La verdad ha sido triturada en las últimas semanas. Está en UCI y pasará a ventilación artificial camino al 5 de julio.
Ediciones, montajes, verdades a medias y a un cuarto, campañas difamatorias, chantajes, extorsiones. De todo, sin contención institucional.
Es un nivel de violencia estresante, aunque algunos se contentan con el alegato de que no es física, como en “otros tiempos”.
En este ambiente, hace si irrupción a “la cantina del pueblo”, uno de peores forajidos: el numerólogo , encuestador, sastre, manipulador, ilusionista, perceptólogo, en fin, como usted quiera llamarle al rufián.
Lo grave es que mientras la basura mentirosa corre fundamentalmente por las redes sociales, las encuestas son difundidas por los medios convencionales acreditados, que sobreviven por su apego a la tradición periodística, ante los violentos cambios provocados por las tecnologías de la información.
Muchas personas esperan la publicación en los periódicos, como elemento de verificación de los más importantes acontecimientos, así como la difusión y el manejo en sus programas y medios y periodistas favoritos de ganada reputación.
Cuando un periódico avala una estafa, en la que se benefician comerciantes y políticos inescrupulosos, se hace un daño brutal al derecho de elegir, libre de coacción como consigna la Constitución, y a la democracia.
El entrañable amigo y director del periódico El Día, José Monegro hizo una impactante reflexión sobre el tema que debería provocar una seria discusión entre los propietarios y ejecutivos de medios de comunicación ante este grave fenómeno, que persiste aunque la nueva ley electoral estableció algunos controles y dio potestades regulatorias a la Junta Central Electoral.
Refiere que “conocemos las “encuestas de alquiler”, pero bajo un falso concepto de equidad, un irresponsable temor a que nos acusen de tendenciados o simplemente porque sucumbimos a las presiones le damos cabida a esas falsas encuestas”.
“Como periodistas” –agrega- “no estamos obligados a divulgar lo que sabemos es falso o que no tiene rigor cuando se trata de un instrumento científico como son las encuestas. Pero lo hacemos, casi siempre revestidos de buena fe, en la búsqueda de equilibrar o dar oportunidad a todos los actores”.
Y remata: “darle cabida a esas firmas sabiendo que carecen de seriedad nos convierte en cómplices de que esa perversa práctica haya tomado cuerpo y que sea parte del instrumental de campaña”.
Gravísimo y no puede quedarse en una individual autocrítica, sino que debe y puede repararse por la salud de la democracia dominicana.
No es que se haga un comité de censura, sino dejar de ser cómplice de una distorsión realmente perversa en la que el dinero impone sus reales, como si fuera poco la deformación que genera la política clientelar en las masas hambreadas y humilladas.
Por ejemplo, una encuesta que llegue en estos momentos a un periódico en la que un candidato “obtenga” más de un 50 por ciento debe ser lanzada de inmediato al zafacón. ¡Es falsa! Simple. Ni en espacios pagados se deben aceptar estos esperpentos. Así como se identifican los “fake news”, los mamotretos de encuestas son detectadas a lo lejos.
Las encuestas deben ser auditables, verificables y si no existen los mecanismos eficientes en la regulación actual, crearlos y las faltas graves llevarlas ante el fiscal electoral pata terminar en el tribunal. ¿Sueño? Si los medios asumen esto con la gravedad que amerita se podría llegar a niveles de decencia y transparencia que protejan a las empresas serias, a los medios y a los votantes.
Avancen, que ya hay sastres que adelantan campañas para tratar de evitar que encuestadoras serias dejen al descubierto sus trampas.