Por Jesús Rojas.- El fenómeno de la pandemia del virus chino en el siglo XXI ha dejado al descubierto una serie de detalles que fluyen a cuentagotas, en particular las informaciones de salud pública mundial que tienen de origen a responsables de orientar a las masas y dirigir los esfuerzos para salvar el mayor número de vidas posibles.
Entre los protagonistas de orientar el rumbo de los gobiernos se incluye a la Organización Mundial de la Salud, OMS, organismo de Naciones Unidas que tiene sobre sus hombros, en teoría, preservar y proteger la sanidad de los Estados y pueblos en situaciones que amenazan la salud en general como es la actual situación sanitaria que azota al mundo desde que la contingencia sanitaria se hizo pública hace tres meses, cuando en realidad ya se cumplen cinco meses de medidas draconianas.
Desde que surgió la emergencia virológica, la orientación de los responsables de la OMS ha sido confusa, cuando no inexacta, y en ocasiones hasta contradictoria. Tanto así, que algunas naciones como Suecia y Taiwán optaron por poner en práctica sobre el terreno planes propios, lejos del organismo y menos restrictivos para frenar el impacto del COVID-19, con tanto éxito que es estudiado por muchas otras naciones.
El grado de confusión del mensaje preventivo difundido por la OMS ha sido tan marcado que en los inicios de la pandemia exhortaban a no utilizar la mascarilla como método preventivo frente al virus, a fin de permitir mayor disponibilidad del rubro a los defensores de primera línea, entiéndase médicos, enfermeras, técnicos de emergencia y otros en los hospitales.
Luego, la directriz impartida a los ministros de Salud del mundo fue que la misma mascarilla debía ser usada por todos, contagiados y asintomáticos, porque ayudaba a frenar la propagación del letal virus por la vía de aerosol, lo que generó de inmediato una escasez provisional, el monopolio por parte de empresas estatales de China, y un negocio subterráneo de pingües beneficios, a costa del descalabro de la economía mundial.
Pero lo más alarmante de la aparente disfuncionalidad de la OMS frente a la emergencia mundial ha sido la cantidad, calidad y consistencia de sus mensajes confusos y contradictorios, que alimentan más el estado de incertidumbre en la población, así como los estados de ansiedad, depresión y suicidio entre individuos y familias.
Un ejemplo palpable de esa disfunción ocurrió hace poco en medios de comunicación que hicieron eco de las declaraciones del organismo desde su sede central en Ginebra, Suiza. El pasado lunes, 25 de mayo, un despacho matutino de la agencia española de noticias, publicado en Listín Diario digital, tenía por título: OMS: el coronavirus no actúa por oleada y “sigue ahí” en los meses cálidos.
La versión fue atribuida a la directora del Departamento de Enfermedades Emergentes, María Van Kerkhove, quien “advirtió hoy que es erróneo concebir que la COVID-19 actúe por oleadas y es menos virulento en los meses más cálidos, ya que sigue ahí sin importar la temperatura.”
Ese mismo día, pero bien entrada la tarde, otro cable no atribuido y procedente de Ginebra, difundido por otro medio dominicano, CDN digital, atribuía a Michael Ryan, director ejecutivo para Emergencias Sanitaria de la OMS, afirmar sin ambages que “el mundo se encuentra en la mitad de la primera ola de la pandemia del coronavirus y que existe el riesgo de experimentar un segundo pico (o segunda ola de contagios) en la misma oleada.”
De manera que dos versiones al parecer contrapuestas sobre un mismo asunto que tiene que ver con la salud, la vida, dolor y la muerte de miles de habitantes en este planeta, quienes para su orientación precisa, objetiva y balanceada, dependen de un organismo cuya credibilidad ha sido altamente cuestionada para hacer frente a una situación histórica de altísimo riesgo para la vida humana en situación de catástrofe.
Aunque la misma OMS ha dicho que nadie estaba preparado para algo semejante, una forma cándida y hasta cierto punto estúpido para justificar su disfunción, lo cierto es que las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos ya estaban preparadas para lo que se veía venir. Desde finales de la década de los 70 y hasta bien entrado los 80, diseñaron para el expresidente George W. Bush, hijo, un plan de contingencia frente a una amenaza bacteriológica generalizada, lo que ahora se materializó por descuidos y negligencias compartidas.
En conclusión, La OMS, con todos los millones que recibe de los contribuyentes de los países miembros de la ONU, no ha cumplido con su misión ni ha estado a la altura de las circunstancias que demanda el momento. Ya es tiempo de que sea actualizada y enfocada en su verdadera misión de proteger la salud mundial y no continúe presentandose al juego político de los enemigos de la democracia, barajando entre el culto al miedo y la confusión, incluida su socia, la China comunista.