La empresa encuestadora Mark Penn-Stagwell (junto a sus antecesoras, representadas por el distinguido economista e intelectual Bernardo Vega) ha sido, en las últimas cinco o seis mediciones electorales que se han hecho en el país, la más certera en sus pronósticos, situándose ligeramente en mejor posición -en lo atinente a la aritmética de los resultados reales- que la Gallup-Hoy y la Greenberg-Diario Libre, que también han tenido un considerable grado de acierto en sus estudios.
(Sólo un reparo se le había podido hacer a la Mark Penn en sus últimos trabajos, a saber: la curiosa inserción para las primarias del PLD y el PRM y las elecciones en sus diferentes niveles, como traída por los moños y asaz repetitiva, del nombre de un joven y acreditado político vinculado a uno de los más poderosos grupos empresariales del país. El hecho de que el aludido estuviese formalmente fuera del ruedo en el espacio escrutado y, a contrapelo de esto, la firma insistiera en medir su potabilidad -actitud reiterada ahora y acompañada de un contraste malicioso con la imagen de la licenciada Raquel Peña en cuanto a favorabilidad-, había generado extrañeza e inquietud en más de un observador del patio, sobre todo por el febril activismo como “political influencer” que tras bambalinas se le atribuye a una figura cimera del grupo empresarial de marras).
Establecida esa premisa básica sobre la Mark Penn (que la había colocado en el pináculo del prestigio y la credibilidad en tanto gestora de estudios criollos de opinión política), una interrogante surge de entrada: ¿Son creíbles y, por lo tanto, responden a nuestra realidad actual los resultados que esa empresa ha estado presentando al país desde el miércoles en la noche en el marco de su nueva investigación sobre preferencias electorales de cara a las elecciones presidenciales y congresuales pautadas para el próximo 5 de julio?
Lo primero que se impone precisar es que el análisis de la encuesta de referencia tiene que hacerse desde un pilar primigenio: ese trabajo no es del mismo tipo ni parecido a los que la empresa había hecho con anterioridad. O sea: esta encuesta de hoy es de matriz postiza y, debido a ello, en el fondo no es la misma Mark Penn, por ejemplo, de enero de este año ni de agosto de 2019. Y la razón es simple: el fundamento de toda labor de este tipo es la calidad de la muestra recogida (procedimiento empleado, base cuantitativa, adecuada segmentación -geográfica, de género, de edades, social y económica, etcétera- y no contaminación basada en ideologías, intereses, simpatías, etcétera), y es sabido que la que sirvió de base a la nueva encuesta es distinta de las anteriores.
Por supuesto, independientemente de lo señalado y pese a que pueda parecer contradictorio, si se desea analizar objetivamente no hay más opción metodológicamente aceptable que recurrir a la última referencia que está disponible para fijar puntos de partida, es decir, en este caso no hay otro remedio que comenzar ponderando los resultados haciendo un paralelismo con el estudio que la misma firma realizó en enero pasado (no comparándolos con los de otras empresas de su tipo). En este sentido, se debe recordar que en enero la Mark Penn presentó los siguientes resultados: Luis Abinader: 43%; Gonzalo Castillo: 28%; Leonel Fernández: 19%; Guillermo Moreno: 3%; no sabe o indecisos: 4%; y otros: 1%.
La nueva encuesta, como ya se insinuó, en concreto tiene una debilidad esencial en la muestra recogida: a diferencia de la de enero, en esta ocasión fue telefónica (impersonal e intimidante porque mucha gente pudo creer que la estaban grabando o que podría tratarse de un “gancho”), mucho más limitada que la anterior (de una preselección original de 20,000 números telefónicos, finalmente se tomaron solo 1,000 para ser encuestados, y dizque se segregó a las personas con tarjetas de asistencia del gobierno, lo cual es otro sesgo inaceptable a menos que sea más parte de la propaganda que de los hechos) y con poca fiabilidad desde el punto de vista de la segmentación geográfica (verbigracia: una persona puede tener un número de teléfono registrado en un lugar y vivir o votar en otro). Estos tres factores pueden legitimar varios asertos: que tal muestra pudiera eventualmente ser manipulable, que las opiniones emitidas no fueran sinceras, o que éstas no traduzcan el verdadero sentir de una parte de la población electoralmente activa.
