Pensando que, en el año 2012, la Asamblea General de Naciones Unidas proclamó el 1 de junio como el Día Mundial de los Padres, se me ocurre reivindicar ese innato amor a los vínculos que, por siempre permanecerá vivo; porque, como escribía el poeta, “toda casa es un candelabro”, o si quieren, todo hogar es un sostén de vida, puesto que no hay mayor fermento vivencial que las eternas almas unidas en un solo cuerpo, quizás para sobrellevar mejor el bienestar físico y la serenidad conjunta.
Téngase en cuenta, que el don de sí a los demás, forma parte de esa cuerda humana que requiere entroncarse; de ahí la necesidad de cultivar con entereza los desafíos hogareños, reconociendo en nuestra propia historia la labor de nuestros progenitores. Sin ellos, para empezar, no hubiésemos llegado a la vida. Por otra parte, resultan evidentes las graves consecuencias de esta fragilidad en las relaciones, con hijos desarraigados, ancianos abandonados, críos huérfanos de padres vivos, adolescentes perdidos y sin reglas. Con estas rupturas, naturalmente todos perdemos, hasta el punto que la violencia intrafamiliar es plantel de rencor y odio en las conexiones humanas básicas.
Por desgracia, aún proseguimos desvirtuándolo todo, proyectando una existencia caprichosa, presa de un falso bienestar, que deserta de los compromisos, que asimismo dona sin donarse y convive sin cohabitar. La necedad y el absurdo de la arrogancia nos confunden la orientación. Por si esto fuese poco, las familias también se están llevando la peor parte de la pandemia de COVID-19.
De siempre los padres han tenido la responsabilidad de proteger a su gente de cualquier daño; tal vez, ahora, con el añadido de ayudar a su prole, sobre todo aquellos que no asisten presencialmente a la escuela y, encima, han de compatibilizarlo con sus responsabilidades laborales. Sin duda, ante esta situación, es menester introducir otras prácticas laborales más compatibles, como puede ser el teletrabajo por ejemplo. En este sentido, nos alegra saber que determinadas empresas y organizaciones están en ello, promoviendo la seguridad y el bienestar de sus empleados; y, por ende, el de sus familias, brindando un apoyo sistemático. También los Estados, con sus gobiernos al frente, han de estimular la economía y el empleo, extendiendo la protección social, buscando soluciones mediante el auténtico diálogo. No olvidemos que la actividad laboral hace posible, al mismo tiempo, tanto el avance de la sociedad como el mantenimiento de la estirpe y, de igual forma, su permanencia y fecundidad.
Reconozco, por tanto, que me entusiasman esos linajes que son una piña, que permanecen en el tiempo y que aseguran el respeto al otro. Pienso, igualmente, que nunca es tarde para conciliar otras ideas, para que los espacios de acompañamiento y reconciliación activen el valor del deber permanente, pues en verdad es sorpresivo que las rupturas se dan muchas veces entre adultos mayores que buscan una especie de “falsa libertad”, rechazando algo tan natural como envejecer juntos, cuidándose y sosteniéndose mutuamente. Desde luego, resulta bochornosa esta inhumanidad que nos sostiene.
También esa cultura deshumanizadora que empuja a mucha gente a no poder formar un hogar. Muchos de ellos, suelen estar privados de oportunidades de futuro. A propósito, y ya en 1983, en base a las recomendaciones del Consejo Económico y Social, la Comisión para el Desarrollo Social en su resolución sobre el papel de la familia en el proceso de impulso y mejora, solicitó al Secretario General que aumentara la conciencia entre los tomadores de decisiones y el público en general de los problemas y necesidades de la familia, así como de explicitar las formas efectivas de satisfacer esas insuficiencias.
Al momento presente, con la nueva enfermedad del coronavirus (COVID-19), aparte de que trae consigo sentimientos como ansiedad, estrés e incertidumbre, y los niños de todas las edades los sienten especialmente, lo que ha de conllevar un mayor apoyo de sus progenitores, urge además aplicar medidas de mantenimiento del empleo, previniendo en todo caso la discriminación y la exclusión. Por cierto, en el último análisis de la OIT sobre el impacto de la pandemia en el mercado laboral, revela el efecto devastador y desproporcionado que está teniendo en los trabajadores más jóvenes, lo que dificulta injertar nuevos troncos familiares. Ante esta triste realidad, los gobiernos de todo el mundo deberían tomar medidas específicas para minimizar los efectos de la epidemia en los ciudadanos más desfavorecidos, aumentando los fondos de ayuda y también ese espíritu solidario con las migraciones. Incluso, los padres, han de hacer examen de conciencia, ver y analizar que sus descendientes tienen el derecho a recibir el amor de una madre y de un padre, ambos necesarios e imprescindibles para su maduración armónica e integral. Sin duda, el sentimiento de abandono y desabrigo que viven muchos chavales es más profundo de lo que creemos. Asumamos, que junto a ese sostén de vida que ha de ser todo hogar, también debe ser la primera escuela de los valores humanos, pues todos estamos llamados a conocernos y a reconocernos en este armónico vínculo del que formamos parte, que al mismo tiempo ha de saber acoger al otro, abriendo siempre los brazos, especialmente hacia los más excluidos.
Víctor CORCOBA HERRERO / Escritor
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31 de mayo de 2020.-