País pequeño y Estado grande, con serias debilidades instituciones. Democracia con pocos demócratas, torna traumática la interacción responsable que posibilite el contrapeso entre los poderes públicos.
Se impone la dinámica de la saliva y los hojaldres.
El Gobierno tiene una enorme responsabilidad constitucional con la salud de los dominicanos ante la pandemia y en vez de concentrar todos los esfuerzos y energías en esa tarea y sumar al liderazgo nacional, opta por el aprovechamiento electoral de la desgracia.
La autoridad evita la ayuda y cuando opositores la conceden, entonces es desacreditada. Todo el espacio es para el candidato presidencial oficialista, a quien el gobierno le cede obligadas áreas de manejo estatal.
El toque de queda, restricción pertinente para el distanciamiento social en la reapertura económica gradual se ha convertido en espacio exclusivo de las donaciones de los candidatos del Partido de la Liberación Dominicana (PLD).
La oposición percibe el daño, amplificado en cuestionadas encuestas e infructuosamente trata de competir, pero el Estado es un monstruo en angustiosas manos y la desproporcionalidad se mide cada noche en salado, pan, arroz, mascarillas. El gas, en pequeños tanques se entrega de día con enorme riesgo para los que se agolpan frente a los camiones distribuidores y en violación de rigurosas disposiciones legales.
Hay quejas, pero no contención de debilitados árbitros electorales y la Procuraduría adjunta a cargo del tema no desea enterarse, por ser ente dependiente del Poder Ejecutivo.
En este ambiente se pide una extensión del estado de emergencia y, claro, la oposición congresual reacciona con violencia verbal contraria a la concesión, sin encontrar apoyo mediático ni en los poderes facticos.
La oposición queda entrampada. La actitud despiadada de un gobierno con el único camino electoral del covidclientelismo y los empresarios que presionaron la reapertura y que han quedado reos de las autoridades en la obligación de apoyar medidas que se alegue van en aquella dirección.
Por eso los opositores retroceden, recogen sus vergüenzas y transan la media del pedido de extensión presidencial, aunque denuncian que los oficialistas los sacan de juego en horas fundamentales del trabajo electoral, con escasas semanas para las votaciones.
El reto es lucir sensato, evitando que el Gobierno les cargue muertos y nuevos contagiados y poder realizar una campaña que permita acceso a electores, evitando que el candidato oficial descuente distancia con su única arma a mano: las donaciones, amparado en el fortísimo aparato estatal.
La escalada clientelar arreciará, ahora intentando mayor certidumbre a respaldos económicos formalizándolos en decretos e inventando programas como si el presidente Medina contará con otro año de gestión.
(La semana pasada un peledeista que estaba en desgracia fue designado asesor del Poder Ejecutivo y se le creó un programa de siembra de cultivos de ciclo corto con respaldo de tres mil millones de pesos, que se manejarán a través de la Presidecial. Esto además de ilegal, genera legítimas sospechas sobre el uso de esos fondos a días de las elecciones).
El mayor riesgo es que el manejo electoral de la pandemia podría provocar peligrosas situaciones para la vida de los dominicanos que pueda generar una vuelta atrás con terribles repercusiones en todos los ámbitos, sobre todo el económico.
Los sectores facticos que presionaron a los partidos de oposición para la aprobación de la extensión del Estado de Emergencia deberían llamar al gobierno a que actúe con apego a la Constitución y las leyes, evitando excesos y abusos en el manejo de la crisis sanitaria para beneficiar abiertamente a candidatos oficialistas.
Es sano para la democracia desactivar esta escalada en medio de la desescalada.