Otra cuestión importante que diferencia a la nueva encuesta de la de enero es más notoria aún: el momento político actual no es el adecuado para obtener datos certeros en un estudio de opinión, pues estamos en medio de una crisis sanitaria y de una distribución masiva de dinero y bienes de consumo gratuitos por parte del gobierno. Obviamente, estas dos realidades muy singulares pudieran ser caldo de cultivo para maniobrerismos internos (es difícil que un ciudadano que está recibiendo algo del gobierno diga por teléfono a un desconocido que va a votar por el candidato opositor) y a manipulaciones o contaminaciones externas.
De todos modos, los resultados presentados por la nueva encuesta (Luis: 39%; Gonzalo: 37%, Leonel: 9%, Guillermo: 1%; y no sabe o indecisos: 13%), al margen de cualquier otra consideración sobre lo dicho precedentemente, si se comparan con los que arrojó la Mark Penn en enero, presentan una serie de rarezas, curiosidades e inconsistencias.
Por ejemplo, Luis baja 4 puntos porcentuales (sin que haya ninguna causa invocable con certeza y objetividad), Gonzalo sube 9 (atribuido soto voce al “efecto Margarita” y al manejo político de la crisis sanitaria), Leonel baja 9 (exactamente los que sube Gonzalo), Guillermo baja 2 (pero al parecer no se suman a nadie), los indecisos aumentan en 10 (una verdadera anomalía en el tramo final de una campaña electoral) y el apartado de “otros” queda desierto. Pero aún aceptando como veraz este panorama, su conformación hace aflorar múltiples interrogantes, posibilidades y escenarios de análisis: ¿Cuáles causas determinaron que Luis haya bajado y quien o quienes se favorecieron con ello? ¿Por qué subió Gonzalo y a costa de quien o quienes? ¿A qué se ha debido el “bajón” de Leonel y quien o quienes se beneficiaron de ello? ¿Dónde fue a parar el porcentaje perdido de Guillermo o el del apartado “otros”? ¿Por cuáles motivos aumentó el porcentaje de indecisos y a quien perjudica y a quien favorece esto?
Claro está: responder todas esas interrogantes de manera puntual requeriría de muchas y amplias reflexiones, y es imposible hacerlo en estas breves notas. Por lo demás, esa es una tarea que hay que dejárselo a los estrategas de campaña de los candidatos. No obstante, si aceptáramos la validez de los números de la nueva encuesta, se pueden adelantar algunas interpretaciones conjeturales: Gonzalo se ha beneficiado del manejo que el gobierno le ha dado a la crisis sanitaria, pero a quien luce haber desbancado es a Leonel; Luis ha tenido una pérdida mínima natural por el reflejo en contrario del citado manejo oficialista de la crisis sanitaria (pérdida relativa porque casi cae dentro del margen de error de la encuesta); Leonel y Guillermo han retrocedido considerablemente; y el incremento de los indecisos podría indicar que alguna gente decidió no votar por Luis o, por el contrario, que optó por refugiarse en esta postura para evitar decir que sufragará por él y, así, no quedar a expensas de la malquerencia gubernamental o del retiro de la ayuda que está recibiendo del Estado.
