferentes fases, en toda su realidad vital y existencial: pasado, presente y futuro. Simplemente, se trabaja en el presente, se acumula una parte de esa rentabilidad que se registra en el pasado, con miras a ser utilizada en un futuro cuando las fuerzas se agoten y se supone que el descanso pueda empezar disfrutarse con cierta dignidad y sosiego.
Pero estas coordenadas, este tiempo cronometrado con una curva utilitarista tan precisa y bien calculada para determinar la vida productiva de un trabajador, no funciona igual para quienes manejan el sistema. El presente de los trabajadores será regularmente conflictivo, calamitoso y contingente, con pandemia y sin pandemia. Su futuro es incierto y está expensas de disposiciones y manejos de los que ellos fueron excluidos de forma anticipada y expresa.
Para quienes manejan los fondos, para los administradores y dueños del sistema, el presente es fluido y continuo, el mismo les asegura una calidad de vida presente, tan presente, que poco tienen que preocuparse por el futuro.
El problema del trabajador es hoy, es un problema del presente. Son necesidades de hoy que él tiene que resolver ahora, que tienen que ver con calidad de vida hoy. Es en este presente cuando tiene que buscar de comer, comprar medicamentos para su salud y la de los suyos, pagar vivienda, solventar compromisos corrientes de su vida cotidiana, y ante esa situación, poco importa que dentro de diez o quince años más le vayan a devolver los ahorros que él ha acumulado con su esfuerzo.
Los obreros sostienen la producción del presente, guardan parte de su rentabilidad en el pasado (paradójicamente se la guardan otros de forma condicionada) para cuando ya sus fuerzas productivas en el futuro, estén agotadas, compensarlas penosamente con lo que ellos mismos han ahorrado en el pasado.
El problema del trabajador que viene acumulando con su sudor y sus fuerzas unos recursos de los que ahora no puede disponer, es que tiene precariedades y urgencias que no se pueden explicar desde una matriz macroeconómica. Pero aun así, si se quisiera explicar la realidad del trabajador en términos de cálculos económicos, la realidad y también su futuro es tétrico y espantoso.
Una dependencia del mismo sistema de pensiones establece que en el caso de que el afiliado trabaje toda su vida, desde los 18 años y hasta los 60, y gane en promedio 25 mil pesos mensuales, su pensión mensual equivaldrá al 62.77% de ese salario, lo que es equivalente a RD$16,692.00. Estamos hablando de 42 años de trabajo ininterrumpido. Pero aún más, las AFP retienen los ahorros de 55 mil trabajadores fallecidos, cuyos ahorros no le han sido entregados a sus familiares.
Con los fondos de pensiones de los trabajadores se está ante un dilema, si quiere ético y muy humano. El problema del trabajador en este momento no es el problema de quienes administran sus ahorros. Se trata de un sistema poco humano, opresivo e injusto que requiere de una profunda revisión de sus estructuras y propósitos.
Se trata de un esquema que hay que verlo también desde la realidad y la vida del trabajador. El sistema se presenta a las AFP como una abstracción socio-económica, como una instancia etérea y despersonalizada, pero quienes manejan el sistema son personas de carne y hueso que están situadas en la cúspide de la pirámide económica, y desde allí disfrutan la vida con todas sus prerrogativas y amplitudes.
El trabajador es también una realidad humana concreta, visible, que tiene que enfrentar un lado diferente de la vida, el lado de las necesidades del día a día, de las penurias y las frustraciones, de las ansiedades que genera la incapacidad para solventar las demandas cotidianas de su vida.
¿Entonces, hay que cambiar el sistema? No necesariamente. Pero hay que mejorarlo de forma significativa, hay que humanizarlo. La historia nos ha demostrado que toda relación de poder social genera niveles de opresión e injusticia. Pero también la historia nos dice que estos sistemas pueden mejorarse, y que la República Dominicana requiere una profunda y significativa mejoría, y precisamente, uno de los puntos de inicios es abrirnos a la modificación de una esta ley 87-01 que creó el Sistema de Seguridad Social Dominicano.
Nuestra sociedad tiene que pensar, aun dentro del sistema, en la parte humana que es esencial y en la defensa y el establecimiento de una mejor calidad de vida para todos. Esta cuarentena y el debate que se ha generado en torno a nuestro Sistema de Seguridad Social es una oportunidad para emprender cambios significativos que lo hagan más inclusivo y humano.
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