El voto de cada elector será una novedad, en razón de que asistimos a un proceso electoral nuevo, en el sentido de que dos variables no tradicionales poseen una masa de votantes capaz de inclinar la balanza hacia caminos insospechados para las firmas encuestadoras.
De un lado, está el voto del elector que forjará su decisión con base a razonamientos motivados por el impacto de las redes sociales en la promoción política, donde, como se sabe, la característica principal es que el elector, se encuentra a un clic para determinar la veracidad o la falsedad de la propuesta de los candidatos, las personas que recurrirán a esta plataforma, se calcula en un 20%; de otro parte, el votante que depositará su voto fuera del territorio dominicano, es decir, bajo la influencia de otras realidades sociales donde la presión de la publicidad política y el poder de influencia del gobierno, son difusas por encontrarse estos en territorios diferentes y dispersos, este representa otro 20%.
Se está hablando entonces de que el 40% de los votantes lo hará por vía no tradicional, primero, en cuanto a la forma de decidirse a votar y, segundo, en cuanto al lugar del voto. Hasta estas elecciones generales, la masa de votantes en el extranjero no era significativa, ni existían antes las redes como mecanismo de apoyo para tomar la decisión de por quién votar. Esto implica que con seguridad, estos noveles votantes decidirán quién será presidente y quienes serán diputados y senadores.
Así las cosas, es fácil darles el beneficio de la duda a cualquiera, por no decir a todas las firmas encuestadoras independientes como dependientes de los partidos políticos. Toda vez que estas continuaron realizando sus trabajos de campo de forma tradicional, es decir, su universo de empadronamiento no abarcó al votante extra territorial ni al votante en redes.
Por otra parte, el voto del hartazgo, el voto racional y el voto oficial, quizás sean representativos de los números que presentan las firmas encuestadoras, sin embargo, cuando las muestras provienen de ambientes contaminados, esto es, si se recogen en ambientes donde predomina cualquiera de estos tipos de votos, las muestran representarán el nivel de contaminación que refleje el, incluso, si se combinaren, la situación seria también semejante. De ahí que, el voto oficial es el más propenso a inducir a error, pues por razones entendibles, el votante oficial no puede decir a nadie su intención real de voto.
El voto del hartazgo es sumamente expresivo, no disimula sino que se muestra abierto y libre. Expresa su deseo de cambio como muestra de descontento contra el estatus quo. Es el vocinglero de la plaza, de los interactivos de los propagandistas, de los opositores militantes. En cambio, el voto racional pertenece a un universo que no manifiesta su intención de voto. Es el votante que elije en función de sus intereses inmediatos y mediatos, es el voto de la clase media, de la clase alta y de la clase baja. De aquellos que juan Bosch llamo la pequeña burguesía y sus diversas capas hacia arriba y hacia abajo. Este votante, eventualmente, podría expresar mediante su voto, su repudio a aquellos que dividieron la obra de Juan Bosch, el partido de Juan Bosch y el pensamiento redentor del líder vegano.
Ese votante, expresa cierta adhesión al boschismo, pero también al balaguerismo y al penagomismo. Es tan variopinto como variopintas son, en términos sociales y políticos, las ideas políticas de esos sectores. Es ahí donde reside la fuerza electoral de Leonel Fernández, quien es visto como el heredero político de esas franjas de la tradición como de la cultura política nacional que representaron esos líderes post Trujillo. Añádase a ello, la situación de crisis económica agravada y agregada por la pandemia del coronavirus y se tendrá a un votante que desea como presidente a alguien con capacidad para afrontar los desafíos inmediatos y mediatos que amenazan la nación. Estos sectores tienen la capacidad de influir sobre los demás estamentos sociales, incluido el del voto social.
El voto racional es de difícil localización porque implica la existencia de un votante que centra su atención en su interés personal pero también en el interés general. Antes se le podía ubicar en cierta franja de la intelectualidad, de la educación y del ciudadano consciente. Ahora su detección es más difícil en razón de que la telefonía, el internet y las redes provocan que todo aquel que tiene la posibilidad de acceder a formas modernas de comunicación forjara su decisión con base a las informaciones que recibe vía las redes. En este sector se ubica a los primeros votantes pero abarca a un público de todas las edades que va en crecimiento constante. ¿A quién beneficiara este votante? Es la gran pregunta, para responderla deberemos esperar al domingo 5 de julio de 2020.
De modo que el voto en crisis, el voto en capacidad de achicamiento, es el voto oficial; por tanto, en la presente coyuntura electoral, tienen capacidad de crecimiento el voto del hartazgo y el voto de la racionalidad. Pero como el voto oficial es el voto de los detentadores del poder, quienes hacen uso y abuso de la estructural del Estado para influir en el electorado, no es despreciable hasta vencerlo en las urnas. De ahí, la casi natural proyección de una segunda vuelta para el 26 de julio.
A menos que un factor hasta ahora no presente incline de manera determinante la balanza hacia uno de los tres polos de votación descritos. La esperanza además, pretende que las votaciones como el conteo de los sufragios constituyan una experiencia democrática positiva. DLH-1-7-2020