Ahora bien, aún dando por válidas las conjeturas que anteceden, Gonzalo no queda tan bien situado como sugieren sus defensores (en verdad lo que hace es recuperar una parte de la votación peledeísta dura, que estaba inerte o disgregada tras las primarias de octubre pasado). ¿Razones? Éstas: con un 37% no se gana ni se evita necesariamente la victoria de Luis en primera vuelta, y mucho menos en la segunda; ese porcentaje bien podría ser el techo de Gonzalo (el actual es el momento de mayor apogeo de su candidatura), mientras que el 39% de Luis parecería ser su piso (lo mínimo que puede obtener), y por consiguiente el primero pudiera no seguir creciendo, pero el segundo sí; el porcentaje que se le atribuye a Leonel lo obliga a estudiar seriamente la posibilidad de pactar con o apoyar a alguien en primera vuelta (y no luce que sería a Gonzalo dado que su objetivo estratégico no es ganar las elecciones, sino impedir que el PLD de Danilo continúe en el poder), y esto podría resultarle contraproducente a Gonzalo y al gobierno.
Por otra parte, como se ha dicho, el incremento de los indecisos en la medida en que se acercan las elecciones parece una anomalía política (lo lógico es lo contrario) y, subsecuentemente, deviene un dato poco confiable de esta encuesta que no deja de originar inquietudes y suspicacias: cualquier malintencionado podría aventurar la idea de que ese abultamiento porcentual es una especie de “garantía de fiabilidad” destinada a ser esgrimida en el caso hipotético de que el resultado final de los comicios sea contrario a los pronósticos de la empresa encuestadora.
En cualquier caso, empero, hay que recordar que la mayoría de los indecisos en procesos tan singulares como el presente casi siempre es de votantes no favorables al gobierno: opositores ocultos (que no se atreven a declararse por miedo a las represalias gubernamentales), personas con tendencia al secretismo o conspiracionistas, gente que no vota (abstencionistas radicales o frívolos) y gente que decide a última hora y es susceptible de ser arrastrada hacia el candidato que aparenta victorioso (y precisamente esa última parece ser la apuesta final del PLD: crear la percepción de que Gonzalo puede ganar, y tratar de seguir cooptando la estructura humana del leonelismo -para reducirlo a un 4 o 5%- y, por último, seducir o captar a una parte de los presuntos indecisos).
Por supuesto, valga la insistencia, lo que se acaba de decir es dentro de la hipótesis de que el nuevo estudio de la Mark Penn responda a la realidad, algo que, como ya se subrayó, nadie en su sano juicio puede afirmar indubitablemente no sólo porque se basó en un trabajo telefónico (poco confiable desde el fiasco de las encuestas en las elecciones estadounidenses de 1948 disputadas entre Harry Truman y Thomas Dewey), sino también porque se basó en una muestra con segmentación defectuosa y de escasa cuantía.
En suma: la Mark Penn ha sido preeminente dentro de las tres encuestadoras más certeras del país, pero la muestra que sirvió de base al estudio presentado por ella en su nueva entrega tiene limitaciones, rarezas y vulnerabilidades inéditas que erosionan su confiabilidad y su certeza. El propio licenciado Vega ha tenido que aclarar que los criterios y las decisiones cruciales sobre la encuesta fueron tomadas por los “americanos” dueños de la empresa, y no por él, quizás reconociendo involuntariamente que la misma contiene demasiados toreos y “mareos”. Y tratándose de una empresa con tan vertical trayectoria y buena imagen, en la humildísima opinión del autor de estas líneas no debió arriesgarse a publicarla. Ojalá y esta errática decisión (acaso alimentada por la búsqueda de “rating” o motivaciones menos defendibles) no hiera letalmente su credibilidad.
De todos modos, conviene reiterar una advertencia nodal: es posible que los estrategas y los prosélitos del PLD se estén apresurando al afirmar que tal estudio indica que han reconquistado las preferencias ciudadanas: es entendible que intenten crear una percepción de avance y triunfo de Gonzalo, pero ellos no son tan tontos como para ignorar que la aritmética electoral de aquel no les garantiza nada y que, por el otro lado, están practicando una “táctica de ruleta rusa” con Leonel al casi obligarlo a pactar o retirarse del proceso para evitar que le cuenten los votos.
(*) El autor es abogado y politólogo. Reside en Santo Domingo
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